Las casas en el paisaje: Alberto Ponis (1933-2024)
Alberto Ponis ha fallecido a los 91 años. El último número de Croquis llegó tarde como reconocimiento a un personaje [...]
🎄📚Las compras realizadas a partir del 19 de diciembre serán enviadas a despues de la segunda semana de enero de 2025. 🎅📖
¡Felices fiestas!
8 septiembre, 2022
por Pablo Lazo
En 2013, se publicó el libro del economista francés Thomas Piketty El Capital en el siglo XXI.[1] Si le creemos a Piketty, el gran sueño del modelo económico preponderante del siglo XX es aquel en donde el sistema trabaja para el interés común y en el que los beneficios sirven para mejorar el nivel de vida de los grupos más desfavorecidos. Así, Piketty se convertía en el primer economista en dejar en evidencia las teorías de Keynes, que resultaron en el capitalismo, en donde los efectos de la desigualdad de riqueza son piedra angular del todo el sistema económico.
A nivel global, sólo por un breve periodo, tres o cuatro décadas después de 1945, dos guerras mundiales y tremendas insurrecciones sociales, a través del comunismo, fue que los trabajadores comunes y corrientes mejoraron su nivel económico más rápido que los poseedores de grandes capitales. En México, fue justamente el periodo entre 1940 a 1965 en donde la calidad de vida del trabajador mexicano mejoró notablemente.
Las teorías económicas de Piketty —y su narrativa de la historia económica— tienen gran relación con el proyecto de la arquitectura moderna en México. Si uno observa delicadamente el surgimiento de la modernidad en la arquitectura mexicana y los multifamiliares[2] coincide con el momento que Piketty identifica como el periodo de mayor movilidad social. Si bien el proyecto moderno en la arquitectura de México tiene grandes influencias de Le Corbusier, Ludwig Hillberseimer y Hannes Meyer entre otros,[3] es difícil no identificar la ideología del proyecto de arquitectura moderna en México —y en específico la arquitectura de los multifamiliares— como la gran ilusión edificada para buscar una movilidad social a gran escala. Veámoslo en detalle en el contexto de México. Durante las dos décadas que siguieron a la Revolución Mexicana —a partir de 1917—, los rendimientos del capital disfrutan de una cómoda ventaja sobre el crecimiento económico; a partir de 1938 y hasta 1965 esta relación se invierte.[4] Al igual que en Europa, en México este periodo no sólo significa un drástico cambio en la economía sino también denota una transformación cultural, justo en sincronía con el surgimiento de la visión modernista. Aquello que en Europa nació dos décadas antes, bajo el Manifiesto Futurista, publicado en 1909,[5] en México comienza a transpirar en la cultura y la arquitectura hacia 1935. En 1939, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia publica el libro El Maquinismo, la vida y la arquitectura,[6] en el que reflexiona sobre el acelerado cambio en la vida y, en consecuencia, en la arquitectura. Como el manifiesto futurista, Obregón aboga por la velocidad en los sistemas constructivos y la maquinaria como herramienta clave para el cambio, todo ello para buscar un gran despertar de la modernidad bajo un agresivo proceso cultural de revitalización.
Toda esta creencia en la gran promesa de la modernización prácticamente continuó durante el resto del siglo XX, alternándose entre periodos de brutal violencia —varios conflictos armados—, y momentos de modelos utópicos de desarrollo. Estos últimos, esperaban desplegar vorazmente el desarrollo industrializado para el bien común, como la vivienda social.[7] En México, si bien una de las herencias de la Revolución fue la repartición de la tierra, a partir de 1935,[8] el proyecto moderno junto con la idea nacionalista de desarrollo, buscó empoderar a los trabajadores bajo la “promesa” de tener una vivienda digna. Todo ello en contraste con la imagen de la vecindad anquilosada de los tiempos pre-revolucionarios.
En Arquitectura, grupos como el Team 10, el CIAM, Archizoom y los Futuristas buscaron este progreso a través de la ruptura con el pasado. En México, la arquitectura moderna fraguó el cambio a través de la redefinición de la vivienda social mediante la concepción del multifamiliar.[9] Quizá de forma un tanto brutalista y grotesca, tanto las visiones de los movimientos en Europa, como las primeras apuestas por la vivienda para los trabajadores en México, denotaron que el progreso y la mejor calidad de vida venían con un alto precio. Por ello que esta ecología metropolitana, es mejor entendida desde su fenómeno vivencial, la multifamiliaridad, y es también clave para entender el urbanismo del Valle de México.
