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Prácticas paralelas (2/2)

Prácticas paralelas (2/2)

14 octubre, 2024
por Arquine

El panel de "Prácticas Paralelas". Al fondo y de izquierda a derecha: Pablo Goldin Marcovich, Jose Pablo Ambrosi, Nicolay Boyadjiev, Vicente Guallart, Isadora Hastings y Elena Tudela. Foto: by Jasso.

En el marco del festival Mextrópoli 2024, Isadora Hastings (Cooperación Comunitaria), Elena Tudela (ORU), Vicente Guallart (Urbanitree), Jose Pablo Ambrosi (Taller Capital) y Nicolay Boyadjiev (rearc institute) se reunieron en la mesa de diálogo “Prácticas paralelas”, conducida por Pablo Goldin Marcovich. Presentamos ahora la segunda entrega de este encuentro, cuya primera parte se puede leer aquí.

 

Pablo Goldin Marcovich: Ahora que hablábamos de clientes y comisiones, creo que es interesante que, dada la escala de proyectos en los que ha trabajado una oficina como ORU. Creo que es interesante trabajar a tal escala, ¿cómo se desarrolla tu práctica con estas preocupaciones?

Elena Tudela: En cierto modo, rearc nos ha permitido diseñar el proceso con el que queremos trabajar. No siempre empezamos con un punto de partida. Partimos de un planteamiento muy sistémico de los proyectos, del propio diseño e incluso del territorio. Eso significa proporcionar lo necesario en el territorio para que se produzca una conversación en la que el diseño desempeñe un papel. A veces se trata de comprender la realidad y las complejidades del sitio. A veces es necesario que desarrollemos esta comprensión de lo que es la observación y cómo desempeña un papel en el diseño. Así que también es necesario reconocer la incertidumbre. Y esta es la realidad en la que nos encontramos en un momento en el que se están superando seis de los nueve límites planetarios. No hay fórmulas para resolver estos problemas. Así que tenemos que empezar a probar cosas. Por eso estamos muy contentos con este proyecto de rearc, el Water Intelligence Hub, que es el proyecto del Practice Lab que estamos desarrollando en el río San Felipe (Oaxaca). Quería hablar un poco de cómo este proyecto también nos ha permitido pensar en quiénes somos, hacia dónde queremos ir y entender el diseño como algo que, en cierto modo, definimos como diseñadores. No es que la arquitectura esté grabada en piedra y la gente pueda decir: “soy arquitecto porque hago esto”. Más bien se trata de cómo podemos definir la arquitectura a partir de lo que hacemos. Así es como entendemos nuestra práctica. Nos dedicamos sobre todo al espacio público y colectivo. Así que para nosotros resulta muy relevante entender modelos innovadores de financiación, incluido el modelo rearc, y reforzar de manera constante nuestra capacidad administrativa para lograr proyectos con cierto potencial transformador.

