Después de ganar en el año 2002 un concurso para la reforma de la Plaza Pio XII, cerca de la Gran Vía, al inicio del término municipal de Sant Adrià del Besós, el Ayuntamiento nos propuso iniciar un proceso de trabajo que incorporara a la Asociación de Vecinos del barrio. La participación vecinal en un proyecto de arquitectura es algo que no es común hoy en Barcelona, y era aún menos común en aquella época. Con las primeras ideas sobre el futuro del lugar, se preparó una sesión informativa en la misma plaza objeto del proyecto, con el fin de ver si estaban contentos con él, y pudieran sugerir aspectos a incorporar.
Sábana, bafles y maqueta
El primer capítulo del proceso tuvo lugar en un ambiente festivo: los vecinos colgaron una sábana en la plaza, y nosotros llevábamos el proyector y la maqueta. La Asociación de Vecinos llevó unos bafles con ruedas, y mientras esperábamos a que oscureciera fueron poniendo música, canciones de verano, y con micrófonos de vez en cuando iban anunciando la “Reunión del Parque (el nombre de la plaza, que aún quedaba desde la época de construcción de los polígonos de vivienda en la zona)… quien quiera informarse sobre el proyecto… se explicará esta tarde a las siete.” Cuando empezó a bajar la luz, comenzó la proyección de diapositivas de la propuesta, en medio de la plaza.
Los vecinos seguían la explicación y se acercaban a tocar la maqueta, el Regidor de Urbanismo del Ayuntamiento dirigía la reunión y, con la ayuda de un solo micrófono, daba paso ordenado a las preguntas y respuestas. Cada vez llegaba más gente, hasta reunirnos unas doscientas personas.
Comisión de seguimiento
En la sesión al aire libre en la plaza se preparó el siguiente paso: formar una comisión de seguimiento, con la que iríamos encontrándonos regularmente a lo largo de los seis meses siguientes. La idea era que los vecinos pasaran las propuestas y preocupaciones a los miembros de la comisión, para que ellos nos las trasladaran a nosotros, que iríamos detallando y modificando el proyecto progresivamente.
Hubo cerca de cinco reuniones de este tipo, algunas en la plaza y otras en el local de la Asociación de Vecinos. Después de cada reunión, teníamos una lista de temas que los vecinos no veían claros en el proyecto, o que creían que aún se debían incorporar.
Los temas eran bien concretos: el pavimento antideslizante para evitar los resbalones con la humedad del invierno, la separación de las zonas de niños y de adultos, la necesidad de evitar vegetación baja con tal de que los vendedores de droga de la zona no la utilizaran como escondrijo, pues en aquel momento la plaza era escenario habitual de intercambios de este tipo. Se habló sobre qué vegetación se plantaría: los eucaliptos, que se colocarían donde la plaza gira la esquina; la conservación de los sauces, que quedarían entre los nuevos estacionamientos de coches; la conservación de tres palmeras plantadas hacía años por una vecina, coincidiendo con el nacimiento de sus tres hijos; las hileras de tilos en uno de los márgenes.
También se discutió sobre otros asuntos: la necesidad de un paso para vehículos motorizados (ambulancias, reparto comercial, etcétera) paralelo a la fachada del edificio, la colocación de las mesas de los bares que tienen fachada directa a la plaza, la ubicación de los puntos de recolección de la basura, el diseño de los bancos (reciclando los existentes). Se acordó que una línea de pérgolas menores del proyecto de concurso desaparecería, mientras que la pérgola principal se conservaba tal como se había propuesto en el anteproyecto: los vecinos, que siempre se habían sentido en un no man’s land en la frontera de Sant Adrià y Barcelona, no querían renunciar a un elemento que podría ayudar a dar identidad a la nueva plaza.
Estas reuniones ayudaron mucho a dar forma al proyecto, ya que al responder nosotros con dibujos a las listas de requisitos de los vecinos, poco a poco se fue formando una confianza en que juntos estábamos construyendo un proyecto muy completo para ese lugar.
La maqueta en el escaparate
Todo se fue concretando en un calendario que se inició con las reuniones y modificaciones del anteproyecto, de mayo a diciembre de 2002, hasta la entrega del proyecto ejecutivo a mediados de 2003. Las obras empezaron a finales de aquel año y duraron hasta finales de 2004 y, en el transcurso de los trabajos, una maqueta y varias perspectivas se colocaron en el escaparate de un taller mecánico de la plaza, para que las personas pudieran ver el aspecto final del conjunto. A lo largo de las diferentes fases de las obras los representantes de los vecinos estuvieron pendientes del avance y, a título individual o a través de la comisión de seguimiento, continuaron participando en el proyecto con observaciones, preguntas y comentarios que a lo largo de las visitas de obra nos iban haciendo.