Estas representaciones de la arquitectura moderna se pueden tomar con cierto impulso trágico o cómico y pensar que, en aquel momento, la ciudad de México si podría (y debía incorporar esta nueva forma de edificación o tipología) satisfacer la demanda de vivienda. Además demostraba una solución integral ante los desafíos de la ciudad en cuestión de servicios sociales.[10] La evolución hacia el Centro Urbano Presidente Alemán (CUPA) tuvo que comenzar en otra parte. El cambio de paradigma que llegó a México para buscar satisfacer la demanda de vivienda obrera, cuyo primer ejemplo es de Juan Legarreta, no fue más que el inicio de una gran transformación en el modo de vida del trabajador mexicano. Más adelante, el multifamiliar —como tipología urbana, que podía atender la vivienda del trabajador— llegó con un gasto público sin precedente.
Sólo hasta mediados de la década de los 80, la participación directa en el diseño y la construcción de vivienda social del sector público —principalmente a través del Infonavit— comenzó a disminuir notablemente. Los graves daños ocasionados por el sismo de 1985 conllevaron en cierta forma la desacreditación del multifamiliar como proyecto de vivienda social. Después del sismo, las visiones para atender la demanda de vivienda social en México se desdoblan hacia la periferia, generando una explosión de arquitectura de bajo coste cuya tipología —coincidentemente— retornaba a la casita (o choza) semi-rural, pero ahora implantada en los suburbios de las ciudades y con materiales de producción masiva. El gran movimiento moderno, prefigurado con aquellos pensamientos futuristas y arquitectos como Obregón Santacilia, Mario Pani, Salvador Ortega, Jorge Cuevas, Fernando Hernández, Alejandro Prieto, José María Gutiérrez, entre otros, dejaba su legado para dar entrada a las grandes constructoras de vivienda.
La tesis central de Piketty respecto a el poder de retorno de la riqueza sobre los ingresos es la demostración —en términos de desarrollo inmobiliario— de lo que ha sucedido con el modelo de producción de vivienda social en México desde el inicio de los años 90. Aunque la capacidad de adquirir y poseer una vivienda se ha incrementado constantemente, el producto —la casa— ha venido perdiendo su valor real para el trabajador.[11] No así para los productores de vivienda quienes, a diferencia del modelo del multifamiliar, sólo persiguen un retorno financiero dentro del proceso de producción de vivienda.
La edificación diseñada y construida realmente no tiene como finalidad la habitabilidad sino la posesión de algo (una casita con la esperanza de que con el tiempo incremente su valor en vez de su utilidad a lo largo del tiempo). El arquitecto es desplazado por el economista y su labor —la arquitectura— conlleva a diseños inexplicables e inverosímiles los cuales los mismos arquitectos tratan de explicar. La lógica del edificio no persigue más su intención de uso, sino que sirve principalmente para promover el deseo de un retorno económico. El valor del diseño y de la construcción, no radica en su arquitectura sino en el valor de mercado.
El sistema de vivienda masiva en la Ciudad de México tuvo su origen entre los años 1945 y 1960 impulsados principalmente por la Dirección de General de Pensiones Civiles para el Retiro (DGPCR), hoy Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE).[12] El programa fue creado para abordar como insignia de progreso, la creciente demanda de vivienda colectiva de la capital. Si bien el modelo había sido ampliamente experimentado en Europa entre 1930 y 1950, la idea nunca considero el convertirse en un nodo urbano dentro de una ciudad en crecimiento.
Ciertamente, la presencia urbana de esta arquitectura sirvió a su vez como icono del progreso, materializado en la tecnología constructiva, pero además fueron colocados estratégicamente en los bordes urbanos de una ciudad en expansión, ya bien localizados en la cercanía de infraestructura vial o en los límites políticos de la mancha urbana de 1950. La localización de todos ellos fue estratégica con relación a donde la DGPPR tenia tierras disponibles y la ciudad crecía.[13] De los 15 centros 8 fueron localizados en el perímetro urbano de la ciudad en 1950 y 6 de ellos en a la proximidad a una vía primaria —Periférico, Calzada de Tlalpan o Fray Servando. Difícilmente se pensó en que, en la realidad, debido a su densidad poblacional y edificatoria, funcionarían como polos individuales de desarrollo.
