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Columnas

La modernidad expirada

La modernidad expirada

13 noviembre, 2018
por Pablo Emilio Aguilar Reyes | Twitter: pabloemilio

Se habla de modernidad: de cómo esta se ha truncado y ha sido impedida en México. ¿Los culpables? Son siempre aquellos: las masas, el juicio desinformado de los que supuestamente no saben, cuya influenciable voz fue transmitida a través de un voto en una consulta popular. Hablamos de la consulta popular sobre el futuro del proyecto del NAIM en Texcoco, cuya naturaleza legal es tema de otra discusión. Evitaremos reducirla a tecnicismos jurídicos o de viabilidad, pues interesan más las implicaciones discursivas de aquellos que se apegan al relato de una modernidad truncada.

Desde su llegada a México, la modernidad ha sido despiadada. A lo largo de la historia del país, hay contundentes ejemplos de la unilateralidad y  naturaleza beligerante de la modernidad. Primero, la inequidad social, el esclavismo y autoritarismo establecidos en el gobierno de Profirió Díaz. A este ultimo se suele atribuir el mérito de haber instaurado la primera instancia de modernización en México aunque, desde nuestra perspectiva, su mérito personal es desdeñable, pues las fuerzas de la modernidad arrasaban de forma creciente en todo el mundo y, si no era él quien las invitaba al país, hubiera sido cualquiera. Otro ejemplo, acontecido hace cincuenta años, en la cumbre de la modernidad mexicana: la masacre de Tlatelolco. Ante el esfuerzo por mostrar al mundo el aparente progreso que México había logrado en materia de modernización, de avance político, económico y cultural, y para que eso se pudiese reflejar nítidamente en el evento olímpico, el gobierno Mexicano mato a los estudiantes cuya voz manifestaba disonancias ante el discurso autoritario, oficial y de modernización.

Estos últimos ejemplos podrían parecer extremos, pesimistas, o desarticulados entre sí, pero habría que retener en la mente que estos acontecimientos, así como los otros miles que ocurren en el país y el resto del mundo, se llevan a cabo bajo el estandarte de la modernidad. Por tal razón pedimos que, si se va a hablar de la forma en la cual una consulta sobre un aeropuerto frena la modernidad, se hable de esta con todas sus letras.

Estos sujetos modernos, que ven en la cancelación del aeropuerto un obstáculo para el progreso del país, tendrían que revisar sus preconcepciones y el entendimiento del acontecer histórico para ver que, tal vez, esa idea de progreso ya ha expirado. ¿De qué hablamos? Desde luego, la modernidad tuvo su momento: la emancipación del sujeto, el razonamiento colaborativo y acumulativo, y la simetría argumentativa entre miembros de una comunidad no se pueden entender sin la modernidad. En ese sentido, y contrastando con Díaz, Juárez sería un representante virtuoso de la modernidad al separar cuestiones religiosas de asuntos de Estado. Desafortunadamente, la modernidad ha mostrado sobrevivir a sus virtudes y hundirse en sus vicios: la neutralidad valorativa, la competencia apática entre sujetos, la falta de bases sobre las cuales levantar una racionalidad ética, el ecocidio mundial contemporáneo, la reducción de todo a valor de cambio, la fetichización de la técnica, la exclusión de todo conocimiento fuera de la narrativa epistemológica secular, la anestesia del sujeto y un amplio etcétera, son muestra de algunos de tales vicios.

La caducidad de las categorías que tienen los sujetos modernos se hace evidente al platearse preguntas como, ¿en qué consiste el progreso?, o ¿cuál es el fin, hacia dónde se progresa? Pues si se entiende el progreso como una línea de tiempo, simple y unilateral, se piensa, entonces, que frenar un aeropuerto evitara la inversión económica extranjera (que, desde el Porfiriato, parece ser la máxima fuente de validez nacional), y por lo tanto el progreso económico del país. Aquí se entrevé el carácter rebasado de este discurso, que busca encapsular a todos los sujetos de un país dentro de una sola concepción de progreso, que no solo es reductiva, sino exclusivamente económica. ¿Cómo fue, entonces, que el individuo racional que la modernidad buscó redimir por encima de todo lo demás, hoy queda relegado ante el crecimiento económico de un país? La respuesta es compleja, pero la pregunta delata la naturaleza problemática y contradictoria de la modernidad. Si, tras cientos de años de modernización en el país, se siguen teniendo los problemas que hoy nos aquejan, tal vez lo último que se necesite sea más de esa modernización, más de ese progreso. A diferencia de lo que dicta cierta modernidad, el progreso va en todas direcciones, o sea, hacia distintos fines, no uno solo. El progreso va en todos sentidos y en todas velocidades, es decir, también puede ir hacia atrás o quedarse quieto. La visión moderna del progreso como movimiento lineal, unidireccional, ascendente, acelerado y arrogado al futuro, algún día fue vigente. En contraste, existe un creciente escepticismo ante esta concepción moderna, pues el costo del progreso ha mostrado valer cada vez menos la pena. Algo más: la forma de ver el mundo detrás del deseo por construir el Nuevo Aeropuerto Internacional de México demuestra que no se trata de un aeropuerto del siglo XXI, sino del siglo XVII (a este siglo se le atribuye el origen la modernidad). Ante tal afirmación, entonces, y sin adentrarnos en cuestiones técnicas, resultaría más moderno el aeropuerto actual, más apegado a las pautas narrativas de su momento y al discurso que le dio origen, mismo que hoy ha perdido vigencia.

Nuestra apuesta no es pesimista. La modernidad se puede rescatar, es decir, reincorporar al acontecer de la practica diaria de sus virtudes iniciales. Esto se puede hacer, afortunadamente, mediante el diálogo —algo de lo que se ha visto muy poco recientemente, en nuestro contexto de polarización política. Todas las condiciones para que se pueda dar el diálogo son características medulares originalmente establecidas en la modernidad. Es decir, a través del diálogo simétrico, sin violencia, sin preconcepciones dogmáticas, con equidad de razonamiento, con juicios comprobables y con pretensiones de validez, se puede lograr entablar un puente hacia una racionalidad valorativa que contenga dentro de sí todas las diferentes formas de progreso. Para dicho diálogo es necesaria una máxima: detrás de toda decisión técnica (en el caso del NAIM, el emplazamiento en Texcoco) hay necesariamente una posición ética. De la misma forma, y contrario a lo que a veces se piensa en México, el acto deliberativo no es una confrontación, un combate. Todo lo contrario: es un trabajo colaborativo para encontrar conjuntamente los mejores argumentos posibles. Al lograr encadenar un proceso de diálogo con argumentos que culminen en consensos, habremos marcado las pautas procedimentales para, posteriormente, tal vez construir un nuevo aeropuerto, uno del que efectivamente podamos decir que sea propio del siglo XXI.

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