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Columnas

Lo bello y lo justo en arquitectura (2)

Lo bello y lo justo en arquitectura (2)

27 diciembre, 2015
por Alberto Pérez Gómez

Refugiándonos en nuestras computadoras y televisiones, podemos racionalizar y tratar de ignorar la calidad del medio construido como fundamental a nuestro bienestar espiritual. Y sin embargo, nuestros sueños y nuestras acciones siempre ocurren en un lugar con calidades emocionales (no en un espacio geométrico) y nuestra consciencia (de nosotros mismos y de los demás) seria simplemente inconcebible sin la presencia de lugares significativos, cuyo significado no es simplemente intelectual sino emotivo.

Nuestra consciencia encarnada, el pensamiento que ocurre no como proceso químico en el cerebro sino a través del cuerpo en el mundo, reconoce y comprende, mas allá del supuesto “sentido común” científico y su espacio Cartesiano isotrópico, la sabiduría que habita en lugares específicos, que es cultura con cualidades expresivas profundas imposibles de reducir a un teorema. El neurólogo Portugués Antonio Damasio ha demostrado como las emociones no son un obstáculo de la razón, como imaginamos normalmente, sino por el contrario, un aspecto fundamental del proceso cognitivo. Sin la experiencia del amor, nos dice Sócrates en le Fedro de Platón, no podemos entender nada sobre la verdad. El cuerpo entiende a Guadalajara de una manera imposible de reducir a la lógica, comprende a través de la experiencia vivida y emotiva lo que hace particular a la ciudad y a su cultura, diferente de otros lugares en Latinoamérica y mas allá. Con poco esfuerzo, especialmente si hemos viajado un poco, podemos reconocer como la arquitectura, en esos lugares excepcionales que resuenan con nuestro sueños, nos incita a la meditación, a la imaginación, y a la proliferación de la belleza y la justicia, abriendo para cada uno de nosotros el espacio del deseo que nos permite estar ”en casa” y al mismo tiempo permanecer incompletos, abiertos a la incertidumbre y a nuestra muerte personal, nuestra característica humana más perdurable. Aún los llamados espacios binarios o digitales en nuestras pantallas no podrían aparecer como semejantes a la realidad si no fuéramos, antes que nada, consciencias encarnadas y mortales, cuerpos sensibles abiertos al deseo, a priori encajados en el mundo a través de la orientación y la gravedad. En vez de decir que tenemos un cuerpo, debemos comprender lo que significa ser nuestro cuerpo, uno que forma parte de la carnalidad del mundo. Y la arquitectura es el orden externo, visible e invisible de nuestro cuerpo en el mundo, fundamentalmente responsable por hacernos presentes de nuestros limites.

¿Enfocando así las cosas, qué más podemos decir, en términos generales, de la arquitectura? La arquitectura ha comunicado múltiples significados políticos y simbólicos en nuestras culturas. En su sentido poético mas profundo, sin embargo, particularmente a partir del inicio de la modernidad, la arquitectura no comunica UN significado particular, como si fuera un signo o un logotipo. Mas bien, la arquitectura comunica al habitante, desorientado por el deseo que es esencia de la vida humana, la posibilidad de encontrarse y reconocerse como totalidad, percibiendo al menos momentariamente un sentido o propósito, el habitar poéticamente sobre la tierra y tener acceso a nuestra humanidad. A través de nuestra historia los artefactos arquitectónicos capaces de proporcionar este tipo de orientación han sido múltiples, incluyendo desde luego muchos edificios y espacios públicos, pero también los objetos admirables fabricados por Dédalo con precisión harmónica, los relojes solares, instrumentos de orientación material y espiritual de los que habla Vitruvio y la arquitectura efímera y los jardines del Barroco. Otros ejemplos recientes de una arquitectura que yo llamo de resistencia, por involucrar un sentido poético pero también una critica a las condiciones de nuestra cultura tecnológica, comenzarían a partir del siglo XVIII con las Prisiones de Piranesi. Esta tradición se ve continuar en las obras de Boullee, Ledoux y Lequeu. Y en el siglo XX, en los proyectos tardíos de Le Corbusier, particularmente La Tourette. O mas cerca de nuestro presente el Museo Judío de Libeskind, algunos edificios de Steven Holl, y la obra teórica de John Hejduk, entre otros.