Eso es lo que buscamos. ¿Cómo podemos hacer posibles transformaciones mayores de forma positiva, y siendo conscientes de cómo nuestras decisiones de diseño repercuten en el territorio? A veces nos damos cuenta de que no estamos logrando el impacto que queríamos. Eso también forma parte del aprendizaje. Para nosotros, volver al proyecto y diseñar el propio proceso forma parte del diseño, hasta el punto de que definimos nuestra oficina como un equipo de equipos. Eso ha sido todo un reto en muchos sentidos: por razones financieras, pero también por cómo formamos el equipo para un proyecto específico. Así que ahora se han unido a nosotros algunos colaboradores de Brazilian Cities Catalyst. Acabamos de regresar de un proceso participativo en Miravalle (Iztapalapa), muy similar a lo que estamos haciendo en Oaxaca para el proyecto del Practice Lab, y estamos aprendiendo sobre la marcha. Si estoy entendiendo la postura de Taller Capital, estoy de acuerdo con ellos en el sentido de que estos proyectos invitan a replantearte cuáles son las herramientas del arquitecto. Y, para nosotros, según lo que aprendimos en las escuelas a las que asistimos, estas herramientas se convierten en un conjunto que podemos aplicar a cualquier cosa que diseñemos, ya sea una idea, un mapa, un proceso o, como he dicho, una mesa, lo que sea, o incluso una exposición. Así que se convierten en herramientas que se utilizan de diferentes maneras. Y eso se convierte en parte de nuestra práctica en términos de adaptación: de cómo estamos transformando el mundo, pero también de cómo nos estamos transformando a nosotros mismos como profesionales. ¿Qué significa ser un profesional hoy en día? Como decía Isadora, también intentamos integrar las cuestiones urbanas y medioambientales, que son esferas interdependientes que hemos separado y entendido desde un punto de vista binomial, cuando en realidad necesitamos entenderlas de una manera más íntegra. Así es como funciona la realidad. Han sido las prácticas las que han separado estos dos ámbitos. Así que nosotros nos basamos en el marco de los sistemas sociológicos y los procesos de colaboración para conseguirlo. Y una forma de hacerlo es comprender la historia y el papel que desempeña la evolución de un lugar. Pero esa evolución se explica desde un punto de vista muy narrativo. Es un diseño en sí mismo. Y no es un diseño que provenga sólo de los diseñadores, sino también de las comunidades que han entendido sus territorios y su pasado de una manera muy especial. Se trata de recoger eso y luego averiguar cómo eso se convierte en una conversación con el futuro. Y eso también forma parte del diseño.

De izquierda a derecha: Vicente Guallart, Isadora Hastings y Elena Tudela. Foto: by Jasso

Pablo Goldin Marcovich: Muchas gracias, Elena. Vicente, creo que es muy interesante este tema: hablar un poco de la escala, porque has trabajado en Barcelona y Moscú, o distintas ciudades en China y Corea. Entonces hay una práctica que va de la ciudad hasta proyectos minúsculos, como lo que están haciendo en Valldaura, en esta especie de granja tecnológica, donde hay un pequeño invernadero que ahora está volviendo a crecer a edificios y quizá vuelva a crecer a ciudades. Considero que es interesante hablar contigo sobre todos estos cruces de escala, pero también de posición: desde el gobierno, la academia, la práctica personal y profesional.

Vicente Guallart: En primer lugar, es un placer volver a estar aquí en México, y en este lugar fantástico en el que no había estado nunca [Laguna]. También ver cómo ha ido creciendo Arquine. Yo creo que estuve en un Congreso Arquine en 2010, antes de los congresos Mextrópoli, y creo que es fascinante ver toda la cultura alrededor del proyecto, las discusiones y prototipos que se han ido creando. Tuve la suerte de estudiar en una escuela de arquitectura muy mala. Y, por lo tanto, siempre pensé que se podía mejorar. Lo que hacía era viajar. Nací en Valencia y acabé en Barcelona, en la época de los Juegos Olímpicos y, en realidad, también pensé que había una gran contradicción en lo que nos decían. Nos dejaban leer a estos señores, a Mies van der Rohe, Le Corbusier o Walter Gropius, que hacían cosas increíbles; y en aquella época del posmodernismo lo que se construía era algo lamentable. Culturalmente no había ningún tipo de ambición. Por lo tanto, siempre pensé que sería fascinante vivir en una época de cambio, revolución, transformaciones, etc. Afortunadamente esa época llegó: empecé mi carrera como arquitecto en Barcelona y luego tuve mi despacho; tuve una empresa multimedia (hacíamos una cosa que los más jóvenes no conocerán: CD-ROMs de arquitectura); hicimos algunas de las primeras webs de arquitectura del mundo, cuando el world wide web casi no existía, y por ahí empezó mi conexión con el mundo digital. Luego, en 2000, tuve la oportunidad de fundar con un grupo de amigos el Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña (IAAC), porque creíamos en esta idea de que la educación tenía que ser diferente. Ahora mismo tenemos, cada año, alrededor de 300 estudiantes de 70 países. Siempre ha sido un lugar muy internacional y, por lo tanto, lo más fascinante es poder aprender de la gente joven. Yo enseño porque quiero aprender, y cada año es una aventura diferente.

