Habla ciudad : Chicago
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20 junio, 2014
por Íker Gil | Twitter: MASContext
Desde hace dos semanas, cinco letras están acaparando gran parte de la atención mediática en Chicago. Donald Trump, el controvertido promotor inmobiliario / personalidad de TV con sede en Nueva York, ha instalado en su céntrico edificio un letrero con su apellido. En total, 270 metros cuadrados de fachada aproximadamente, teniendo cada letra algo más de 6 metros de altura. Una especie de sello de la marca Trump que Donald ha decidido estampar cinco años después de que finalizara la construcción del edificio. Teniendo en cuenta que es un edificio de 98 plantas (el segundo más alto de Norteamérica) y que ya de por sí se llama Trump International Hotel and Tower, esta muestra de ego resulta, por lo menos, innecesaria.
Ya no sé si iniciada, o simplemente abanderada, por el crítico de arquitectura del Chicago Tribune Blair Kamin, esta controversia ha involucrado hasta al alcalde de Chicago Rahm Emmanuel (quien está en contra del letrero) y ha alcanzado niveles nacionales sobrepasando el ámbito arquitectónico. Programas matinales como el “Today” de NBC o satíricos como el “Daily Show” presentado por Jon Stewart, se han hecho eco de la noticia, posiblemente más por la presencia de Donald Trump que por el tema en sí.
Pera recapitulemos utilizando la cronología del Chicago Tribune para entender cómo hemos llegado a la situación actual. El edificio, diseñado por Skidmore, Owings & Merrill, se inauguró en el año 2009 y entonces el ayuntamiento aprobó el uso de un área de 335 metros cuadrados (65 m2 más de lo que se ha acabado ocupando) destinada a un letrero. El año pasado se presentó el diseño final del letrero, que fue aprobado por la responsable de urbanismo Patricia A. Scudiero, sin tener que consultar con el alcalde o sus ayudantes. Un proceso siguiendo la normativa y que no generó el más mínimo revuelo. Ha sido ahora, a raíz de su instalación, cuando se ha generado toda la polémica.
Chicago no es ajena a los letreros. Edificios como el hotel Drake, el teatro Chicago, o el hotel Congress son conocidos tanto por las letreros luminosos como por sus fachadas. El edificio Palmolive, que desde 1967 a 1990 fue la sede de Playboy, incluyó durante este tiempo un letrero luminoso con el nombre de la revista (eso sí, de menores proporciones que la de Trump). Hasta el año 2012, el edificio Santa Fe (también conocido como Railway Exchange), situado en la Avenida Michigan y desde donde se trazó el Plan de Chicago de 1909 de Daniel Burnham y Edward H. Bennett, estaba coronado por un letrero mostrando el nombre de la compañía de tren Santa Fe, el inquilino original. Cuando Motorola Solutions se mudó a uno de las plantas, el letrero original se reemplazó por uno de Motorola, montándose un cierto revuelo debido al estatus icónico que había adquirido (el letrero de Santa Fe fue finalmente donado al Museo del Ferrocarril de Illinois). Pero para letreros, el que Chevrolet colocó en los años 30 del siglo pasado en la avenida Michigan y la calle Randolph con una altura de 23 plantas. El letrero sobrevivió dos décadas y en 1955 se construyó en su lugar el edificio Prudential, diseñado por Naess & Murphy.
Pero volviendo al letrero de Trump, en lo que todos los que se han pronunciado parecen coincidir (todos salvo Donald Trump) es que, visualmente, no es el letrero más agraciado: su enorme escala, la imagen de poca calidad que desprenden los materiales utilizados, la iluminación extremamente brillante, la extraña relación entre la R y la U, más separadas que el resto por la forma de la R… una serie de decisiones que dan la impresión de haberse hecho por personas poco capacitadas (o sin prestar ninguna atención) teniendo en cuenta su importancia y situación. Posiblemente, habiendo contactado con el arquitecto original y con un diseñador gráfico, todas estas cuestiones se hubieran resuelto de una forma más adecuada. Por ello, me planteo una serie de preguntas que pueden ser útiles para afrontar esta situación en el futuro. ¿Es necesario incluir por normativa a los arquitectos del edificio para el diseño e implementación de letreros de esta escala? ¿Es necesario aplicar nuevas regulaciones a los edificios que tienen vistas al río, ahora que se está recuperando su carácter cívico y lúdico con el nuevo paseo peatonal? (Chicago ya tiene tres distritos en los que los requisitos para letreros están sujetos a regulaciones más estrictas). O simplemente ¿es necesario aplicar una nueva normativa integral de letreros para toda la ciudad, teniendo en cuenta los avances tecnológicos de los que se disponen ahora?
