La selva domesticada
La casa que Ludwig Wittgenstein proyectó para su hermana era un manifesto, una propuesta, una reinterpretación desnuda y protomoderna de [...]
12 junio, 2017
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Desde estas páginas siempre hemos defendido la necesidad e importancia de los concursos, tanto restringidos o por invitación, como abiertos y anónimos. De estos últimos decíamos en Arquine 2, que requieren de mucho rigor desde la confección del programa hasta la elección del jurado, a sabiendas que un buen jurado es el aval de un buen concurso. El concurso abierto, decíamos, es una apuesta de riesgo y de transparencia democrática.
El concurso para la rehabilitación del Zócalo, en cambio, ha sido convocado a las carreras, sin el apoyo del Colegio de Arquitectos ni de organizaciones internacionales —el Centro Histórico de la Ciudad de México es Patrimonio de la Humanidad— restringiendo su alcance al ámbito nacional. Ese prevé que el concurso se desarrollará en dos fases: en la primera, los casi doscientos participantes serán valorados por un jurado local del que sólo la mitad está conformada por arquitectos. Una selección de las mejores ideas pasará a ser juzgada por arquitectos renombre internacional junto con los miembros del jurado anterior. De los tres notables arquitectos que se incorporan a esta fase, liberándose de la fatiga de ver todos los trabajos —con el riesgo de que se hayan descartado los mejores— sólo dos han confirmado su participación: Maki y Salmona.
Todo hace pensar que estamos ante prisas electoralistas —la urgencia por dejar algo impactante, de hecho— cuando los problemas de la ciudad son infinitos e infinitas las propuestas lúcidas y consistentes que se podrían sugerir. Más allá de cuestionarnos si tenemos políticos que miren hacia el futuro, cabe preguntarnos si los arquitectos lo hacemos: hasta ahora hemos sido incapaces de dar respuestas al importante tema tipológico de la vivienda popular, habiendo sido excluidos de los procesos decisiones; los promotores de los grandes centros comerciales prescinden de todo asesoramiento arquitectónico, salvo a la hora final de añadir alguna moldura —a gran escala, eso sí— de las nuevas fachadas; así como en materia de diseño urbano, los cruces entre eje, sus áreas residuales capaces de conformar plazas, accesos a estacionamientos, áreas de recreo y demás espacios nuevos —en el hipotético caso de que se plantearan— son adjudicados a los ingenieros.
Pero queda ademas preguntarnos, ¿necesita el Zócalo un concurso? Más grande que la Grand Place de Bruslas, más ordenada que la Plaza Roja de Moscú y más compacta que Tiananmen de Beijing, el Zócalo de la Ciudad de México es una de las mejores grandes plazas urbanas del mundo. Obviamente necesita no sólo reparaciones, como toda la ciudad, sino mejoras que atiendan a las circulaciones, estacionamiento de camiones turísticos, y tengan capacidad de respuesta a las varias actividades que alberga a lo largo del año, como festividades, manifestaciones y áreas lúdico-turísticas en terrazas de cafeterías, restaurantes y andadores. Necesita intervenciones que sean fruto de trabajo desarrollado entre vecinos, políticos, economistas, ingenieros y arquitectos.
El Zócalo debe ser un soporte vivo de actividades urbanas. En lugar de verter ideas vanidosas e inspiradas para este maravilloso vacío urbano, inundándolo, hallando sus ejes, enfatizando su carga simbólica (o demás intentos de dudosa recuperación histórica), la intelligenzia arquitectónica del país, en un acto de complicidad fatua y estéril con el poder, hace gala de su inutilidad social y, quizás cegada por la ilusión de participar, dé muestras brillantes y elocuentes de maquillaje urbano.
Los resultados del concurso se publicaron en el siguiente número de la revista, verano de 1999, y pueden verse aquí.
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