Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
16 mayo, 2018
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Rozana Montiel es la única arquitecta mexicana invitada por las curadoras de la Bienal de Venecia 2018. Además, ha sido recientemente galardonada con el premio MCHAP de las Américas por el proyecto Común-Unidad. Conversamos con ella sobre su práctica reciente y sobre cómo interpreta el tema de la próxima Bienal.
Alejandro Hernández Gálvez: ¿Cómo entiendes el tema de la Bienal de Venecia 2018, Freespace? ¿Espacio libre, gratuito, sin compromisos?
Rozana Montiel: Freespace, como mencionas, implica un juego de palabras en inglés. En español sugiere un imperativo, “(actuar para) liberar espacio”, y un recurso, “tener espacio libre (para actuar/comprometerse)”. Ambos fenómenos “hacen lugar” (placemaking). En el contexto urbano, la arquitectura que “hace lugares” logra una reconstrucción social: genera oportunidades económicas, educativas y culturales que sustentan ámbitos de resiliencia y equidad.
AHG: ¿Cuál es el público al que se le ofrece ese “espacio libre”? ¿Es para todos, para quien lo entiende, para quien puede visitarlo, para quien lo comisiona?
RM: Las intervenciones en espacios públicos que hemos llevado a cabo en México ofrecen a sus usuarios un sentido de lugar y bienestar que promueve la habitabilidad y densificación del espacio, el desarrollo de una cultura local, y un sentido de identidad y oportunidad. En cierto sentido, “liberan” la capacidad latente que la sociedad tiene de articularse en comunidad: eliminamos las barreras físicas que desarticulan un espacio, y transformamos los bordes y límites sociales en horizontes de interacción. Prestamos mucha atención al proceso de diseño: investigamos diferentes capas y escalas del contexto urbano y social al cual van dirigidos nuestros proyectos, e involucramos a la sociedad. Nos enfocamos en la materialidad, luz, escala y proporción del espacio, en sugerir programas multa-funcionales, accesibles, incluyentes y atractivos para todo tipo de públicos en horario corrido. Extendemos el ámbito privado al espacio público para todos.
AHG: ¿Cómo se constituye lo público de ese tipo de espacios? ¿Por el tipo de comisión?, ¿por la lógica?
RM: En nuestro caso, reconstruir lo público en espacios comunes ha sido resultado de articular el proceso de diseño, desde el inicio, con los residentes y usuarios de un espacio. Nos preocupamos por entender sus necesidades y problemáticas para ofrecer soluciones pertinentes. Diseñamos con la comunidad no sólo para ella. Este tipo de proceso ayuda a que los beneficiarios de una intervención se comprometan a sostener y cuidar el espacio en el largo plazo. El espacio público necesita, ante todo, de público que asista a él no como mero consumidor o espectador sino como gestor, ordenador y procurador. Así que Freespace, para mí, es eso: un espacio que le da la palabra a los públicos que lo sustentan. La arquitectura es, al fin y al cabo, una construcción social.
AHG: ¿Cuáles son las maneras en que tales espacios aparecen y tienen lugar? ¿Cómo los conocemos y reconocemos? ¿Cómo los imaginamos?
RM: Proviniendo de un contexto cultural occidental latinoamericano, para mí un espacio público libre es un espacio incluyente, con accesibilidad universal, seguro, con equidad de género, que ha sido pensado desde diferentes disciplinas, capas y escalas, que procura un programa variado para distintos públicos y que puede estar activo las 24 horas. Es un espacio que se presta para la convivencia y producción cultural. De un modo más elaborado, es un espacio en el que el uso del tiempo no es lineal, porque permite diferentes narrativas, atmósferas y lecturas espaciales. Conocemos los espacios públicos libres a través de nuestro uso cotidiano y nuestra convivencia en el contexto vecino más inmediato. Los reconocemos porque ahí están imbricados aspectos privados en un contexto comunitario. Tienen lugar cuando el diseño de espacios públicos considera a la gente como el elemento clave en la gestión y producción del espacio.
AHG: ¿Cómo se enmarca tu proyecto Común-unidad dentro del trabajo más amplio que se ha realizado en tu estudio los últimos años?
