¿En qué medida un estudio de arquitectura puede experimentar sus propios experimentos? Si la arquitectura tiende a ser una disciplina consciente de que no siempre puede encontrar la solución óptima, o que hay veces en las que las pruebas o deseos no salen como esperan, como arquitectos siempre tenemos la posibilidad de probar soluciones en pequeños casos, casi como auto-encargos para uno mismo. Uno de estos casos es una pequeña habitación-estudio de madera, diseñada y ejecutada (autoconstruida) por Nicholas Hunt, de hunt arquitecture D.P.C., en un jardín de una casa de Brooklyn, Nueva York.
Se trata –en palabras del propio Hunt– de “espacio aislado, un lugar de escape dentro de la abrumadora ciudad, tanto en su acto de construcción como en su habitación misma, un oasis aislado y una plataforma para experimentar ideas y detalles de su práctica, ideal para disfrutar de un libro o una siesta”.
Y es que desde siempre, la cabaña propia –esté realizada en la densidad de la ciudad o del bosque– ha sido un tema repetido una y otra vez dentro y fuera de la arquitectura. Pensemos por un momento en personajes como Martin Heidegger o Henry David Thoreau, que abogaron por la cabaña autoconstruida como lugar de refugio desde el que imaginar nuevas formas de pensamiento o explorar la obra propia. Pero frente a lo que supone para el filosofo o el escritor, la cabaña, en especial la autoconstruida, ofrece la posibilidad de enfrentarse al trabajo propio desde el diseño hasta la habitación. Sea en el caso presentado, para aislarse del mundo, o en la costa mediterránea, como hizo Le Corbusier, la pequeña cabaña es el lugar donde explorar nuestro propio ser, de llevarlo más allá y formular lo mínimo necesario que hace que la arquitectura sea arquitectura.