Estando en el IAAC, siempre explicaba que en realidad somos como las fuerzas especiales, una gente que lleva el último rayo láser, el último robot, que tiene el mejor software. Pero un día me propusieron ser arquitecto jefe de la ciudad de Barcelona y de repente pasé de trabajar en un lugar en donde éramos gente muy especial, muy radical, a un lugar en donde lo que tenías que hacer era gestionar las fuerzas regulares. Es como si a un general de las fuerzas especiales lo ponen a dirigir el tráfico de una ciudad. También estuve trabajando en una época de crisis, después de 2008, con todo el colapso de la economía global, junto a un alcalde que confiaba mucho en nosotros. Hicimos un mantra: “Barcelona ha de ser una ciudad autosuficiente, formada por barrios productivos a velocidad humana, dentro de una ciudad hiperconectada y de cero emisiones”. La primera parte de la frase ha venido a ser lo que se llama ahora “ciudad de los 15 minutos”, la ciudad de los barrios de velocidad humana que en Barcelona dibujamos desde hace años y cuyo término más bien acuñaron en París. Hoy en día, la ciudad de las cero emisiones es el mantra oficial de la Unión Europea, y con el reto del cambio climático hablamos de hacer un continente de cero emisiones; en China hablan de 2060; en México no sé si habláis de estos temas. Por primera vez, desde que yo recuerdo, hay una especie de objetivo entre económico y tecnológico que nos tiene que llevar hacia una situación diferente. Esto se puede comparar con lo que ocurrió hace 100 años exactamente, después de la primera guerra mundial, cuando se fundó la Bauhaus, que fue también un momento de transformación total, donde de repente el hormigón pasaba a ser un material nuevo, había una arquitectura, un nuevo hacer con un nuevo material. Y ahora estamos en una situación similar.

Ahora mismo tenemos un despacho en Barcelona llamado Urbanitree, fundado con Daniel Ibáñez —que es arquitecto también educado en Harvard, ex IAAC—, y ahora mismo desarrollamos proyectos radicalmente ecológicos. Ganamos un concurso, hemos construido el edificio más alto de madera en España, que es un edificio de viviendas sociales. Estamos acabando una escuela en Camerún que siempre me lleva a esta reflexión sobre cuál es nuestra relación con la gente. Cuando estaba en el Ayuntamiento de Barcelona, o trabajabas con la gente o si no la gente te mataba. Lo que ocurre, en general, es que si tú le dices a alguien, como un comerciante, “le voy a peatonalizar la calle, no pasarán coches”, te dirán que es imposible. Pero el día en que lo haces, de repente a este señor le cambias la vida, porque es rico, va mucha más gente, vende más cosas. Aquí en Camerún llegamos con la idea de que era un colegio hecho para unas monjas españolas, pero cuando llegamos ahí les dijimos que íbamos a hacer un edificio de madera aquí. Y dijeron que no, que era imposible, que ellos sólo construían con hormigón. El resultado, como siempre, después de un proceso de diálogo, de comprensión mutua, ha sido esta torre de agua: toda la estructura es de madera, el nicho es de ladrillo comprimido. Es increíble que África, que es el continente que tiene uno de los procesos de urbanización más grandes, esté utilizando recursos que le vienen, principalmente, de China. Es un territorio lleno de unos recursos naturales increíbles que son explotados todavía por la gente extranjera, y lo que hacen es vender ahí los coches de tercera mano y el cemento que ya no queremos en Europa. Entonces, hay un reto muy importante también de encontrar la fórmula de los proyectos en estos lugares.

