Western Stories
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¡Felices fiestas!
10 enero, 2013
por Alejandra Gámez | Twitter: ale_gameza
La primer exposición que resguarda La Tallera en Cuernvaca tiene como eje central la práctica artística de David Alfaro Siqueiros llevada a cabo a partir de la inauguración del inmueble como casa-estudio de 1965 a 1973. La arquitectura del lugar tenía como objetivo conjugar la creación plástica con la producción a gran escala donde se pudieran poner en práctica las expectativas teóricas y plásticas que Siqueiros había desarrollado a lo largo de su carrera artística. Desde 1941, el modelo de Siqueiros oscilaba entre la fragmentación y la unidad de la obra. El interés por la plástica dinámica se convirtió en el principal objetivo del pintor.
Mediante una interpretación del uso de medios fotográficos y cinematográficos, y de su adecuación a la composición geométrica, Siqueiros trabajó en la estructuración de un método que denominó “poliangular”, con el que buscó construir una teoría sobre la pintura mural dedicada a un espectador en movimiento. Los conceptos de espacio y perspectiva conformaban un juego estructural de volúmenes, de este modo, el relato de los murales se interrumpe de manera abrupta por la introducción de líneas que funcionan como direccionales hacia varios puntos de fuga donde, lo horizontal se modifica en vertical, la circunferencia en ovoide y las líneas paralelas en líneas convergentes.
Ejemplos claros de estas obras experimentales son: la denominada sala poliangular y los murales recolocados a la plaza principal de La Tallera, intervenida por Frida Escobedo (Los murales tras la celosía) para el actual proyecto de museo, taller y residencia artística. La sala poliangular, situada en el interior del edificio, tiene como objetivo alterar las fronteras materiales de una sala construida por medio de estudios perspectivos. El resultado es una reconstrucción espacial artificial con múltiples directrices que generan una experiencia dinámica y geométrica al espectador. De esta forma, Siqueiros cubre todos los elementos posibles de una arquitectura, pisos, paredes y techos, con el objetivo de configurar un espacio visual sin límites y con múltiples posibilidades de recorrido.
Los murales fueron concebidos originalmente para estar al exterior y actualmente funcionan como vínculo visual y programático con la plaza, conteniendo la cafetería librería y tienda del nuevo museo, y a su vez separan la residencia para artistas. Al girar esta serie de murales se ponen en juego elementos simbólicos de la sintaxis arquitectónica de la fachada –considerando la poliangularidad en la obra de Siqueiros– que cambia la habitual relación entre la galería y el visitante. Al abrirse el patio, el museo cede un espacio público pero al mismo tiempo se apropia de la plaza. Al igual que el exterior, el espacio de la galería con la propuesta museográfica de Isaac Broid y Jorge Agostoni (La Tallera una fábrica en movimiento), y la exposición curada por Mónica Montes y Natalia de la Rosa (Quién era Siqueiros. 1896-1932) se desdoblan nuevos vínculos espaciales.
A partir de los resultados de los estudios poliangulares y de escultopintura, así como de elementos innovadores en la experimentación, como lo fueron la realización de cajas de luz, biombos y maquetas, la exposición intenta mostrar el funcionamiento original del espacio. Ambas muestras explican la magnitud del proyecto así como el modo en el que una obra como el Polyforum Cultural Siqueiros pudo llevarse a cabo dentro de este espacio. La Tallera se muestra entonces como un espacio fabril de producción que permite establecer una relación directa entre arquitectura, técnica, creación artística y enseñanza. Logra representar las ambiciones experimentales del artista en la plástica y fomentar el trabajo colectivo dentro de la actividad pictórica.
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