Entrevistas

La experiencia de la belleza llega por sorpresa. Conversación con Peter Zumthor

La experiencia de la belleza llega por sorpresa. Conversación con Peter Zumthor

4 julio, 2017
por Nicolás Alvarado

Nicolás Alvarado: Conocía su obra, pero para esta entrevista además he leído sus libros y me di cuenta que algo me hacía falta. Entre otras cosas, soy profesor de semiótica en la Universidad, y empecé a hablar con mis alumnos sobre el significado y, leyendo su libro Pensar la arquitectura , me encontré de pronto ante la belleza, la claridad de la idea de ser frente a la idea de significado. ¿Piensa que le damos demasiada importancia la significado y que pensamos poco en lo que es el ser?

Peter Zumthor: No lo sé, sólo puedo decirle lo que me gusta. Existe de hecho una diferencia en nuestra cultura y nuestro pensamiento occidentales, pues tendemos a pensar en términos abstractos sobre las cosas, en algo un tanto distinto a las cosas mismas: su apariencia, su brillo. Y claro que siempre he estado interesado en ambas cosas, pero como arquitecto me interesa más hablar de la cosa misma: estar ahí en la experiencia de algo. Así que hay una experiencia intelectual de algo y una experiencia física, emocional de la cosa. Estoy más de este lado, pero no busco deshacerme de la primera; veo que de pronto se convierte en ideas sobre papel sobre ideas sobre papel sobre ideas sobre papel… ¿Dónde quedó la cosa?

NA: Sin embargo, no se puede escapar al pensamiento. Usted dice que se tienen estas reacciones absolutamente físicas a los espacios, a las cosas, y luego se intelectualiza —usted incluso ha escrito libros al respecto. Así que, de algún modo, el pensamiento tiene su función en relación con las cosas, ¿no es así?

PZ: Claro. Necesitamos el cerebro y es bueno que podamos pensar. No estoy en contra de ello. Pero cuando dice que yo intelectualizo, dudo en aceptarlo. Sé lo que quiere decir, pero déjeme pensarlo un momento. Intelectualizo mi experiencia, estoy tratando de entender mi experiencia. Pero la experiencia provoca una reacción en algún lugar en mi cuerpo —no tengo idea dónde, algunos dicen que en el corazón— y entonces trato de entender. Y, por supuesto, es en ese momento que todo lo que tengo, cada escena, cada pensamiento, entra en juego para ayudarme a entender lo que debo hacer. Pero, para mí, lo importante es que se empieza por la emoción.

NA: La reacción física. A veces veo un edificio y tengo esta sensación de ser rebasado, de quedar abrumado por la belleza y por la perfección de la obra. ¿Se trata de una sensación inefable, que está más allá del pensamiento? ¿Diría usted que la belleza va más allá del significado?

PZ: Sí, pero es una inmersión en algo, llamémosle una emoción, de lo que hablamos sin alcanzar. Jamás podremos explicarlo, aunque siempre debamos intentarlo. Y sabemos que la experiencia de lo bello es algo increíblemente humano de cierta manera: nos pertenece. Experimentamos la belleza.

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NA: Usted habla mucho de la idea hacer cosas. Usted hace muchas cosas con sus manos. ¿Es esa una manera de intentar capturar la belleza, hacerse uno con la belleza? ¿Por qué es bello hacer cosas?

PZ: La experiencia de la belleza me llega por sorpresa. Al llegar a esta casa, sé que es bella, la conozco, pero sigue siendo una sorpresa. Es como ver una buena obra de arte: siempre te dice otra cosa. Provoca algo en la química de nuestros cuerpos que es distinto a la vez anterior. Así es como experimentamos la belleza. Una buena obra de arte, literaria, musical o de arquitectura, tiene esta capacidad, esta profundidad insondable, que no se puede agotar.

NA: ¿Por qué decidió convertirse en arquitecto? Leyéndolo pienso que pudo haber sido un buen escritor —hay un lado proustiano en la manera que cuenta algunos espacios. ¿Por qué crear atmósferas mediante la arquitectura y no la música, por ejemplo?