Después de haber fundado y trabajado en el instituto, trabajamos ahora en Valldaura: somos propietarios de un bosque de 130 hectáreas, y cada año lo que hacemos es volver a esta idea de ser guerreros de fuerzas especiales y, por lo tanto, les enseñamos a los estudiantes a cortar árboles, a producir madera industrializada y hacer edificios industrializados. Creemos que el arquitecto no sólo tiene que diseñar, sino que tiene que aprender de muchas profesiones y tiene que ser como la gente en las fuerzas especiales, que habla 7 idiomas, trabaja con 23 softwares, saber utilizar todos los robots, y al final ser capaz con todo esto de hacer contribuciones y acelerar la transformación allá en donde viva. Ese sería mi estado actual de las cosas.

Pablo Goldin Marcovich. Foto: by Jasso

De izquierda a derecha: Pablo Goldin Marcovich, Jose Pablo Ambrosi, Nicolay Boyadjiev, Vicente Guallart e Isadora Hastings. Foto: by Jasso

El público de Laguna durante la mesa de diálogo “Prácticas paralelas”. Foto: by Jasso

Isadora Hastings (izquierda) y Elena Tudela (derecha). Foto: by Jasso

Pablo Goldin Marcovich: Me gustaría resumir muchos de los temas aquí, creo que es interesante el actual momento. No sólo el momento de esta conversación, sino también el momento de estas prácticas. ¿Cómo ves rearc, tu trabajo y otras obras en estos términos de tiempo de lo que está sucediendo ahora y lo que ocurra, tal vez, en 2050?

Nicolay Boyadjiev: Algo como la arquitectura está en constante transformación. No es que ahora esté cambiando, podría decirse que siempre ha estado cambiando, desde que yo era estudiante y probablemente desde mucho antes. Yo también fui a una escuela de arquitectura bastante mala, pero también fui un mal estudiante de arquitectura. Así que allí hay dos cosas negativas para hacer una positiva, creo, porque en realidad había mucha curiosidad acerca de cómo anticipar el cambio en la profesión y lo que sería necesario para que un diseñador del siglo XXI opere de una manera significativa.

Y creo que lo que está cada vez más claro, que ahora es el momento de lo que llamamos hacer consciencia o participar en el discurso. Podría decirse eso de nuestra generación, pero podría decirse que desde la década de 1970 se ha rebasado este punto. Lo que ha cambiado es la urgencia de intentar definir no sólo el qué y el porqué, sino realmente diseñar nuevos cómos. Considero que esta es la inspiración que hay detrás del laboratorio: hacer prototipos a partir no del qué y el porqué, que son dolorosamente obvios para todos los implicados en sus consecuencias, sino pensar en los cómos del diseño, y creo todos los profesionales de este panel han sido realmente creativos a la hora de definir los cómos. En términos de tiempo, creo que este es el impulso que estoy viendo personalmente. Muchos jóvenes profesionales son cada vez más creativos en el cómo y, por tanto, deben surgir nuevas instituciones para dar cabida a esa energía, de modo que puedan desarrollar su potencial como arquitectos en un cómo muy diferente. Esa es mi rápida reflexión al respecto.

 

Pablo Goldin Marcovich: También considero que, hace 10 años, cuando Vicente vino al Congreso Arquine, era un momento de visualizaciones y renders, como los de Norman Foster de Masdar City; o los de Ciudad Futura de Atlantic College. Así que todos estábamos contentos con este tipo de visiones. Pero ahora creo que es muy importante mostrar, construir cosas, hacer, tender puentes mediante ejemplos, aunque suene religioso. Y en ese sentido, el trabajo de Isidora, o el trabajo de los alumnos de Vicente, es muy claro en mostrar cómo la gente organizada no siempre necesita una solución que sea como un deus ex machina. Isadora, ¿cómo es esta experiencia con personas que no somos constructoras desde el principio, pero nos convertimos en constructoras? ¿Y cómo te conviertes tú también en líder, no sólo reconstruyendo edificios, sino también comunidades rotas?

