Gobierno situado: habitar
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12 diciembre, 2022
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
“El INBAL abre convocatoria para participar en la 18ª Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia 2023”, anuncia el encabezado de una página del propio INBAL. Y, en resumen, se puede decir que la Dirección de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico Inmueble ha vuelto a convocar mal y sin entender cómo podría ser la participación de México en la Bienal de Venecia.
El INBAL anuncia que “convocan a participar en el concurso abierto para seleccionar el proyecto y el equipo curatorial que integrarán el Pabellón de México en la 18ª Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia 2023,” la cual tendrá lugar del 20 de mayo al 26 de noviembre de 2023, buscando “que responda al tema planteado por la arquitecta Lesley Lokko”: The laboratory of the future, “bajo las siguientes consideraciones”:
Decolonización y descarbonización.
Ambas se experimentan en las escalas macro de las fuerzas sociales, políticas y económicas mucho más allá de nuestra comprensión o control, pero también se experimentan visceralmente en los detalles microscópicos e íntimos de la vida cotidiana.
Repensar los términos y las herramientas, así como los bordes de nuestra disciplina, es una forma poderosa de redescubrir no sólo lo que hace que la arquitectura sea distinta, sino también dónde se encuentra y se fusiona con otras disciplinas de maneras que nos enriquecen a todos.
Hasta ahí, más allá de limitarse a copiar sin mayor análisis o contextualización lo que plantea Lesley Lokko, la Dirección de Arquitectura del INBAl parece que no ha descarrilado por completo. Pero lo hace a renglón seguido, diluyendo el planteamiento de Lokko entre términos e ideas que, si bien en algún caso podrían relacionarse, en general se usan como etiquetas sin profundizar ni, sobre todo, problematizar su sentido:
Se convoca a las arquitectas y arquitectos mexicanos a participar con obras realizadas, fabricadas o construidas en los últimos diez años en las que se haya logrado un resultado espacial en las que se identifiquen las consideraciones y premisas de la participación colectiva incluyente, la diversidad cultural, técnica y material, la visibilidad de lugares y territorios identitarios, el diseño y la construcción integral ambiental, cultural y social, en los que la memoria e historia de quienes lo habitan resultan incorporados y puestos en valor, propuestas y acciones en lugares sagrados del medio ambiente, pueblos originarios u otras comunidades dentro del territorio nacional.
El planteamiento de Lesley Lokko es inseparable de su propia historia como arquitecta, educadora y escritora. Lokko nació en Dundee, Escocia, hija de un cirujano nativo de Ghana y de una madre judía escocesa. Creció hasta los 17 años en Accra, capital de Ghana, Estudió hebreo y lenguas arábicas en la Universidad de Oxford antes de viajar a los Estados Unidos, donde estudio sociología y leyes. Se graduó como arquitecta en Bartlett, del University College de Londres, y obtuvo su doctorado en arquitectura por la Universidad de Londres en el 2007. En el 2015, Lokko fue nombrada directora de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Johannesburgo y entre el 2019 y 2020 estuvo a cargo de la Escuela de Arquitectura del City College de Nueva York. Tras su polémica salida de esa institución, Lokko fundó el African Futures Institute, en Accra, “un nuevo sitio para la educación arquitectónica que busca ofrecer experiencias educativas radicalmente diferentes e innovadoras a estudiantes de Ghana, África e internacionales.” En el 2021 fue nombrada directora de la 18º Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia.
En su propuesta para El laboratorio del futuro, Lokko plantea que “toda exhibición intenta contar una historia, destilar una narrativa que sea, a la vez, compleja y clara” y señala la inestabilidad creciente y las tensiones que nos impiden determinar claramente, como hasta hace poco creíamos posible, las diferencias entre nosotros y los otros, entre nosotros y nuestro entorno. Lokko apunta que la arquitectura, conceptual y materialmente, es una profesión que se desplanta sobre un suelo firme —en inglés usa el término grounding— y que esas formas fluidas de territorios, identidades y epistemologías pueden resultar amenazantes. Pero también apunta que “más que edificios, formas, materiales o estructuras, la habilidad [de la arquitectura] para alterar cómo vemos el mundo es su don más preciado y poderoso.”
La pareja descolonizar/descarbonizar —que la convocatoria del INBAL replica sin reflexionar— es compleja y rebasa, por supuesto, el ámbito arquitectónico. Para Lokko, la segunda no va sin la primera: “en todo lo que se habla sobre descarbonización, es fácil olvidarse de los cuerpos negros que fueron las primeras fuentes de energía para acelerar la expansión imperial europea que ha dado forma al mundo moderno,” escribe en la misma presentación de la bienal. Por eso, Lokko ha advertido —y ciertamente no es la única— que “la cuestión de la descarbonización y de la energía y la sustentabilidad en el sur global significa cosas totalmente distintas.” Como también nociones que el discurso arquitectónico occidental supone universales y homogéneas: lo público, lo urbano y lo suburbano, la distinción entre el lugar de trabajo y “la vivienda”, etc. todas esas ideas tienen sentidos distintos en contextos distintos y exigen ser repensadas justo ahí donde cierta inestabilidad exige y, al mismo tiempo, ofrece mayor libertad a las ideas y a los hechos. Por eso Lokko explícitamente piensa en el continente africano como el laboratorio del futuro.
De todo eso, la convocatoria del INBAL propone apenas un resumen sin carne ni huesos y peor: supone, una vez más, que lo que tiene que conjuntar son “obras públicas o privadas realizadas en los últimos diez años” y no una propuesta curatorial seria en relación al tema, como es el caso del concurso que se convoca cada dos años en Chile. No hay en la convocatoria del INBAL el menor atisbo de una reflexión sobre lo que un acercamiento decolonial a la arquitectura mexicana implicaría —quizá, desde la arquitectura virreinal hasta la arquitectura pública con implicación social promovida por el actual gobierno, pasando por las escuelas de O’Gorman o las de Ramírez Vázquez o sus mercados o los cientos de unidades habitacionales de la modernidad arquitectónica mexicana, prácticamente toda la arquitectura que hemos reconocido, admirado y presumido como tal en México es arquitectura colonial: arquitectura pensada y construida a partir de ideas, de formas y de tradiciones impuestas sobre un territorio y sobre quienes lo habitan.
Las ideas que ha planteado Lesley Lokko, tanto para esta bienal que viene como en su trayectoria como arquitecta y educadora, podrían haber servido para darle mayor espacio y presencia a un debate que poco se ha dado en la arquitectura mexicana. Y a pensar así, cual escribe Lokko, “la arquitectura como construcción de conocimiento tanto como construcción de edificios”, abriendo la mirada a otras voces, a otras formas de concebir y ocupar el territorio, a otras maneras de entender y aprender arquitectura.
No será así. Otra vez el INBAL dejará en manos de alguna o algunas personas que no serán propiamente “curadores”, presentar con mayor o menor fortuna un pabellón que, de lo que recuerdo y siguiendo el mismo método de “selección”, nunca ha sido memorable y mucho menos ha dado pie a una reflexión mayor sobre las posibilidades de la arquitectura en México.
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