PZ: Es pura casualidad, porque me crié en una familia de artesanos y eso fue lo primero que aprendí. Soy el hijo mayor y mi padre quería que yo me quedara con su taller. Era la tradición familiar. Así empecé. Aprendí mucho. Cuando yo tenía veinte años mis amigos terminaban la preparatoria, pero yo podía construir muebles. Tal vez me sentía un poco mal entonces, en comparación a ellos, por no tener un grado y no le daba importancia al hecho de poder construir muebles, pero viéndolo en retrospectiva, fue muy bueno lo que hice. Me gustaría ser un filósofo. Me gustaría ser músico.

NA: ¿No es usted un filósofo, un filósofo de la arquitectura y del espacio?

PZ: No soy yo quien lo debe decir. Me gusta ser arquitecto.

NA: La arquitectura le da también la oportunidad de tener una relación directa con las cosas. En la literatura siempre hay mediación de las palabras. Cuando se escribe un ensayo o un poema, no te abruma sólo por estar frente a él, hay que leerlo. Con la arquitectura la sensación es inmediata, no hay que esperar a leerla o no se puede evitar leerla.

PZ: Estamos expuestos a la arquitectura. Podemos comprar un libro de poemas de Emily Dickinson y dejarlo sin abrir sobre la mesa. La arquitectura está ahí. Pero ese es el caso también de la música.

NA: Usted dice estar de acuerdo en que la música es la madre de todas las artes.

PZ: Para mí lo es. Ayer que llegué a esta casa había música de fondo, toda la tarde. Hoy me alegra que estemos en silencio, porque la música nos llega sin mediación. El mundo hoy está lleno de música de fondo. Nos llega inconscientemente.

NA: Usted ha escrito también sobre el ruido, pero no sólo entendido como sonidos sino de ruido visual, emocional, intelectual. ¿No es parte de su trabajo un esfuerzo por combatir ese ruido?

PZ: Cuando hago una casa empiezo por pensar en cómo suena. Un recuerdo que me gusta mucho de mi juventud es el sonido de mi madre en la cocina. Por eso me gusta el sonido de fondo ahora, que viene de la cocina pero también un poco de la ciudad: me permite saber dónde estoy. Como arquitecto creo que es bueno controlar también el sonido de los espacios, porque amplifican, transportan y le dan carácter al sonido. Primero quise reducir el ruido y luego abrir el campo a otros sonidos.

NA: Por lo que me dice entiendo que le gusta que los sonidos —o incluso el ruido— sea orgánico: el sonido de la ciudad, del jardín de la casa. ¿Lo que le molesta son los ruidos que no pertenecen a la experiencia que vivimos?

PZ: Empezaría diciendo que las cosas deben sonar como se ven. Eso me gusta. También me gusta cuando en un club de jazz el sonido sale directo y te golpea, sin espacio. Lo que no me gusta es el sonido como basura, que ensucia todo.

NA: Los seres humanos no suenan, necesariamente, como se ven. ¿La arquitectura es una manera de buscar darle al mundo el orden que los humanos no encontramos?

PZ: La arquitectura es parte de la humanidad así que el 99% de la arquitectura no es tan ordenada.

NA: Me gustaría pensar que la arquitectura está hecha por la humanidad pero que de algún modo nos trasciende…

PZ: ¿Qué entiende por humanidad?

NA: Lo imperfecto. Lo ruidoso. Lo contradictorio. Lo vivo que es incapaz de generar una atmósfera para alguien más. ¿No es la arquitectura una de las maneras en las que intentamos ordenar lo que no podemos ordenar en nosotros mismos?

PZ: Entiendo. Pero no usaría la palabra orden. Diría, más bien, que los humanos podemos ser brutales, hacer guerras, matarnos unos a otros, pero podemos también producir obras de arte. Algo que trasciende nuestra vida. Usted lo llama orden, lo podríamos llamar belleza. Eso, estoy de acuerdo en que es profundamente humano.

NA: Me da la idea de que usted es alguien a quien le gusta darle placer a otros: cuando describe las atmósferas de los edificios que le han impresionado, parece que se convierte en lo mejor de sí mismo y que a todo ahí le sucede lo mismo: se vuelve agradable, placentero. ¿Como arquitecto es lo que intenta darle a la gente?

PZ: Sí.

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