Transmitían en las dos direcciones los temas que preocupaban a los vecinos y los temas internos de la obra, así que su papel fue fundamental para tener informado al barrio y ayudó a que una vez finalizada la plaza, ésta fuera incorporada al uso diario rápidamente.
Las líneas de cruce que aparecen en los primeros croquis van tomando espesor y se convierten en bordillos, bancos y barandillas, pérgolas y luces, cintas que envuelven espacios de juego o ellas mismas son un juego, como los hula-hoops que rodean a los árboles granates. El gran volumen de aire del lugar se rodea a nivel peatonal con estos primeros lazos, que a veces son obstáculo y otras casi transparentes.
La plaza se ubica al final de la ciudad, justo antes que la Gran Vía cruce el río Besòs. Infraestructuras como la Ronda Litoral, las vías del ferrocarril o los campos deportivos del borde del río, se suman a otros cruces –peatonales y vehiculares– que atraviesan esta avenida transversalmente. Aparece poco a poco un enorme vacío, un horizonte muy extenso que no es propio del interior de la ciudad, sino de un borde, de un final con amplios terrenos y explanadas que acaban más allá, en el nudo de las rondas. Ese espacio público pertenece más a la realidad abierta y suburbana que se abre frente a él, con un cielo sin límites, que a la ciudad que le queda a sus espaldas. Antes de la intervención, una calle atravesaba la plaza, separando la acera de la zona de juegos para niños. Al eliminar la calle, el proyecto llevó todo el espacio público hacia las viviendas, y así la relación con las porterías pasó a ser muy directa, en continuidad. La plaza se convirtió en una extensión de los vestíbulos de planta baja y de los bares, que colocan sus terrazas junto a los juegos.
Por la plaza cruzan los materiales del “uniforme urbano” que se acercan a ella: las baldosas de las aceras, el asfalto granate, los pasos cebras. Todo lo que nos llega de la ciudad se estira y entra a la plaza, la cruza y continúa. El pavimento granate del puente sobre la Gran Vía da el color al grupo de árboles que ayudan a cruzar, y cuando éstos pierden inercia, comienza la pérgola: las copas de los pequeños árboles granate y rosa cambian al verde y lila de las glicinas, siempre a la misma altura, unos cinco metros del suelo. La pérgola acompaña el cruce de la plaza por el camino rojo central, pasando por dos areneros: uno que recibe sol de mañana y otro sol de tarde.
Diseño industrial: manipulando elementos estándar.
Las piezas de baldosa gris de la acera se colocan siguiendo un dibujo continuo de largas líneas en una curva muy suave, que acompaña todo el paseo; las columnas de las luces de calle se adaptan al diseño de las farolas y las pérgolas; los tubos de acero dibujan barandillas que juegan hula-hoop con los árboles y que sirven para que los niños puedan hacer acrobacias; unas gradas para adolescentes están formadas por tres líneas paralelas de tubos redondos, colocados a distintas alturas, que se acomodan a las posiciones del cuerpo. Unos hula-hoop que rodean los tilos se interseccionan con las gradas, ayudando a generar reuniones espontáneas de jóvenes a su alrededor.
Mientras pensábamos el quiosco de helados y caramelos, nos enteramos que unos jóvenes australianos se habían instalado en el casco antiguo de Barcelona y hacían caramelos “en vivo”, en una tienda llamada Papabubble. Los fuimos a ver, el local estaba lleno de niños recién salidos de la escuela. Compramos caramelos de franjas blancas y rojas que nos recordaban a los pasos cebra que estábamos dibujando. Nos gustaba que el color estuviera en el propio caramelo, sin envoltorio. Quisimos llevar a nuestro quiosco algo de esos colores de azúcar rebotando entre ellos al colocarlos a granel: el quiosco se convirtió en un caramelo gigante.
El interior está organizado para contener todas las neveras que Manolo, el quiosquero, necesitaba para hacerlo funcionar. Por lo tanto, la dimensión final en planta y sección está definida combinando lo que tenía que ocupar en el espacio público, con lo necesario para hacer posible la actividad de venta.