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“A nuestras repúblicas hermanas al sur de nuestra frontera, les ofrecemos una promesa especial: -convertir nuestras buenas palabras en buenas [...]
7 febrero, 2024
por Erik Carranza L. | Twitter: SA_Anonima | Instagram: SA_Anonima | linktr.ee: Anonima_arquitectura
¿Qué niño en México no ha ido a la Alameda y no se ha sentido allí gozoso y feliz?,
¿qué joven no ha sentido allí vagar su imaginación entregada
a dulcísimos delirios, a ensueños de felicidad?
Francisco Zarco,“La Alameda” (1849)
Se han acabado las fiestas decembrinas y tras ellas un recuerdo, el de salir del Palacio de Bellas Artes después de un concierto navideño y tener un encuentro con la vida efervescente de la Alameda Central, llena de muchas cosas que en este momento no sé describir en una sola palabra. Sólo sé decir que la vi llena de vida, de muchos personajes, incluida una variedad impresionante de botargas, de demasiada vendimia, de mucha oferta gastronómica, también de oferta cultural —incluida las batallas de rap por los MC´s bajo la escultura de Beethoven—. Y esta primera dualidad,1 la cultural, llena de baile, música, y esas otras cosas que muchos llaman informalidad, de ausencia de mantenimiento; de tantas cosas que se salen fuera de control, me recordó a esa Alameda que conocí antes de su remodelación por la hoy extinta Autoridad del Espacio Público, que estuvo cargo de Daniel Escotto y Felipe Leal (quien estaba a la cabeza de la SEDUVI) y Enrique Lastra en la dirección del proyecto.
Un 26 de noviembre de 2012, en una de esas caminatas por Avenida Juárez, antes de su cerco perimetral de casi un año en donde los domingos se veían encuentros para ir de fiesta a los bares del centro histórico, de esa oscuridad que predominaba esos mismos domingos por la tarde noche (las peores horas de la semana, donde uno sabe que queda el mismo tiempo para seguir en la fiesta, o para retirarse a descansar para empezar una semana laboral, qué difícil decisión a tomar en el día de guardar), esa obscuridad que contrasta con la actual transparencia tras su remodelación que deja a uno ver, desde Avenida Juárez hasta Hidalgo con su Templo de la Santa Veracruz, el Museo Franz Mayer, el Teatro Hidalgo, la ciudad tributaria con las instalaciones de la Secretaría de Administración Tributaria (SAT) —sí, aún seguimos pagando tributos— y el antiguo Hotel de Cortés, hoy Museo Kaluz, donde por cierto vivió Germán Cipriano Teodoro Valdés y Castillo, Tin Tan, el arquitecto de la sabrosura.
La Alameda
El jardín y parque público más antiguo de México y América desde 1593 fue sembrado durante el reinado del Virrey Luis Velasco y Castilla por instrucciones al cabildo de la ciudad en acta del 24 de enero de 1592 donde “se liberaron 500 pesos de oro común de los recursos de propios y 2,000 pesos de los de la sisa (recursos hurtados) a Diego de Velasco comisionado de la ciudad para la ejecución de esta obra”.2 Pensado en 1769 como paseo para el embellecimiento de la ciudad y el recreo de sus habitantes, estaba ubicado sobre los antiguos terrenos del tianguis de San Hipólito, frente a las Iglesias de Corpus Christi y San Juan de Dios, de origen cuadrangular, 176 años después creció casi al doble de su área para convertirse en un gran rectángulo de casi 92,000 m2 (460 m × 200. m. aproximadamente). Para 1973 tuvo pavimentos de cantera rosa o adoquín de Querétaro que, con el tiempo “se acuchararon generando problemas de nivelación, discontinuidad de material y envejecimiento diferencial por el junteo”3 y que se sustitiyeron por grandes tapetes de tabletas de mármol Santo Tomás (la textura rugosa e irregular paso a una superficie lisa y patinable), y fue reimaginada y retratada en pinturas, litografías y biombos por:
El globo, la acequia y el quemadero