Isadora Hastings: El trabajo cambia mucho cuando llegamos a una comunidad y la cultura constructiva está viva, porque trabajamos con materiales naturales y locales. La gente sabe en dónde están las tierras, qué funciona para hacer el adobe, o en dónde está la madera que resiste para una estructura y cuál es la que se usa para puertas y ventanas. Cuando la cultura está viva es fácil, porque ellos dan todas las soluciones. El diseño participativo también es muy importante, porque hay distintas técnicas que hay que ir adaptando y adecuando a la cultura, a lo que existe ahí, y lo vamos construyendo en conjunto desde el diseño hasta la planeación, la implementación, el uso y mantenimiento. Me encantaría hablar sobre la pregunta que le hiciste a Nicolay sobre el tiempo, que es muy interesante, porque también estos procesos son de largo aprendizaje requieren más tiempo que sólo llegar y simplemente hacer el qué, el objeto. Eso también implica muchas decisiones que va tomando la comunidad, y lleva tiempo, porque son espacios de diálogo, reflexión y consenso. Cuando metemos a la naturaleza, eso es otro tiempo que necesitamos: trabajar con materiales naturales y locales. Es importantísimo el tiempo de recuperación que le damos a la naturaleza, y todo eso implica un proceso de aprendizaje, distinto de cualquier otra construcción. Ahí regresamos un poco a otra manera de hacer diferente a la inmediatez que vivimos ahora.

 

Pablo Goldin Marcovich: Y en ese sentido, Elena, ¿cómo articulas estos tiempos entre la visión regional y a gran escala para 50 años? ¿Cómo concilias visiones a largo plazo con la necesidad de actuar inmediatamente en tu práctica?

Elena Tudela: Lo que acaban de mencionar me parece muy relevante, porque hay múltiples escalas de tiempo y espacio que hay que contemplar, y cada proyecto debería preguntarse cuál es la escala correcta de tiempo y espacio para hacer frente a distintos objetivos. Porque un proyecto puede perseguir distintos objetivos simultáneamente. ¿Cuál es el objetivo? Para planificar un proyecto hay que empezar a entender qué es lo que hay, hacia dónde quiere ir lo que está ahí, y hacia dónde sería útil o inteligente ir, de manera colectiva. Para nosotros no es tan problemático abordar la escala territorial o la escala pequeña, porque creemos que al final del día responden a objetivos específicos. Como bien dice Isadora, muchas veces tenemos varios proyectos que pueden tomar siete años nada más en proponer su objetivo. Adelantarse a algo implica un fracaso. Para mí es muy importante que la arquitectura se plantee constantemente cuál es el éxito y el fracaso de un proyecto. Hace rato hablábamos de cómo plantar un árbol era relevante en una escala micro, en la que hicimos cuatro cosas, e incluso en el proyecto de rearc son intervenciones bastante acotadas. Y la relevancia que tienen en el territorio. Hay veces que, sí, las instituciones te piden una planeación regional en tres meses, y tenemos que recoger lo que hay y ver hacia dónde se va. Pero eso siempre cambia. Por otro lado, también hay que admitir que no sólo la arquitectura cambia, lo que está cambiando es absolutamente todo. Y, en ese sentido, hay que pensar en cómo se opera en una condición en la que todo está cambiando todo el tiempo, y se materializan cosas. Hay un componente técnico, pero también un componente de visión, y creo que hay que ser muy abiertos a qué visión le está apostando cada materialización.

 

Pablo Goldin Marcovich: Y en ese sentido, Jose Pablo, mucho de su trabajo con Sedatu iba hacia lo retroactivo: cuando ya existe el tiempo de planeación, si la tragedia llega antes de la planeación, pues tienes que ir un poco más por la acción. Quisiera entender, en su práctica, cómo es este trabajo para reparar e ir un poco hacia el pasado.

