Los dibujos de Paul Rudolph
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¡Felices fiestas!
11 agosto, 2013
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
El pasado domingo reseñaba la visita a la exposición Le Corbusier Un atlas de los paisajes modernos en el MoMA con Teodoro González de León. Quizá esta nota debería haberla antecedido. Si así fuera, oximoroneando, que sea un prefacio a posteriori. O un pre-texto.
Mis maestros en la Escuela de Arquitectura de Barcelona me forjaron una figura de Le Corbusier imprescindible. Un personaje a veces incuestionable y en otras discutible, pero siempre presente. No era el caso de otros maestros de la modernidad. Ni Frank Lloyd Wright, ni Ludwig Mies van der Rohe, ni Walter Gropius, ni Alvar Aalto estaban tan presentes, tan ubicuos como Le Corbusier. Ni mucho menos los clásicos –Brunelleschi, Palladio, Ledoux- ni los modernos o contemporáneos eran capaces de impregnar todas las áreas de conocimiento y reflexión de la arquitectura. Algunos despertaron mi interés con entusiasmo casi obsesivo, con viajes iniciáticos hasta Finlandia para recorrer una por una las obras de Alvar Aalto, tratando de comprender por que mis maestros repetían hasta la saciedad, que el proyecto estaba en la sección. O hasta Chicago para estudiar detenidamente la casa Farnswoth de Ludwig Mies van der Rohe y convertirla en tesina del Master, dirigida por Ignasi de Solà Morales. Pero el rumor de Le Corbusier siempre estaba presente hasta cuando no era protagonista: recorriendo las obras dispersas de Carlo Scarpa por el Veneto, aprendiendo la caligrafía moderno-manierista de los Five o visitando los nuevos museos alemanes de los años ochenta, se reconocía la herencia purista o expresionista, pero siempre corbusiana, en Richard Meier, en James Stirling, en Hans Hollein y, no mucho después, en la obra y los textos de Rem Koolhaas y tantos otros. Tampoco faltaron en mis peregrinajes arquitectónicos las visitas a las grandes obras de Le Corbusier: desde las primeras casas parisinas – villa La Roche-Jeanneret, Savoye, Cook, etc.- y la Tourette, la Chapelle de Ronchamp, hasta las obras más periféricas –Centro Carpenter en Boston, la casa Curutchet, en La Plata, Argentina, o Ahmedabad y Chandigarh en la India.
A su vez, una lectura atenta a la bibliografía propia y ajena fue forjando un discurso axiomático que, también hay que decirlo, requirió de años y espíritu crítico, para tomar la distancia debida. Algunos textos como Hacia una arquitectura, y sus muchas propuestas urbanas a gran escala abrieron la imaginación colectiva hacia un mundo, que por entonces, parecía mejor. Pero sobre todo, la constatación en algunas obras de sus principios, de sus cinco puntos para una nueva arquitectura –la planta libre, la terraza jardín, los pilotis, la ventana longitudinal y la fachada libre- en una primera etapa, así como la expresividad tectónica y cromática de sus últimas producciones, ejerció una fascinación tan brutal que eclipsó a otros autores.
Mi condición de extranjero por elección me obligó a estudiar la arquitectura mexicana con pasión desprejuiciada. Era necesario entender quien era quien y sus vínculos. Llegando a México visité las obras con la voracidad del que descubre un yacimiento con múltiples e intrincadas vetas de materiales valiosos que conviven físicamente con arquitecturas de otras épocas, dialogando con ellas. Ví que la modernidad mexicana no era ajena de su pasado. No es autista como otras modernidades. La presencia de los grandes momentos de la arquitectura prehispánica y colonial permeaba entre el discurso moderno imprimiendo una complejidad tectónica y tipológica que carecía la arquitectura moderna de otras latitudes. Y la arquitectura moderna mexicana que fue atrapando mi interés estaba impregnada de Le Corbusier.
Si bien muchos de los arquitectos que me cautivaron -Juan O´Gorman, Luís Barragán, Mario Pani, Augusto H. Álvarez o Juan Sordo Madaleno, por citar a algunos- traían el estigma corbusiano, sólo Teodoro González de León era heredero directo y había trabajado con el arquitecto franco-suizo.
De ahí que quisiera visitar la exposición con González de León, verla a través de su mirada, su sorpresa, sus recuerdos, para tratar de entender como el mundo imaginado e idealizado por Le Corbusier se hizo realidad en el México moderno.
Fuente imagen MoMA
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