De esos paseos paisajísticos por la Alameda que representan a grandes rasgos arte y geografía hay que recordar que estaba rodeada de una gran acequia, la del Puente de San Francisco, que evitaba el paso de visitantes indeseables (personas o animales), por lo que en su momento tuvo a Francisco Vega como su primer guardabosques para control y mantenimiento del espacio. En De alvino y española produce negro torna atrás (por cierto, que gran nombre para una pintura), que pertenece a una serie de Cuadro de Castas, el autor anónimo nos muestra las mezclas raciales y jerarquías sociales en escenarios urbanos de la “América española”. En ese cuadro en particular, se retrata a una familia integrada por un hombre albino vestido de manera elegante, una española de piel blanca y su hijo crespo y de piel oscura en la azotea del convento de Santa Isabel, en una época donde se iniciaron implementaciones políticas de saneamiento social encaminadas a limpiar las calles de pobres, mendigos e indigentes, usando como instrumento el reordenamiento y la exclusión socio-espacial. Estas implementaciones bien pueden ser el punto de partida del mural de Diego Rivera, Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1948), pero en lugar de pintarlo desde una azotea, este lo hizo a nivel de banqueta.
“La Alameda central siempre ha sido un lugar donde se establecen diferencias sociales, económicas, políticas y religiosas y los siglos no pasan en vano o en balde.”
Su acceso principal estaba en el oriente de lo que hoy es el espacio de transición entre el Palacio de Bellas Artes y las instalaciones del metro del mismo nombre (con su entrada tipo Guimard donada por el metro de París un 14 de noviembre de 1998), lugar de transición donde antiguamente también existió la Librería de Cristal y sus pérgolas donde alumnos de la Academia de San Carlos presentaban sus exposiciones.
Donde actualmente está el Hemiciclo a Juárez se encontraba el Quiosco Morisco, hoy en la Alameda de Santa María La Ribera, y hay que recordar que en algún momento también tuvo rejas que la circundaban para un mejor control de sus usuarios. A ella han llegado un sinfín de esculturas, fuentes, monumentos y quioscos que han sufrido modificaciones con el tiempo.
“La Alameda central es un lugar ecléctico y de experimentación teórica, histórica y artística desde 1592 hasta nuestros días.”
En la Alameda ocurrió el primer vuelo de globo en México realizado por Joaquín de la Cantolla (de ahí que esa clase de los globos lleve su nombre), lo cual permitió tener una herramienta de visualización urbana desde las alturas para registrar y representar su evolución y, ¿por qué no?, de la transformación de la Ciudad de México. En su extremo oriente frente a lo que hoy es el Laboratorio de Arte Alameda (el antiguo convento de San Diego, antes Iglesia de los Descalzos) estuvo ubicado de 1596 a 1771 el quemadero de la Santa Inquisición, aprobado también por el cabildo de la ciudad donde se indicó “el acondicionamiento del piso de piedra y cal para la ejecución, justicia y cosas tocantes a la santa fe católica”, y que fue derribado por el Marques de Croix en el último tercio del siglo XVIII.
“La Alameda central vista a vuelo de pájaro, desde una perspectiva cenital, a nivel de los ojos o a pie (descalzos) siempre ha sido un espacio de eventos y celebraciones extraordinarias.”
El taxi
O el Retrato de Salvador Novo (1924), conocido también como El taxi, por Manuel Rodríguez Lozano, óleo sobre cartón que representa a un Salvador Novo a tres cuartos sentado en el asiento trasero izquierdo, detrás del conductor de un taxi, con la mano derecha con uñas bien pintadas sobre una de sus piernas, vestido con una pijama o, mejor dicho, con sólo una bata de noche color azul sin nada abajo para no perder el tiempo. Novo, pintado con un color rosa piel (para acentuar el principio de dualidad antiguo entre lo masculino del color azul y el femenino del color rosa) lleva labios en rojo carmesí, nariz y cejas delineadas, nos ve de reojo con la mirada hacia la derecha, con una expresión vampiresca, y una mirada que se dirige hacia la Alameda, a ese lugar de ligues furtivos en una ciudad que definía el mismo como el valle de pasiones, ideologías, historias y anécdotas.