Entre la realidad de la demanda y la esperanza soñada de tener una casa, la provisión de vivienda social en la CDMX y su área metropolitana discutiblemente se debate entre tres estrategias: la recuperación del multifamiliar como tipología compacta y con usos mixtos, la vivienda unifamiliar en la periferia y de producción masiva y la autoconstrucción.[14] Mientras que la última carece de una estrategia integral, robusta y es de poco alcance ya que solo el 17% del total de las unidades existentes tienen una certificación de propiedad del suelo[15] y en donde los servicios públicos son insuficientes, las dos primeras poseen una lógica operativa binaria: La primera apuesta por la calidad —retomando el modelo de la modernidad de manzana compacta— pero en una localización donde el valor del suelo la inviabiliza, y la segunda usurpa la calidad y la remplaza por un esquema capitalista para satisfacer la demanda mediante un sistema de producción masivo a bajo costo.
Considerando el altísimo costo de la expansión de la huella urbana en el valle de México, por más paradójico que resulte, el multifamiliar y su forma de vida —la multifamiliaridad— se ha revalorizado tanto por su centralidad como por generar cierta cohesión social y probablemente sea la única solución sostenible en el largo plazo, ante la falta de vivienda social en la Ciudad de México. Esta revalorización del modo de vida del multifamiliar además conlleva a demostrar que es posible acomodar un elevado porcentaje de la demanda de vivienda asequible dentro de los perímetros consolidados del área urbana de la CDMX utilizando esta tipología y la forma de vida que se genera de ella en el sentido de proximidad a servicios urbanos, caminabilidad, cohesión social y valorización de la propiedad misma.
Es aquí donde esta ecología es propositiva, justificada en el anclaje del proyecto del modernismo en Ciudad de México y principalmente en la creación de los sistemas de multifamiliares diseñados y construidos entre 1935 y 1960. Tal y como muestra esta arquitectura, el multifamiliar no resultó ser una mezcla de los estilos ya existentes y el nuevo vocabulario, sino todo un ejercicio de planificación.
La decepción con los multifamiliares —y la planeación económica que venía con ellos— recibieron un tiro de gracia con los graves daños ocasionados por el sismo de 1985. La desacreditación del multifamiliar como proyecto de vivienda y planificación social prácticamente se culmina en 1987 mediante la consolidación de grandes corporaciones privadas para la construcción de vivienda, (casualmente 10 años después de la demolición del conjunto Pruitt-Igoe en Saint Louis, Missouri que varios autores califican como el epítome del movimiento de arquitectura moderna).
La comparativa entre los dos modelos es perversa. La edificación diseñada y construida realmente no tiene como finalidad la habitabilidad sino la posesión de algo (una casita con la esperanza de que con el tiempo incremente su valor en vez de su utilidad a lo largo del tiempo). El arquitecto es desplazado por el economista y su labor -la arquitectura conlleva a diseños inexplicables e inverosímiles los cuales los mismos arquitectos tratan de explicar. La lógica del edificio no persigue más su intención de uso, sino que sirve principalmente para promover el deseo de un retorno económico. El valor del diseño y de la construcción no radica en su arquitectura sino en el valor de mercado.
Barrios dentro de la delegación Benito Juárez, justo donde se encuentra el apoteótico CUPA, y las cuadras en esta zona de la ciudad en promedio tienen una hectárea en superficie, tienen el potencial para acomodar vivienda social en cantidades considerables. En la colonia Doctores, casi un tercio de todas las propiedades tiene algún estado de degradación o subutilización. En este tipo de terrenos se puede construir hasta cuarenta unidades de vivienda asequible en caso de que la estructura de propiedad de suelo sea adecuada para ello.
La gran disyuntiva es a que densidad se puede crear vivienda asequible intraurbana
Para entender si caben o no nuevas unidades de vivienda asequible en la Ciudad de Mexico uno tiene que preguntarse cuál sería la densidad habitacional que debería tener en promedio nuestra ciudad. Una referencia podria ser tomada de la densidad en algunas ciudades europeas. La agencia Europea de datos geoestadisticos, tiene disponible una base de datos que divide el continente en una trama formada por cuadrados de 100 hectáreas cada uno (1 km2), y estima la población de cada cuadrado cada 5 años.[16] Tomando los cinco paises más poblados de europa (Alemania, Francia, España, UK e Italia) sólo hay 3km2 en sus territorios urbanos que supera los 50mil habitantes por km2. La maxima densidad alcanzada se da en una zona de Barcelona con poco mas de 53mil hab/km2. Y solo el 0.5% de la población de estos paises vive en densidades superiores a 400 hab/ha.
