En una arteria que conecta el centro de la ciudad con sus suburbios, donde cada día se derriban casas antiguas para dejar sitio a urbanizaciones más grandes, concebir una nueva residencia es una tarea delicada. Las fachadas del proyecto surgen de una conjugación aproximada de ambos tipos de edificios, asentados en una frágil ambigüedad. A un orden racional, que sigue la lógica de los planos, se superpone un conjunto de elementos aparentemente desmesurados: ventanas en hilera, frontones de mármol erráticos, desagües aparentemente arbitrarios y discos de mármol rosa que desequilibran la composición. La casa es un ejercicio de singularidad tanto como de banalidad.
El interior sigue una política similar. Una columna descentrada funciona como bisagra y divide cada nivel en cuatro cuadrantes equivalentes. Hay tres niveles y el acceso a la calle está en el central. Programas fijos o flexibles ocupan uniformemente estos cuadrantes dejando el uso al usuario. La casa es un marco estático para la dinámica cambiante de la vida. Su columna central es un elemento condensador y simbólico, un sustrato de esta dinámica.
Su forma, arbitraria y exuberante, ofrece perspectivas distintas a cada habitación. Una colección de puertas azules interconectan las distintas estancias y adornan la columna como capas de superhéroes.
En el nivel inferior, indiviso y abierto al jardín, la columna levita a unos centímetros del suelo. Así, el suelo bajo ella es fácil de limpiar y se pone de manifiesto la fragilidad de toda la estructura. Una casa es siempre una construcción mental antes de ser cualquier otra cosa.