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Columnas

La Modernidad truncada

La Modernidad truncada

12 noviembre, 2018
por Ernesto Betancourt

“New York, Drop Dead” *

Gerald Ford 

(Encabezado del NY Daily News, 30 de Octubre de 1975)

22 de febrero de 1913 es la fecha que tiene registrada la historia para el asesinato de Francisco I. Madero, con él también moría asesinada la democracia en México, y no se  le vería renacer hasta la elección nacional de Vicente Fox en el año 2000.

La usurpación de la presidencia de Madero por Victoriano Huerta desterró de este país la cultura democrática que, a pesar del autoritarismo del gobierno de Porfirio Díaz, parecía caminar hacía rumbos más modernos. Su gobierno había comenzado la construcción de un recinto parlamentario para el Congreso de la República con un proyecto del francés Émile Bénard, tras un controvertido concurso. La nueva sede se ubicaría en el remate de un eje urbano como contrapunto al Palacio Nacional, cara a cara con el poder ejecutivo y de una escala incluso mucho más contundente que el antiguo palacio virreinal —convertido en Palacio Nacional en 1824 y asiento del Poder Ejecutivo.

El gobierno de Madero continuaría con las obras para que el congreso mudara su sede del antiguo Teatro Iturbide en la calle de Donceles —sede que por cierto mantuvo hasta 1972 afín al rol teatral que el congreso jugaba en la dictadura y en la revolución— a un espacio más adecuado y simbólico. Sin embargo, el usurpador primero, los revolucionarios después y por diversos motivos, decidieron cancelar y abandonar el proyecto a medio construir.

La estructura de acero del recinto inconcluso se mantuvo por décadas como un esqueleto desahuciado, hasta que el entonces flamante Partido Nacional Revolucionario lo adopto y adaptó como mausoleo de la nueva religión revolucionaria en los años 30, para servir como albergue de los restos de algunos de los caudillos del nuevo régimen. Carlos Obregón Santacilia realizó un proyecto para recubrir con piedra aquella osamenta de hierro. La estética fascista —tan en boga en America y que tan bien convivía con los corporativistas del priismo mexicano o los militaristas del peronismo argentino de la época previa a la Segunda Guerra— fue la que Obregón eligió para su diseño, acompañado del conjunto escultórico de Oliverio Martínez.

Fue hasta los años 70 que el priísmo omnímodo de López Portillo —en su embriaguez petrolífera (la resaca vendría un par de años después)— decide que el teatro que ocupaba el congreso le queda chico a la reforma política que ampliaba las curules y corifeos en la cámara de diputados, y decide construir otro recinto para el congreso. La nueva sede se inauguró entre vítores el 1 de septiembre de 1981: el día de su 5o. Informe de Gobierno. Un año después, con lagrimas en los ojos, López Portillo pedía perdón a los pobres por los desfalcos que su misma gestión provocó en aquel mismo y potente escenario: el pleno incondicional le propinó una ovación desaforada.  

El arquitecto del nuevo recinto fue Pedro Ramirez Vazquez, quien tan amalgamado al sistema como era, diseñó un auditorio grandilocuente, propicio por su forma y su esquema más para el espectáculo y la audiencia pasiva que para el debate parlamentario. Sí, el teatro se mantuvo, pero esta vez ya no estaba frente al Palacio Nacional como hubiese querido Diaz o el desventurado Madero, sino detrás, a espaldas del poder ejecutivo en San Lázaro, prácticamente en el mismo eje del proyecto de Bénard, pero hacia el extremo oriente de la traza histórica de la Ciudad, justo en la frontera del antiguo Lago de Texcoco.

Hace muy poco, el 29 de octubre, a escasos días de la conmemoración de los muertos de 2018, el presidente electo de México dio a conocer los resultados de una “consulta popular” (descalificada por muchos por su falta de rigor metodológico y apego a la ley) que permitía y “autorizaba” cancelar las obras de la nueva sede del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en construcción (NAIM), con una inversión prevista de más de 1,200 millones de dólares y  un avance cercano al 30%. No hace falta demasiada imaginación para encontrar aquí similitudes y coincidencias sugerentes —amén sí, de muchas otras diferencias.

Demasiado se abusa de la frase de Octavio Paz en la que se refiere a la arquitectura como “testigo insobornable de la historia”, pero aquí resulta inevitable invocarla de nuevo: el Monumento a la Revolución se recubrió con sillares de piedra y formas arcaicas, borrando una intentona ecléctica y moderna de acero para un parlamento enfrentado al poder ejecutivo. Hoy su presencia inevitable está permanentemente recordándonos el carácter insular, pétreo y coercitivo que adoptaron los gobiernos revolucionarios.

¿Qué sucederá ahora con los restos del NAIM? No es el abandono de una construcción ecléctica para un recinto parlamentario en el primer caso, o la cancelación de un aeropuerto grandilocuente, en el otro, proyectado por un gran arquitecto, lo que resulta tan alarmante. Son más bien los gestos, desconsiderados y hostiles al progreso. Es el pretexto que parece inmune al debate informado sobre el futuro de una ciudad. Es el arrebato para reafirmar una ideología o peor: una demostración llana de poder. “NY drop dead”, escupió Gerald Ford desde Washington a los neoyorquinos ante la crisis financiera de su ciudad —un 30 de octubre también pero de hace 45 años, de ese modo no sería él quien asumiera la responsabilidad de decisiones tomadas por otros y que pudieran comprometer su exiguo poder, aunque eso significara abandonar ante el desfalco fiscal a la gran ciudad. Son esos gestos innecesarios y su retórica la que no deja espacio para la reflexión sobre temas urbanos fundamentales. Es la imposibilidad de reconsiderar las iniciativas positivas de un régimen moribundo para adaptarlas a la narrativa de un poder renovado —como Francisco I. Madero aparentemente sí lo vio en el caso del parlamento porfirista.

¿Cuál será ahora el destino de esa nueva osamenta abandonada sobre los restos salitrosos del mítico lago? ¿Qué destino se impondrá sobre los más de 100,000 m2 de concreto y acero abandonados? ¿Qué ofrenda mortuoria será la que recubra ahora nuestros desatinos estratégicos? ¿Qué futuro le espera una vez más al oriente de una ciudad que siempre le ha dado la espalda condenándola a la pobreza y la segregación? 

El régimen priista se compuso y se descompuso dandole la espalda a la democracia y a ese oriente. ¿El régimen de la llamada cuarta transformación podrá recomponer una visión del futuro hoy truncado? No lo sabemos, nadie lo sabe, mucho menos, creo, los que llevaron a muchos a comprometer sin ningún plan viable el destino de la ciudad y votar por lo desconocido.

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