El planteamiento de esta ecologia metropolitana busca revisar si hay alternativas para la construcción y/o colocación de vivienda asequible en el tejido urbano actual de CDMX, sin crecer la mancha urbana y a qué densidad evitar el deterioro de la estructura urbana de servicios, bienestar y calidad de vida y espacio público. El siglo XX nos demostró que el pensamiento utópico no llega muy lejos. Los resultados, algunos de ellos precarios y otros, como el caso de los multifamiliares en Ciudad de México, tuvieron enormes consecuencias positivas. Si el curso de la historia es dialéctico, ¿qué es lo que sigue entonces? ¿Será posible que el siglo XIX no incluya utopías? Si es así, ¿cuál es el riesgo al que nos enfrentamos? Al parecer, retornaremos a la idea patrimonialista del capitalismo, como nos lo indico Picketty. Con ello, el propósito social de la arquitectura, aquel identificado con el esfuerzo por establecer un aceptable nivel de vida para todos, es una cosa del pasado.
Esta ecología, la más arquitectónica, y con sus ejemplos emblemáticos ya presentes en la ciudad, y los que están por venir si los esfuerzos se enfocan en resolver las trabas legales y económicas, probablemente sea la vía por la que la arquitectura retome un propósito social y devele la única solución ante la falta de vivienda asequible en la Ciudad de México.
Notas
1. Piketty T.; El Capital en el Siglo XIX, Ed castellano, FCE, México, 2015
2. El termino “multifamiliar” deriva de la intención en el proyecto por acomodar centenares de familias en una misma supermanzana. La Ciudad Obrera, proyectada por Hannes Meyer durante su corta estadia en México entre 1938 y 1941 comienza a utlizar el termino al referirse a los bloques propuestos para acomodar a más de cien familias por bloque.
3. “Dislocating Modernity, Hanes Meyer in México”, AA Files 57, Londres, 2005
4. Piketty T.; El Capital en el Siglo XI; pag 356, fig 10, 10 Ed castellano, FCE, México, 2015
5. El Manifiesto Futurista fue publicado en 1909 en el diario francés Le Figaro. Su autor fue el poeta italiano, Filippo Tommaso Marinetti.
6. El Maquinismo la vida y la arquitectura, ensayo; Carlos Obregón Santacilia, Letras de México, 1939
7. Véase la Ciudad Industrial de Tony Garnier, presentada en 1917.
8. Legislación e instituciones agrarias en México, 1911-1924; Laura Guillermina Gómez Santana; https://revistas.unal.edu.co/index.php/achsc/article/download/38771/41463, consultado en Octubre 2020
9. El posible origen del termino “multifamiliar” parte de un proceso evolutivo desde el concepto de la Cuidad Obrera, desarrollado por los arquitectos Raúl Cacho, Enrique Guerrero, Alberto T. Arai, Carlos Leduc, Ricardo Rivas, Balbino Hernández y Enrique Yáñez quienes en 1938 crean la Unión de Arquitectos Socialistas, con clara afinidad a la arquitectura basada en la economía de la función y a la vez técnicamente moderna. Más adelante, con la llegada del ex director de la Bauhaus a México, Hannes Meyer, se consolida la idea de crear un modelo de urbanismo que integre las funciones de vivienda, educación y empleo. El primer proyecto en reflejar esto, es el conjunto habitacional Lomas de Becerra el cual, podría identificarse como el primer multifamiliar.
10. Aquí, debemos recordar que el CUPA en su proyecto original tenia una escuela, guardería, alberca, tiendas de abasto, entre otros servicios urbanos
11. La pérdida del valor social de la vivienda; Esther Maya Pérez, Universidad Nacional Autónoma de México. Y Elvira Maycotte Panzsa, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Vol2, No. 2, 2011
12. Gómez Porter P., GESTIÓN DE UNIDADES HABITACIONALES DE LA MODERNIDAD EN MÉXICO, en Editorial Restauro Compás y Canto, México, 2020
13. Sambricio, C, Ibidem.
14. Practicamente estos tres modelos son los que han generado toda la vivienda social desde 1930.
15. CANADEVI, informe 2017: La situación de la vivienda social en México, pp 122.
Alberto Ponis ha fallecido a los 91 años. El último número de Croquis llegó tarde como reconocimiento a un personaje [...]
Acaba de publicarse el número más reciente de la revista Arquine 108 — Suelos, en la que, por coincidencia, aparecerá [...]