RM: Común-unidad es un proyecto que involucró múltiples aspectos de diseño. Trabajamos con paisaje, vegetación, mobiliario, iluminación, reciclaje, materialidad, temporalidad, representación, logística de circulación; además de gestionar acciones urbanas y talleres con los residentes de la unidad habitacional para integrar valor social a la intervención. Fue un proyecto muy completo que significó pensar el espacio en varias capas. Lo gratificante fue su efectividad: verdaderamente activó y restauró el tejido social circundante. Liberó un sentido de comunidad al interior del complejo.
El proyecto significó una gran síntesis de mi estudio: nos dio la oportunidad de implementar, probar y refinar nuestra investigación de varios años sobre espacios públicos urbanos abandonados y subutilizados. Y ramificó nuestros intereses a espacios culturales, procesos industriales, aspectos de movilidad urbana, diseño de mobiliario, labores de reconstrucción por sismo, talleres académicos; y profundizó nuestra visión de materialidad. Incluso nos llevó al terreno de la publicación: hemos condensado nuestra metodología para espacios públicos habitacionales en el libro UH: Espacios Comunes en Unidades Habitacionales.
AHG: ¿Planteas alguna diferencia entre el espacio común y el espacio público?
RM: Sí. El espacio público es un espacio de gestión de la urbe que nos involucra como ciudadanos. El espacio común, en cambio, puede ser público o privado; es un espacio compartido, de convivencia, muchas veces próximo a la vivienda, que media la transición entre la vida privada y la actividad apabullante de la urbe. La actividad de los espacios comunes introyecta un sentido cívico en las personas a partir del entorno cotidiano, “hace lugares”; en pocas palabras, lo que ocurre en los espacios comunes da la pauta de lo que puede ocurrir en los espacios públicos. Para mi estudio, un espacio público genuino es también un espacio común: es un lugar de actividad constante que gestiona un sentido de pertenencia, de identidad, de comunidad. En los proyectos que hemos realizado transformamos el “espacio” público en “lugar” común.
AHG: Leí algo escrito por Aaron Betsky que hablaba de la importancia de seleccionar proyectos como el tuyo para MCHAP por tratarse de una “arquitectura sin construcción/edificio” (architecture without building) ¿qué opinas tú de esta postura frente a la arquitectura?
RM: Aaron Betsky destaca la relación entre la gente, el contexto y el espacio construido. Cree en una arquitectura adaptable, resiliente, incluso efímera, que cuide más el paisaje natural, los recursos y el medio ambiente. Hace hincapié en dejar de enfocar el trabajo arquitectónico en “estructuras cerradas” y en comenzar a diseñar espacios más en función de los marcos que nos interconectan y articulan en comunidad.
A la fórmula de Betsky “architecture without building” yo la leo en el mismo sentido de lo que llamo “hacer lugar”. Hay que pensar en el efecto final de una construcción; repensar tectónicamente el espacio no sólo a partir de estructuras cerradas, permanentes, sino también de estructuras abiertas, livianas con programas anclados en los usos del espacio que permitan diferentes narrativas temporales y atmósferas. Hay que aprender a reciclar y resignificar el espacio construido.
En ese sentido, Común-Unidad plantea preguntas interesantes: En un mundo de tiempo y recursos limitados, ¿qué es absolutamente urgente y necesario diseñar? ¿Qué tipo de arquitectura es la que podemos sustentar mundialmente? ¿Cómo podemos resolver espacialmente problemas sociales importantes con el mínimo de recursos posibles? La arquitectura para mí es una forma de pensamiento estratégico que puede resolver logísticamente problemas muy complejos.
En Común-Unidad, aunque las estructuras son livianas, hay un trabajo tectónico que cuida hasta el último detalle, los tipos y patrones de piso, las proporciones y escalas, los usos de la luz natural, el cuidado de la vegetación, la circulación y los bordes entre espacios, la inserción de programa en estructuras auténticamente multifuncionales. Es un trabajo de diseño que actúa con sutileza, pero no es por ello menos arduo. Para que el espacio común se llenara efectivamente de actividad tuvimos que volver habitable el espacio, cambiar la percepción que se tenía de él. El trabajo tectónico de Común-Unidad no es protagónico, ni formal, es perceptible y proxémico; como una red de seguridad, retrocede para cederle la palabra al público que sustenta.
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