Este reconocimiento de plenitud que proporciona la arquitectura no es uno reducible a alguna equivalencia semántica, ocurre en la experiencia misma de la arquitectura y como es el caso cuando leemos un poema, su significado es inseparable de la experiencia del poema mismo, de sus palabras concretas. Si pudiéramos decir en otras palabras, en forma de prosa, el significado del poema, no habría razón para escribirlo. En este sentido, la arquitectura tiene raíces profundas en la cultura y es un juego que responde a circunstancias precisas. Los artefactos arquitectónicos, llamados thaumata por los Griegos, manifiestan un sentido de lo maravilloso que incita el amor y el respeto, un genero de belleza enraizada en eros (Venus-tas), por muchos siglos comprendido como el valor fundamental de la arquitectura en nuestras tradiciones y nunca reducible a la composición formal que es frecuentemente igualada con la estética. La belleza arquitectónica, como el amor erótico, se nos imprime en el alma como un hierro ardiente, inspirando miedo y reverencia, gratitud y encanto. Su vehiculo es la imagen poética, la imagen que nos afecta primeramente a través de la vista, pero sin ser simplemente óptica, sino enteramente sensual, sinestésica: capaz de seducir y elevarnos llevándonos a la comprensión de nuestra conciencia encarnada como participe de la totalidad del universo, una comprensión de otro orden que la claridad racional, semejante en el campo espiritual al momento de unión sexual que de acuerdo con Platón, es el momento de la existencia que hace valer la vida. Lo que diferencia la arquitectura de otras formas artísticas y artesanales es su contenido programático que concierne a la vida misma, proporcionando a la humanidad atmósferas apropiadas para acciones significativas. La percepción no es pasiva, como la digestión o la impresión de una placa fotográfica: as algo que hacemos a través de nuestro movimiento corporal que es vida, de nuestros hábitos y herramientas. Estas actividades significativas, tradicionalmente los rituales culturales que permitían a los individuos entender su posición con respecto al cosmos y a su mortalidad personal, se tornan hoy, después de Ledoux y Nietzsche, en un proyecto para el bien común, su sentido político que incluye la visión de un habitar poético y pleno de significado.

En otras palabras: a diferencia de la mayoría de artefactos y edificios en la ciudad industrial y postindustrial, la auténtica arquitectura busca ofrecer a la sociedad un lugar emotivo y apropiado para su orientación existencial. La arquitectura ofrece al habitante, en sus propios términos materiales desde luego, la posibilidad de una orientación radical. La arquitectura invita al habitante a participar en acciones significativas (y en este sentido es todo lo contrario de un objeto de arte que promulgue su desinterés en la participación del espectador) proponiendo al participante una comprensión de su lugar en el orden de las cosas. Dicho de otra forma, la arquitectura abre un claro para que la experiencia individual del habitante encuentre un sentido a través de su participación en instituciones culturales especificas. Fomentando hábitos de gratitud y cuidado hacia nuestro entorno natural y cultural, la arquitectura hace posible nuestra comunicación con lo sagrado dondequiera aparezca, sin fanatismos distorsionantes en nuestra era secular. En sus mejores momentos, la arquitectura juega con el poder. No es posible, sin embargo, responder a la pregunta de su significado con una respuesta trivial. La arquitectura es orientación radical en la experiencia, más allá de las palabras. Por lo tanto, mientras que su teoría tiene raíces en historias míticas o poéticas, en la filosofía, la teología o la ciencia, durante diversos momentos de su historia, la arquitectura no es reducible a ninguno de estos discursos. Esencialmente, la arquitectura es un evento. Su significado es temporal, se da en nuestro encuentro con el fenómeno espacial en una situación especifica, como la experiencia de la catarsis dramática que Vitruvio usa para caracterizar el significado del teatro antiguo (cita). Su calidad efímera, revelatoria (como la verdad misma que Heidegger describe con el termino Griego aletheia) tiene la capacidad de cambiarnos la vida en le presente vivido –exactamente como la magia o un encuentro erótico. Si podemos decir que la arquitectura encarna el conocimiento, no es éste lo que identificamos con la lógica matemática, sino mas bien conocimiento como la experiencia opaca, carnal y sexual de la verdad. Es por esta razón que su significado elude todo intento de objetivarlo. Resulta inútil tratar de reducirlo a funciones, algoritmos, programas ideológicos o formulas estilísticas. Por razones semejantes no puede confinarse a tipologías edilicias sino que incluye su historia otros artefactos que hoy, a través de criterios puramente materiales, tendemos a identificar con otras disciplinas artísticas, pero que hacen posible el habitar y por definición se ubican en los limites del lenguaje, artefactos capaces de establecer el espacio de las culturas dentro de los cuales encontramos otras formas de expresión mas concretamente lingüísticas.

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