De la interconexión (y las dimensiones) al amor tácito: una conversación con Damián Ortega
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¡Felices fiestas!
10 julio, 2013
por Mariana Barrón | Twitter: marianne_petite | Instagram: marianne_petite
La reconocemos, la transitamos, otros la vivimos y otros aún no la han conocido. El tema de la autoconstrucción en ciudad de México, dependiendo de quien la experimente, es un “asunto” que va más allá del nivel público-estatal. Es el Estado quien hace la “labor” de regulación de terrenos, servicios y medidas de seguridad que se necesitan para llevar a cabo una edificación en una ciudad tan fenomenológica como esta. Por lo general, estos núcleos autoconstruidos se encuentran en las periferias de la ciudad; cada una característica de su ubicación: las de oriente, las sureñas, norte y poniente, unas se inundan menos que otras y otras son menos inseguras que las demás. Con el tiempo las autoridades han hecho la labor – buena o no – de conectarlas con los centros de actividad, siendo de cierta manera “incluyentes”, mas no siempre entendiendo las verdaderas necesidades de los sectores.
La concepción de lo auto-construible se puede entender como un acto que parte de la nada y se expande constantemente, donde se piensa que la tierra es habitable y se toma – casi siempre de manera ilegal –, pero que cumple con las necesidades de los individuos en ese preciso instante. Es donde los resultados pueden ser catastróficos para unos o interesantes como laboratorios de observación y estudio para otros; Así se debaten antropólogos, sociólogos, urbanistas, arquitectos, y más allá los artistas, como bien lo expuso el crítico e historiador de arte Hal Foster: “el artista considera la cultura como un texto a interpretar y de la mano de los estudios culturales se sirve de las herramientas del arte para incursionar en terrenos ajenos, en el terreno del otro e indagar acerca de las posibles relaciones entre la cultura y las prácticas artísticas”.
En este caso, Abraham Cruzvillegas, artista mexicano cuyo trabajo ha sido expuesto en la Tate Modern, el New Museum de N.Y., en distintas bienales de arte, como la de Mercosur o la Habana, y que este año presentó su trabajo en el Museo Experimental El Eco – diseñado por el arquitecto Mathias Goeritz –, es quien, desde 2009, ha ido elaborando diversas percepciones sobre la autoconstrucción. Su experiencia comienza al vivir la expansión desacelerada de la Ciudad de México de los años 70. Su familia se ubicó en lo que eran las afueras del sur de la ciudad y fue apropiándose de lo que aparentemente no tenía dueño hasta que, con los años, el proceso se fue haciendo colectivo y expansivo creando colonias y barrios. Su trabajo van desde lo material, coleccionando herramientas y utilizando los elementos del lugar, hasta pensar en la noción de los inconcluso – “lo definitivamente no terminado” de Marcel Duchamp, como Cruzvillegas lo plantea – de manera en que éstas construcciones autogestoras están a la espera de algo más, teniendo así una identidad inacabada; la casa que espera un nuevo nivel y que se va generando dependiendo de las necesidades humanas. De algo material – la casa – hasta definir lo inmaterial, algo llamado identidad que al parecer no termina de construirse, como la propia casa en autoconstrucción. Es curioso como un artista mexicano plantea preguntas que definen la situación constante de los panoramas a los que nos afrontamos y los lleva a la experimentación multicultural realizando ejercicios parecidos en otros contextos –Londres o Paris – o bien experimenta con otros soportes – música y video –. Aquí podríamos preguntarnos ¿dónde queda nuestra posición arquitectónica? ¿estamos descifrando bien este texto que la sociedad escribe? O simplemente estamos creando cadáveres exquisitos. Pongámonos bien los lentes y leamos atentos, al menos para realizar experimentos en estos laboratorios donde se auto-construyan nuevos discursos arquitectónicos o bien de identidad. Leamos.
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