Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
27 agosto, 2018
por Juan Palomar Verea
Theo Crosby (qepd) y Sir David Adjaye son dos autoridades mundiales en el terreno de la arquitectura y la ciudad. Ambos, desprejuiciados y viendo con detenimiento por primera vez Guadalajara, opinaron que la Plaza Tapatía es un gran logro.
Cuando quien esto escribe era muy joven fue conminado por su maestro, el arquitecto Felipe Covarrubias, a darle una vuelta por la ciudad al célebre arquitecto y teórico de la ciudad inglés Theo Crosby. Era, quizás, 1983. La Plaza Tapatía estaba recién estrenada y era la moda de todo el mundillo arquitectónico —moda que dura hasta hoy— decir horrores de tal intervención, idea de Ignacio Díaz Morales, que va desde el Teatro Degollado y remata en el Hospicio Cabañas, luego de la demolición de doce manzanas de las que solamente quedaron tres fincas patrimoniales: el Rincón del Diablo y otras dos, todas por Morelos.
Dentro de la ebullición que la enorme obra generó, en la escuela de arquitectura del Iteso se plantearon, inclusive, varias propuestas alternas, todas dejando la Plaza de Toros el Progreso en su lugar. Tales fueron los antecedentes con los que, llegando a la Plaza Tapatía, el bisoño arquitecto quiso poner al tanto a Crosby. Éste pidió silencio y se dedicó a recorrer con cuidado la plaza. Al final, el veredicto: le pareció muy bien lograda como renovación urbana. Azoro total del muchacho.
Muy recientemente, casi 35 años después, sir David Adjaye, arquitecto británico con origen en Ghana, nominado por la revista Time como una de las cien personas más influyentes del planeta, fue paseado por el centro, y recorrió de punta a punta la Plaza Tapatía. Su opinión fue que era altamente satisfactoria. Ya no tanto azoro.
¿Por qué entonces la Plaza Tapatía es la pluma de vomitar del establishment arquitectónico y conservacionista de la ciudad? Probablemente por sumarse a los pareceres en boga, y por no conocer bien los antecedentes de la intervención. En su proyecto original el conjunto incluía un significativo componente de vivienda (cancelado por presiones de los comerciantes) y fluidas conexiones con la Alameda o Parque Morelos. De esa carencia deriva el objetivo aislamiento del actual complejo y su condición desértica y peligrosa en las noches. También incluía la Plaza de Toros (demolida por su propietario, don Ignacio García Aceves). Para la expresión arquitectónica se pidió a Ignacio Díaz Morales, quien se negó en redondo, su asesoría para las fachadas, ejecutadas luego bajo la influencia de los racionalistas italianos (Rossi, Grassi, Gregotti et al). De allí tal vez su relativo acartonamiento.
Hay que decir, en justicia y de primera mano que el contenido edificado que existía en las doce manzanas era de mediocre para abajo, y su ambiente urbano peor. Algunas, muy pocas, fincas de valía, de entre las que se preservaron y restauraron las tres mencionadas. Edificaciones notables como el viejo colegio del Sagrado Corazón y el Hospital Vázquez Arroyo (ambas por la calle del Hospicio) había sido ya lastimosamente demolidas sin que, por cierto, ni el Inah ni el Inba, dijeran esta boca es mía. Algunas otras escasas edificaciones de valía fueron efectivamente perdidas. Obviamente la traza urbana histórica fue en su mayor parte modificada.
Primero, desde los años sesenta, hubo la idea de Díaz Morales. Cuando el gobernador Flavio Romero de Velasco decidió llevar adelante el esquema se organizó un concurso, a la cabeza de cuyos equipos participantes estuvieron Federico González Gortázar, Salvador de Alba, José Manuel Gómez Vázquez Aldana, el propio Díaz Morales, y José Pliego (si la memoria no falla). Al final éste último, con sus colaboradores llevó adelante el poyecto.
Desde el gobierno de Jalisco, estuvo al frente el arquitecto Juan Gil Elizondo, quien realizó una inédita labor de concertación económica y social. Por cierto que este esquema fue de inmediato seguido para la Macroplaza de Monterrey y a la fecha es retomado en diversas ciudades. Fue el primer ejercicio de renovación urbana en el país con participación público-privada. Fue auxiliado en estas tareas por el arquitecto Alberto Leonel de Cervantes.
El equipo del proyecto ejecutado estuvo integrado por José Pliego, Fabián Medina, Ignacio Vázquez Ceseña, y muchos otros colaboradores. La intervención incluyó abundante arte urbano, algunas cosas afortunadas y otras muy discutibles como el monumento a la cola de puerco que ocupó un lugar prominente para lambisconear al presidente López Portillo (junto con los buenos caballos de Jorge de la Peña que se debieron quedar en el jardín al sur del hospicio) dadas las veleidades prehispánicas y ecuestres del mandatario.
Así que, siguiendo a Crosby y a Adjaye, habría que repensar la Plaza Tapatía dejando de lado el lastre de los lugares comunes. Se podría así mejorarla y ratificarla como un valioso componente del centro. Incorporar vivienda adecuada (como lo propuso hace años el Procurador Urbano arquitecto Gabriel Casillas Moreno), limpiar muy bien y regular los giros, conectar vigorosamente la plaza con la Alameda y mejorar los barrios circunvecinos. Pero mientras se mantengan los dogmas bienpensantes esto será dificultoso.
Contamos con lo que tenemos. Los espacios actuales, no obstante sus detractores, son copiosamente utilizados y gozados por propios y extraños, sobre todo de día. Negarlo es muy poco inteligente. La Plaza Tapatía puede ser una mucho mejor realidad. Abandonemos prejuicios y rencores históricos y trabajemos.
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