Al fondo, en el marco de ese segundo retrato, el de la ciudad de 1924, vemos la ventana del taxi (entendemos que la ventana está cerrada por la posición de la manija y por qué Novo no permite despeinarse), que circula por lo que Efraín Huerta llamó la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán. El taxi, de la Ford Motor Company, es un Model T conocido como fotingo4 que circula en sentido contrario al actual y que identificamos por su ventana cuadrada desde la que vemos una luna llena que representa la vida nocturna y cosmopolita de una esquina en el Centro Histórico de la Ciudad de México: es la esquina de San Juan de Letrán (hoy Eje Central) y la calle de Tacuba, donde vemos de perfil el pan-coupé y la fachada poniente del Palacio Postal, o Quinta Casa de Correos, diseñado por el arquitecto Adamo Boari, y construido por el ingeniero Gonzalo Garita, palacio símbolo del Porfiriato (la arquitectura también posa para el retrato). Esa luna llena es la que hoy representa al Eje Central en su división de la ciudad en oriente y poniente: el sol del lado izquierdo y la luna del lado derecho. Es el primer encuentro entre el sol y la luna en la señalética de nuestra ciudad, esa otra dualidad.
El reloj marca cuarto para las 12. Quizá en esa esquina se da el encuentro como en cualquier ciudad de esa época (donde nos encontrábamos); o en el campanario de una iglesia o catedral (¡no!, ahí no!, Salvador Novo sabe que ahí no es el encuentro); o debajo de un reloj que marque el tiempo donde coincidimos en la noche; debajo de la fachada dos farolas y dos vehículos; el privado con un automóvil de la época y el público con el tranvía eléctrico donde hoy circulan trolebuses también eléctricos, color pijama azul Novo.
El encuentro se da bajo el reloj para después perderse en las circulaciones de mármol Santo Tomás y bancas federales de la Alameda Central. Quizá el encuentro termina ahí en donde hoy está el Centro Cultural José Martí, y esa placa* que vemos es el recuerdo de que Salvador Novo recorrió y festejó su vida y su sexualidad en la Alameda Central.
*Esa placa a la que me refiero conmemora el baile de los cuarenta y uno (que en realidad eran cuarenta y dos, pero se tuvo que omitir a Ignacio de la Torre y Mier por ser yerno del presidente Porfirio Díaz), sucedido el 17 de noviembre de 1901 en la cuarta calle de La Paz (hoy la Calle Ezequiel Montes número 6 y número 7) en la colonia Tabacalera, a 1.2 km o 16 minutos de distancia de la Alameda. De esta anécdota me interesa, por un lado, el texto inscrito que habla sobre “un pasado que es y una negociación con el presente”; y, por el otro, la coincidencia que se puede dar entre la decisión de ubicar esa placa, ahí con el evento del baile y su posible relación narrativa con la descripción de el Retrato de Salvador Novo al otro extremo de la Alameda, en el lado opuesto del lugar.
Las fachadas sobre la calle de Tacuba se fugan dejándonos ver quizá una cúpula de lo que era el Antiguo Hospital de San Andrés (jesuita),5 antes de ser demolido en 1904 por órdenes de Benito Juárez para dar paso a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, proyecto del italiano Silvio Contri, y obras de Carlo Coppedé e hijos, Gino y Adolfo (fachadas, ornamentación en piedra, esculturas y pintura de alegorías), donde hoy está ubicado el Museo Nacional de Arte (MUNAL), en el número 8 de esa calle de Tacuba donde coincidentemente se encuentra el Retrato de Salvador Novo de Manuel Rodríguez Lozano.
