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Maní: Los Xiu labran su continuidad en el paisaje

Maní: Los Xiu labran su continuidad en el paisaje

 

27 años ha, la carretera nos mostraba a Maricarmen y a mí un paisaje llano, donde las nubes corrían a velocidad crucero y podíamos ver, dada la planicie, los puntos en el paisaje donde éstas habían decidido precipitarse hacia el suelo para realizar el ritual de Chak alimentando de humedad a la tierra.

En las poblaciones y pequeñas ciudades de la península de Yucatán —llevábamos recorridos ya varios en el actual estado de Campeche y no menos en el que recibe su nombre de la península— la tipología conservaba la esencia definida durante el Virreinato y el período decimonónico del México Independiente: al centro, la plaza pública rodeada de edificaciones cuyo lenguaje arquitectónico refiere a una expresión ibérica, y hacia el exterior, en todas las orientaciones de la rigurosa retícula renacentista, los lotes que aún conservaban, en su mayoría, la maravillosa arquitectura de planta elíptica y construcción de bajareque, que desde el preclásico define la tipología habitacional maya. Dentro de la composición de la plaza, la presencia de los peculiares palacios municipales producidos en su mayoría en el siglo XIX, y la presencia del templo Franciscano originalmente erigido en el XVI o principios del XVII. Éste último podría estar acompañado o no de una casa conventual.

Tocaba el turno a la ciudad de Maní, ubicada a unos 90km de Mérida, capital del estado.

La información, tomada del catálogo de monumentos religiosos del Estado de Yucatán, era bastante escueta, pero nos daba a entender que encontraríamos un conjunto conventual Franciscano, el más antiguo de los existentes en el Estado —para la península, más antiguo sería el de Campeche, y en el Caso de Mérida, cuyo conjunto sería de mayor envergadura y antigüedad que el aquí narrado, se descarta en la actualidad por haber desaparecido, Izamal es posterior— lo cual tras lo ya visto, levantaba expectativas importantes.

Nos internamos hacia el centro de la población desde el poniente, ya que veníamos de haber visitado Ticul y Dzán. El camino nos forzaba a girar ya llegando al centro, hacia el norte, de manera que llegamos tangentes a la plataforma que delimita el Atrio, y se nos develó la imponente masa edificada, mientras la bochornosa tarde jugaba a la luz y la sombra siguiendo el ritmo del paso de las nubes.

A diferencia de otros conjuntos conventuales visitados en nuestro país, aquí el espacio conventual se ubica al norte del templo, y no al sur, como es común. La fachada del templo no deja de expresar, a pesar de su gran austeridad, su origen posterior, a inicios del XVIII, con las dos espadañas coronando el extremo de su silueta, y la composición axial de la portada que remata en la imagen de San Miguel Arcángel, al cual está consagrado, resultante de una necesaria expansión para albergar una mayor cantidad de fieles, a raíz del crecimiento demográfico que tiene la población para ese entonces. De mayor complejidad es sin embargo, la lectura del resto del conjunto. 

Leyendo la fachada de sur a norte desde el templo, lo que sigue es el portal de peregrinos, que se percibe incompleto con dos arcos, de los cinco originales que incluirían parte de la fachada del templo antes de ser expandido. Por encima de estos arcos, una logia que habría jugado al tresbolillo con los arcos de abajo, se ve restringida a solo dos vanos en arco y luego una ventana que parece posterior dadas sus dimensiones y su forma. Siguiendo al norte, vendrá probablemente el evento compositivo de mayor jerarquía: la capilla abierta.

Este gran arco matiza y cambia la escala de todo el conjunto, rompe la jerarquía de la portada del templo cubierto con su gran oquedad y se manifiesta a partir de ella, como el negativo. Habrá que hacer un juego imaginativo para plantear cómo sería esta lectura, de haberse mantenido intacta la cinta del conjunto, derivada de la imaginación creativa de su autor, Fray Juan de Mérida.

Al interior, el claustro se expresa con una masividad rotunda, en una arcada perimetral densa y pesada hacia el patio, mientras que deambulatorios, celdas y espacios comunes, anunciaban el desgaste que el clima y el tiempo producen cuando paulatinamente, el mantenimiento del inmueble va decayendo ante las transformaciones sociales, políticas y económicas. Y digo anunciaban, ya que, durante la primera década de este siglo, se realizó una restauración profunda de toda la edificación, sólo que yo, tristemente, no he podido retornar a este peculiar punto de la península para actualizar mis fotografías.

Durante años me pregunté ¿qué llevó a los Franciscanos a realizar una obra de tal dimensión en este lugar específico? Izamal tenía, como ya he relatado en otro escrito, un destino de peregrinación que lo hacía focal, pero ¿y Maní?

Pues bien, en un interesante relato de Indalecio Cardeña Vázquez que encontré hace poco navegando en busca de información al respecto, resulta que los Xiu, la familia hegemónica de Uxmal a finales del clásico decidió migrar hacia este punto cuando en el siglo X comenzó el declive de su ciudad. La decisión al tiempo resultó acertada, tomando en cuenta que, para el siglo XIV de nuestra era, Uxmal ya estaba totalmente deshabitada. Así, en su nueva región, esta familia había conseguido si bien no construir una urbe de las dimensiones e importancia de la anterior, si al menos un punto significativo de intercambio comercial.

Aguantaron el período de dominación Mexica y, cuando vieron la caída del imperio que dominaba desde la Cuenca de México, pactaron alianza con el ejército español con el fin de apoyar en la conquista de la Península Yucateca y mantener su influencia sobre la región.  Así es como la familia y Maní, recibirían un trato privilegiado, y al edificarse el convento franciscano aquí narrado, aportarían también en mano de obra y recursos.

Los Xiu, con su cosmovisión construida por ciclos, participaron en la construcción del edificio, sobreponiéndose al nefasto Auto de Fe realizado en un momento dado por Fray Diego de Landa (en el que destruyó una gran cantidad de documentos y obras de arte prehispánicas) que terminó convirtiéndose en un centro de desarrollo cultural en el cual se recuperaron y preservaron importantes memorias de la cultura maya, escritas en el idioma original, pero utilizando ya los caracteres del alfabeto latino, de entre esas memorias destacan algunos de los textos pertenecientes al Chilam Balam. Cardeña Vázquez narra que para el siglo XIX, el convento de San Miguel Arcángel era un colegio que generaba conocimientos en maya, latín y español.

¿Y luego? La auto colonización impuesta por las ideologías provenientes desde el Gobierno Federal del México ya independiente, terminó fraccionando poco a poco la península, y Maní, como otras muchas poblaciones, cayó en un símil narrativo a Macondo en Cien años de Soledad. 

De momento, denominado ya como pueblo mágico, la población y el monumento que es ya parte de la memoria paisajística del sitio, esperan con paciencia que los ciclos de la vida permitan a nuestra inmadura percepción de un universo sistémico, abrir la puerta de la valoración multicultural, proyectándoles nuevamente como centro de construcción del conocimiento. 

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