La casa se ubica en la planicie de una montaña a casi tres horas de la Ciudad de México y busca dos cosas aparentemente contradictorias: resguardo y apertura. Por un lado, busca ser un refugio ante el clima radical, que en un mismo día llega a variar casi 30 grados centígrados y donde llueve prácticamente a diario durante 6 meses, y, por otro lado, intenta abrirse lo más posible hacia un paisaje vasto.
Con el fin de atender tanto la necesidad de resguardo como el deseo de apertura, la casa se dispone en torno a cuatro patios. El primero, de forma curva, funciona como espacio de transición entre el exterior y la casa; el segundo, de mayor tamaño y en la posición central de la casa, marca la transición desde las zonas más privadas hasta las más públicas; el tercero, en un nivel más bajo, es un espacio velado que conduce hacia las terrazas en la azotea; y el cuarto conforma una especie de casa en sí misma para la zona de servicio.
Estos cuatro patios permiten generar ámbitos distintos dentro de un paisaje interminable y enmarcan las vistas de manera puntual. También aportan una mayor dialéctica entre el interior y el exterior, por ejemplo, cada espacio se vuelca hacia algún patio en uno de sus lados y hacia un exterior franco en otro, lo que produce ventilación cruzada en cada espacio, asoleamiento en dos o tres orientaciones distintas y genera una casa hacia adentro y otra hacia fuera. Esta condición dual de la casa se refleja en su condición material ya que hacia el exterior la casa es de ladrillo y hacia el interior es de hormigón y madera. El color rojo y la textura rugosa al emplear ladrillos rotos acentúan una condición completamente distinta al empleo de superficies lisas y tonos neutros en el interior.
Las cubiertas de las habitaciones, el estudio y la sala-comedor son bóvedas de concreto que generan hacia fuera una nueva topografía que convive con el paisaje vegetal de los techos planos que corresponden a las zonas de menor jerarquía como cocina, baños, bodegas… De tal manera, se establece un juego entre las formas orgánicas de las bóvedas recubiertas de barro y los techos verdes. El desarrollo de la casa surge de la disposición de las cuatro habitaciones hacia el este para que reciban sol de mañana, y de su apertura hacia el patio en el poniente, para que tengan sol durante la tarde. La sala, el comedor y la cocina se abren simultáneamente hacia el este, el sur y el poniente con el fin de tener la mayor cantidad de asoleamiento, y las zonas de servicio, ubicadas en el lado norte, se abren hacia el sur, el este y poniente gracias al pequeño patio.
Esto genera una casa que se percibe a través de secuencias y aperturas muy variadas, a veces por medio de celosías que aportan privacidad, otras de amplios ventanales que se ocultan dentro de los muros para que convertir los espacios interiores en terrazas durante algunas horas y también por medio de ventanas que son cuadros para enmarcar el exterior. El vestíbulo es un espacio entre dos patios que sirve de pequeña casa para enmarcar el cielo y olvidar las horas de tráfico y el recorrido pesado del camino. Este espacio, que hace eco a la arquitectura maya, y la disposición de la casa, que recuerda las haciendas y los conventos, son un homenaje a la tradición local, que se reconfigura por completo en una combinación inédita donde caben referencias tan variadas como la Ricarda de Antonio Bonet, las obras de Luis Barragán, la arquitectura vernácula y las técnicas de la autoconstrucción.