Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
20 julio, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El martes 16 de julio, como parte de la exposición El cazador y la fábrica, bajo la curaduría de Magalí Arriola y Juan Gaitán, la Fundación/Colección Jumex organizó una mesa redonda en la que participaron Judy Radul, Thomas Keenan y Eyal Weizman —quien participó hace un par de años en el Congreso Arquine. Si el tema de la exposición es la disolución del borde claro entre urbe y campo, entre lo natural y lo artificial, la mesa se centró en entender y cuestionar los límites entre representación y realidad o, más allá, entre prueba y verdad.
Principalmente a partir de su trabajo sobre las cortes Judy Radul habló de la descripción, tanto lingüística como visual o, más bien, “de la imposibilidad de la descripción que es al mismo tiempo la posibilidad de una descripción infinita”. En todo juicio, dijo, es necesaria una traducción de la experiencia al lenguaje, decir lo que pasó. Ese mismo acto implica, de algún modo, lo que en relación a la literatura o al teatro y el cine se ha llamado suspensión de la incredulidad —bajo sus propias reglas y parámetros específicos— o, de otro modo, la suspensión del juicio.
Thomas Keenan habló de la fotografía contra-forense, a partir de las posiciones teóricas del fotógrafo y crítico americano Allan Sekula, para quien hay que exponer el mito de la fotografía documental: la fotografía documental no dice la verdad, pero la fotografía documental tampoco miente. La fotografía, en tanto huella, abre la posibilidad de ser interpretada y hay condiciones que determinan la veracidad o la falsedad. Y en ese sentido, la corte —como espacio y como condición— tiene que ver con ficciones —con la interpretación verosímil de la evidencia. Keenan agregó algo que de particular interés hoy en México, tras decenas de miles de muertos y desaparecidos sin nombre y en condiciones aun sin aclarar: si no se han interpretado con suficiente claridad, si no se ha nombrado a cada víctima y no se sabe qué pasó en cada caso, todo monumento en su memoria será necesariamente una abstracción.
Eyal Weizman, quien ha trabajado el tema de la arquitectura y, junto con Keenan, la estética forense, recordó en principio la etimología de la palabra: forense viene de foro, la verdad pública que se presenta ante todos. La arquitectura forense tiene que ver con una estética material que no involucra ninguna subjetividad, en la que la materia, lo material, sirve como sensor. La arquitectura es un medio y la deformación de la forma nos proporciona información de las fuerzas que han tenido lugar. A diferencia de los arquitectos, los inspectores de edificios —quienes trabajan para compañías de seguros o investigando casos judiciales— saben que los edificios no son estáticos, y entienden la arquitectura como un dispositivo —en inglés, Weizman usó la palabra device. Definió a los modelos —maquetas o simulaciones por ordenador— como evidencia del futuro. También explicó que ninguna evidencia es concluyente por sí misma fuera de la red de conocimiento en la que se inscribe. Tras plantear que la regla básica de la ciencia forense es que el investigador debe ver a mayor resolución que el criminal, explicó que en nuestra época —cuando muchos actos criminales son cometidos por estados bajo el supuesto de defender su (nuestra) seguridad— el papel se ha invertido: el criminal tiene mayor resolución que la que pueda tener el investigador. Digamos que ese tipo de evidencia, hoy, resulta sublime: está por abajo de los límites de percepción y registro de los que dispone el investigador.
Al preguntarles a los tres si había una conexión entre el arte, entendido quizá de una manera romántica, como revelación y la revelación como rebelión —sobre todo en tiempos de hackers, de Assange y Snowden— y si cómo habría que entender su papel de ocupar el espacio público, Weizman respondió que debemos entender que “decir la verdad es un proyecto colectivo y que la justicia reposa sobre la idea de una verdad universal —contrario a muchos discursos posmodernos. La violencia contra la verdad, dijo, y la violencia contra el pueblo van juntas. Keenan agregó que hoy en muchos estados se dan, paradójicamente, secretos abiertos, que buscan hacer que la revelación sea imposible. Radul, finalmente, dijo que en el último siglo los artistas han ayudado al entrenarse —y entrenarnos— como lectores de la realidad.
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