“Este taxi representa la transición de un paseo para el embellecimiento de la ciudad y el recreo de sus habitantes de carácter noble que las clases gobernantes instauraron durante varios siglos a un paseo de ocio y recreación de prácticas espaciales marginales como la prostitución, el cortejo homosexual y manifestaciones de creencias diferentes a la religión católica.”
Eje Central.
En el imaginario colectivo cada vez menos persisten los nombres de las nueve secciones o calles en las que se dividía el Eje Central: Ajusco, Panamá, Niño Perdido, San Juan de Letrán (quizás estos dos nombres los de mayor importancia), Ruiz de Alarcón, Aquiles Serdán, Leyva, Santa María la Redonda y Abundio Martínez. En 1978, para efectos de representación de este Eje Central, Eduardo Terrazas concibió una ciudad partida y dividida en dos mediante un circulo con dos colores distintos, opuestos y contradictorios, ya que el oriente por donde sale el sol está en color negro (la oscuridad), y el poniente por donde se oculta está en color amarillo (el amanecer), sobre un fondo naranja muy representativo de amaneceres y atardeceres en la ciudad, como el sucedido el día miércoles 10 de enero de este 2024.
En la implementación sobre el mobiliario urbano de esos años setenta también diseñado por Eduardo Terrazas, coronando la señalética y los servicios públicos (aún se puede ver la ubicación del teléfono público, buzón de correos o botes para basura hoy casi extintos), la posición del oriente (sol) y poniente (luna) es correcta pero ahora en un fondo blanco contaminado que parece gris sobre la U.S.M. o Unidad de Soporte Múltiple en donde se indica la localización que debe de llevar este señalamiento. Un diseño posterior de estos postes por Luis Vicente Flores y Enrique Henríquez de 1994 sintetiza toda la señalética pero aún conserva la del Eje Central.
Salvador Novo falleció un 13 de enero de 1974, el mismo día, diferente año, el de 1953, en que nació mi madre con quien recuerdo recorrí agarrado de su mano y de su brazo muchas veces el Centro Histórico de esta Ciudad de México, donde cronistas y MC´s usan palabras como armas para hablar de San Juan de Letrán o de San Jony Beltrán en una ciudad donde hace 6 años extinguieron a la autoridad encargada del cuidado y mantenimiento de una Alameda central hoy muy deteriorada, en una ciudad donde hace mucho también extinguieron al guardabosques pero también en una ciudad donde se extinguieron esos lineamientos que dictan las instituciones que dicen lo que debe ser pero que opera de manera completamente diferente, contradictoria y opuesta.
Para ti, otra vez Ciudad de México, una ciudad de recuerdos y encuentros, en la que estoy seguro que una acequia, una reja o un guardabosques no le hubieran impedido en cualquier momento de la historia el paso a Salvador Novo para cruzar la Alameda y perderse en el anonimato dentro de sus circulaciones diagonales, aún sabiendo él que podría haber llegado al quemadero de la inquisición por sus actos realizados en esta, la Alameda central de la Ciudad de México.
“los galanes de la ciudad se muestran todos los días, sobre las cuatro de la tarde, los unos a caballo y el mayor número en coche a un paseo delicioso que llaman La Alameda, donde hay muchas calles de árboles que no penetran los rayos del sol; los gentil-hombres tienen una comitiva de seis a doce esclavos negros, vestidos con brillantes libreas encarnadas, llenas de galones de oro y plata, con medias de seda sobre sus negras piernas y rosetas en los zapatos; las señoritas tienen también su competente comitiva de doncellas de color de ébano con brillantes y blancos adornos…”
Thomas Gage, fraile inglés inspirado sobre la obra del poeta Arias de Villalobos, 1625.
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