A sólo una hora al sur de la Ciudad de México, el pueblo de Tepoztlán está ubicado dentro de un valle con un agradable clima templado y constituido por tres formaciones rocosas; una de ellas conocido como El Tepozteco. En estas condiciones geográficas y climáticas, la vegetación es constante y abundante en todas sus escalas; facilita la diversidad de flora, teniendo especies de montaña y subtropicales en el mismo sitio. Con una población de poco más de 35 mil habitantes, es un lugar tranquilo que busca la gente donde puedan retirarse.
La casa se manifiesta sobria y serena, callada hacia su entorno, respetándolo, guardando la magia y misterio para quien entre en ella. Con esta diversidad de características en mente, la prerrogativa de contribuir al legado arquitectónico de este valle, deja una responsabilidad de evocar esta naturaleza mística dentro del hogar, buscando que la esencia de Tepoztlán siempre esté presente.
Las áreas deberán satisfacer una amplia gama de usos con la estrategia necesaria para no interrumpir o limitar otras actividades. Como consecuencia, las fronteras programáticas que se generan en el perímetro a través de muros en forma de grapa se difuminan, permitiendo a los habitantes que modifiquen periódicamente el espacio según varíe el número de ocupantes y necesidades.
El terreno se ubica dentro de un fraccionamiento privado, en un área que se ha desarrollado como residencial. El lote se presenta en una esquina y cuenta con 1270 m2. Su ubicación permite una vista privilegiada del Tepozteco con orientación al Norte y una sensación abierta al poniente, oriente y sur. A los costados se presentan casas terminadas y por terminar; sin embargo, su ostentosidad en tamaño, formas y lenguaje rompen la línea con el paisaje natural que hace único a este lugar. En este sentido, el proyecto parte de una oposición a este conjunto de propuestas para retomar los elementos propios del pueblo y su medio.
La Hacienda Jardín reflexiona sobre la tipología de la casa de descanso y las espescificidades que requiere en un contexto determinado a través de la reinterpretación del concepto de hacienda. El programa arquitectónico cuestiona la condición predominante en la zona de tener que bardear el predio para luego insertar en él una edificación y ajardinar el resto. El proyecto hace lo contrario, se convierte en una barda techada y abierta a la intemperie que contiene un jardín de vegetación endémica en su centro. De esta manera, el gran patio se transforma en el diafragma que regula las interacciones, deconstruyendo la hermética división entre espacios públicos y privados.
La techumbre en el patio enmarca la montaña del Tepozteco con la cual los usuarios pueden mantener una relación íntima desde cualquier lugar con su medio. Los materiales elaboran un diálogo directo con el lugar, la tierra, el clima y el paisaje. El muro perimetral de piedra volcánica texcal contiene y cobija todos los espacios construidos. La madera de pino duranguense figura como la estructura principal del proyecto y se vuelve el material protagónico al interior mediante vigas y polines; la madera de huanacaxtle figura en las celosías y en acabados. Los pisos de loseta de barro cocido, la cubierta de teja y los muros de ladrillo y chukum crean una paleta cromática sensible al uso específico de cada área.
Constituido por estos dos elementos coordinantes, el patio central y volumen periférico, el diseño manifiesta la conexión persistente entre ambos. El acceso principal en la esquina, consciente de su emplazamiento, resuelve de manera armoniosa la relación que se tiene con el contexto inmediato, abriéndose hacia él. La distribución en la barda perimetral y la definición del esquema en planta despliegan los muros en forma de grapa y celosías que producen juegos de luces y sombras. Su desconexión del techo con brinda una sensación de ligereza, generando un baño de luz interno homogéneo por medio de pérgolas. Los recorridos internos evocan diversas experiencias sensoriales dependiendo de la dirección que se elija para ellos. Inmediatamente a la derecha de la entrada se localizan los cuartos secundarios orientados a un jardín privado que brinda una experiencia distinta al central.
En la continuidad de este tránsito perimetral, se encuentra una serie de terrazas y estancias comunes que contemplan la naturaleza y terminan en el acceso al cuarto principal en planta alta, elemento contemplativo de La Hacienda Jardín y el Tepozteco. De nuevo en planta baja, el segmento contiguo configura espacios públicos en estancias semi-cerradas, proponiendo una intimidad distinta al resto. Finalmente, la última sección, conectada a la puerta principal, consiste de la cocina, el comedor y una sala; dispuestos para generar un balance de los distintos elementos.
Finalmente, existen soluciones activas y pasivas en temas de sostenibilidad. Por una parte, se introdujeron sistemas eléctricos con paneles y calentadores solares, drenaje con una fosa séptica controlada, riego con sistemas de captación de agua y pozos de absorción naturales; por otra, se manejó entrada y control de luz y ventilación natural a todos los espacios, mientras que la vegetación ayuda a mantener un ambiente interno estable, propiciando un microclima agradable. La Hacienda ofrece un espacio clásico mexicano, reinterpretado en un papel moderno que combina la función con la forma en un diálogo contextual. La casa manifiesta la postura que se tiene hacia el habitar.
El proyecto pone énfasis en fomentar y hacer accesible aquello que siempre estuvo ahí; la montaña, la naturaleza y la calma a través de sus paisajes, distribución, materiales, fronteras programáticas y tipología.