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Columnas

La comuna de Veracruz

La comuna de Veracruz

26 enero, 2021
por Alfonso Fierro

 

Hace unos meses, Rosalba González Loyde publicó en este mismo medio una breve historia de los movimientos inquilinarios en México, marcando como punto de partida la huelga de renta de los habitantes de Veracruz de 1922. Como recuenta González Loyde, un grupo de prostitutas del barrio portuario de La Huaca inició una huelga para no pagar renta, acusando que la mayor parte de la población inquilinaria del puerto pagaba precios desmedidos por cuartos pequeños y amontonados en casas de vecindad que no contaban con servicios ni eran mantenidas por los propietarios. De la mano de Herón Proal, un sastre anarquista que se había radicalizado leyendo a los Flores Magón, esa huelga pronto detonó el movimiento del Sindicato Revolucionario de Inquilinos, el cual planteó un moratorio de pagos de renta indefinido y pronto se esparció por todo el estado de Veracruz y más allá. A la postre, luego de diversas disputas que uno puede leer detalladamente en el libro Revolution in the Street de Andrew G. Wood, este movimiento negoció una reforma de ley, consiguió la repartición de tierras para vivienda y logró establecer a grupos organizados de inquilinos como un actor político en el México posrevolucionario. 

Diez años después, en 1932, aparece en Jalapa La ciudad roja de José Mancisidor, una novela corta que lleva el subtítulo de “novela proletaria” y que recrea los eventos del 22. Mancisidor pertenecía a un grupo de artistas y escritores jalapeños herederos del estridentismo (el editor de la novela es List Arzubide y la portada es de Leopoldo Méndez). Este grupo, que publicaba en revistas como Ruta o Noviembre había radicalizado su posición política siguiendo la línea socialista oficial dictada la Unión Soviética y el Komintern. Ya a principios de los 30 defendía el realismo socialista como la tendencia estética realmente revolucionaria. Para ellos, su tarea como vanguardia artística no era tan distinta de la vanguardia política: ellos debían encargarse de crear obras que presentaran una realidad transparente, debían hablarle a las masas lo más claro posible, sin juegos estilísticos innecesarios, debían hacer una crítica y denuncia de aquello que estaba mal y mostrar también la dirección socialista como posibilidad de futuro. Con este propósito en mente, Mancisidor vuelve en su novela a las huelgas inquilinarias del 22, modificando los eventos para adaptarlos a su objetivo. 

A través de la noción de la “ciudad roja”, Mancisidor resalta en su novela la forma como, al iniciar la huelga, el espacio urbano se transforma. El ritmo del puerto más activo del país se detiene de golpe, dando paso a una Veracruz huelguista llena de esperanza utópica:

La ciudad, entre un florecer de banderines y gallardetes que acariciaban las paredes con mimos fraternales, era, al reflejo quebradizo de luces centelleantes, una interesante ciudad de ensoñación toda teñida de rojo. Rojos los destellos de las cúpulas, roja la esbeltez de sus torres elevadas; rojos los reflejos optimistas de sus paseos; rojo el flamear de los lienzos a la distancia; rojo el brillar de sol que incendiaba el ocaso; rojo el ambiente saturado de esperanzas. (85)

Al describirnos la forma como los habitantes se organizan autónomamente, defendiendo sus patios de la policía, tomando decisiones en asambleas y mitines o eligiendo popularmente a su dirigencia, Mancidor quiere mostrarnos el proceso de formación de un tipo de poder popular análogo al de la Comuna de París de 1871. Si Lenin decía que este poder se caracterizó por la autoorganización de las masas urbanas, la autodefensa y la elección popular de representantes, Mancisidor va tachando cada una de las casillas, argumentando así que durante unos meses, en lo que duró la huelga de renta, Veracruz logró cristalizar la imagen de un espacio urbano comunal organizado desde abajo por las masas proletarias del puerto. 

Al igual que Marx en su texto sobre la Comuna de París, Mancisidor se encargará de dejar claro que esta imagen del futuro comunista fue fugaz, e inscribirá a la comuna veracruzana en la misma estructura de sacrificio y redención que Marx otorga a la parisina. Para ello, Mancisidor crea su propia narrativa del movimiento: según la novela, el movimiento empieza a desorganizarse porque las masas no escuchan las indicaciones del líder, luego se divide y finalmente sucumbe ante la represión del estado. La novela culmina con la muerte del líder (llamado Juan Manuel en la novela), que sin embargo logra vislumbrar en la sangre derramada de los obreros la imagen de una ciudad comunista que será alcanzada y redimida por el único medio posible (según Mancisidor): un movimiento socialista organizado, vertical, disciplinado. En otras palabras, el sacrificio de 1922 será redimido por el movimiento que la novela misma quiere instigar en 1932. Fuera de este arco narrativo queda toda la fase “reformista” del movimiento, además del pensamiento anarquista de Herón Proal y uno de los personajes colectivos más importantes del episodio histórico, las prostitutas. 

 

 

Las prostitutas que iniciaron la huelga del 22 no sólo no aparecen en la novela. Según La ciudad roja, la huelga inicia cuando los policías expulsan de su casa a una mujer que, de hecho, no puede pagar renta porque se niega a prostituirse. De manera similar, el pensamiento anarquista de Proal está ausente, y a decir verdad el sastre es transformado en un líder proto-socialista obsesionado con la disciplina de las masas y con dictar línea desde arriba. Mancisidor trata de separar nítidamente explotadores y explotados en términos morales, buenos y malos, y desde este ángulo la prostituta le parece una figura problemática, quizá contaminante, una víctima menos obvia que la mujer que conserva su “honor” pese a todo. Mientras tanto, la línea socialista lo lleva a despreciar el anarquismo, en particular sus tácticas de organización horizontales y dispersas. Pero en ambos casos se muestran más bien los límites dogmáticos del proyecto de literatura proletaria, ya que la consecuencia es que Mancisidor no puede discutir de manera productiva con Proal y las prostitutas. Ya en 1922, ellos empezaban a ver la prostitución no como un acto moral impuro, sino como un trabajo sujeto a condiciones específicas de explotación, condiciones escondidas precisamente a través de categorías morales. En un discurso rescatado por Wood, Proal habla de la prostitución como “la carne explotada de la burguesía”, sugiere que este trabajo es una de muchas formas de explotación laboral en el puerto y llega al punto de vincular la explotación laboral con la causa misma del movimiento: sugiere que tanto trabajadores como prostitutas eran cuerpos rentados por otra clase social para la acumulación privada, a la vez que esa clase utilizaba el mecanismo de la renta para mantener a esos cuerpos sin otra alternativa más que aceptar las condiciones de vida que se les ofrecían o no tener ni techo.  

Incapaz de complejizar estas ideas, La ciudad roja fracasó en su intento de convertir a la comuna veracruzana en el punto de partida para un movimiento socialista organizado. A decir verdad, la novela quedó sepultada en los estantes perdidos de la literatura mexicana. Y sin embargo podemos decir que la intuición de Mancisidor al elegir los eventos del 22 no estaba desencaminada. Hoy, inmersos en un contexto de precarización laboral, outsourcing, mercados de renta hiper inflados y una población joven hundida en la deuda, los cuestionamientos de las prostitutas y Proal sobre la renta y su relación a formas de explotación atravesadas por cuestiones de clase y género resultan valiosas a la hora de pensar qué condiciones de nuestra actual organización urbana urge transformar hacia el futuro. 

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