Nuestro letrero en cuestión seguramente disfrute aún de muchos más minutos en los medios de comunicación. En cuanto a su futuro, podemos especular múltiples posibilidades. Por un lado, el letrero se puede mantener tal y como está ahora ya que ha seguido el proceso requerido por el ayuntamiento. No sería el fin del mundo y, además, no sería el único letrero de cara al río. El edificio de enfrente de Trump tiene un letrero en su parte superior con la palabra Kemper que tampoco ganará ningún premio. Otra posibilidad es que se cree una normativa a medida para forzar la eliminación del letrero en un plazo más o menos corto. Y en el mejor de los casos, esta polémica generará un debate sobre la presencia y control de los letreros en la ciudad que será tanto fascinante como imposible de agradar a todas las partes involucradas.
Sin embargo, y espero que me equivoque, creo que esta controversia está más cercana a una pelea de gallos que a un debate real sobre los letreros en la ciudad. Con este enfrentamiento personal, Donald Trump y Blair Kamin (y sus respectivas empresas) salen ganando y ambos lo tienen muy presente. Al fin y al cabo, lo importante es estar en boca de todos. Hay que mantener las marcas, vender más apartamentos y más periódicos.
Pero esta situación sirve perfectamente para ilustrar y reflexionar sobre el desajuste de nuestras prioridades: el letrero de Trump se puede eliminar pero el hospital Prentice no se puede volver a construir. Y utilizo el Prentice Hospital ya que ha sido una de las perdidas arquitectónicas más recientes pero podrían ser muchos más ejemplos.
Resulta sorprendente la vehemencia con la que se está tratando el tema del letrero comparado con otros temas arquitectónicos y urbanos que sin duda tienen unas implicaciones más profundas. De entrada, todos aquellos edificios que proliferan en Chicago que no aportan nada ni estéticamente ni a la calidad de vida de sus residentes y que se aceptan sin ningún tipo de cuestionamiento. Eso sin mencionar la desigualdad a la hora de ver dónde se construyen estos edificios o al sector de población al que se destinan. Otro ejemplo es la ya mencionada demolición del hospital Prentice del arquitecto Bertrand Goldberg al que le quedan días antes de que desaparezca por completo. A pesar del revuelo inicial, el poder de la Universidad Northwestern (su propietario) y las maniobras de presión que han ejercido han hecho que sea un tema molesto del que es mejor no hablar. Habiendo asumido la perdida del edificio por todos desde hace mucho, lo peor es que es una situación de la que no se ha aprendido nada, sin haberse modificado el proceso para evaluar la demolición o conservación de edificios en el futuro. Sin duda, se repetirán los mismos errores.
Pero también hay otros temas que aún no son pasado y sobre los que se puede actuar. Por nombrar uno de ellos: Lathrop Homes. Lathrop es uno de los pocos barrios de vivienda pública que no se han destruido y desde hace años se encuentra en un limbo, pendiente de la implementación de un plan definitivo para su transformación. Uno de los más longevos y más integrados socialmente, Lathrop no es un barrio cualquiera: está incluido en el Registro Nacional de Edificios Históricos de Estados Unidos desde el año 2012 y cuenta con paisajismo de Jens Jensen. Con una falta de inversión desde hace décadas, negación de nuevos alquileres desde el año 2000 a pesar de la demanda, y con presiones para que los residentes que quedan se muden a otros sitios, más de 140 familias están a la espera de una transformación que no llega y que no se sabe si les incluirá. Familias pendientes de una solución determinada por una organización que les trata más como un problema o como números en una tabla de Excel que como personas que tienen los mismos derechos que tú y yo.
No niego que no sea necesario alzar la voz al ver el letrero de Trump. Si con eso se puede mejorar el diseño y resultado de los letreros que se instalan, bienvenido sea. Sin embargo, es preciso recalibrar las prioridades y no permitir que controversias puntuales impidan tratar temas que definen tanto a Chicago como ciudad, como a una gran número de personas cuyas vidas se desarrollan más allá de los focos mediáticos. Las ciudades son más que los centros financieros, las calles comerciales destinadas a los turistas, y los grandes eventos para unos pocos. Mejorar la calidad de vida de los que viven, trabajan y visitan Chicago beneficiará a todos y debería ser la verdadera prioridad.
En definitiva, Chicago tiene que ser más que un letrero.
Fotografías © Iker Gil
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