Jose Pablo Ambrosi: Cuando trabajamos con la Sedatu fue en un contexto de comunidades irregulares, o sea, en espacios que se autodiseñaron y autoconstruyeron. Entonces, la infraestructura empezó siendo cero, y poco a poco se fue llenando de infraestructura con estos lazos extraños de beneficio, como invadir tierras a cambio de beneficios electorales o políticos. Estas comunidades, cuando llegamos, usualmente ya tenían agua o luz, muchas veces no tenían calles, y lo último que llega es el espacio público. Nos dimos cuenta de que una de las razones por las cuales no se puede atender al espacio público en zonas de suelo irregulares es precisamente porque el gobierno está imposibilitado de hacerlo: es ilegal meter dinero en un predio que no sea del gobierno, ya sea municipal o estatal. Entonces, hay todo un esfuerzo por hacer con la propia comunidad y una bola de abogados para lograr que esos espacios se puedan intervenir. Ese contexto legislativo hace que el espacio público sea lo último o lo menos importante, cuando en realidad debería ser lo primero. Simplemente con meter iluminación, la inseguridad se reduce, y hace toda la diferencia en el uso por los niños y adultos mayores: se pueden ejercitar, respirar aire limpio. Desde el lado de la arquitectura, lo que es impresionante cuando llegas a estos lugares es que como arquitecto muchas veces ni siquiera tienes que hacer demasiado. Con que conectes, o pongas suficiente iluminación, vegetación, está prácticamente hecho. Gran parte del diseño no está en crear espacios bellos, sino en crear espacios que realmente tengan un propósito de mejora continua. Conocer cuáles son las herramientas que te da el diseño puede mejorar aspectos de los proyectos frente al cambio climático, la inseguridad, el tratamiento de agua o su captación. Eso es lo que nosotros hemos llamado retroactivo, porque son todas estas cosas que ya deberían tener para cuando nosotros llegamos como arquitectos. Es muy satisfactorio lograrlo, por un lado, pero muy transformador para dichas comunidades.

 

Pablo Goldin Marcovich: Vicente, en estos términos de tiempo, mucho de tu trabajo está relacionado con el futuro. Ahora con tus alumnos estás trabajando casi de una manera prehistórica, en el sentido de que agarran un árbol y lo trabajan con herramientas futuristas. En este “futurismo prehistórico” en el que estás trabajando, ¿cómo concilias tu práctica?, ¿cómo ves posibles respuestas a todo este drama temporal?

Vicente Guallart: Es una pregunta muy buena, Pablo. Cuando vinieron las directoras a ver la escuela, hablaron de una cosa muy rara, y es que el edificio que hemos hecho en Camerún tiene, por un lado, una parte de arquitectura ecológica africana; por otra, un diseño racionalista catalán; y otra parte de ambiente zen japonés. Y la directora lo llamaba “arquitectura ancestral”. No obstante, lo que más me interesa es la historia. Lo que me fascina en el fondo seguramente no es el momento presente, y este momento no presente tiene que ver con la historia y cómo la historia se repite, cómo podemos aprender de las cosas que han ocurrido, de los momentos de progreso y decadencia. Uno de los momentos que más me interesa es el mundo medieval, el momento de construcción de las ciudades, el momento de cómo hacía catedrales una gente cuyo edificio más alto tenía tres plantas. Para abordar el futuro, nosotros en este Instituto tenemos un margen de trabajo que son entre 10 y 15 años. Nunca trabajamos ni a 50 años ni a 2 años. Ahora podemos ver exactamente lo que está pasando, y lo que pasó hace 100 años con la Bauhaus, con el periodo entreguerras, el nacimiento de los fascismos en el mundo. Y todo esto en el fondo nos debería hacer temblar de lo que puede pasar en el futuro; pero, al mismo tiempo, es un momento muy, muy creativo. Por lo tanto, creo que hay una conexión muy directa entre el pasado y el futuro. Y en ello estamos.

 

Pablo Goldin Marcovich: Para terminar, ha sido interesante escuchar estas cinco voces tan distintas y entender cómo, en la arquitectura como profesión, no podemos simplemente esperar a que llegue una comisión o un cliente para abordar nuestras inquietudes. Creo que ha sido revelador cómo algunas de estas preocupaciones pueden transformarse no sólo en un proyecto, sino también en una práctica y, sin duda, en una forma de vida. Espero que hayamos logrado transmitir este mensaje y que sirva de inspiración para todos ustedes. Muchas gracias a todos y, por supuesto a rearc institute, a Mextrópoli y a todos los participantes de esta mesa.

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