Ana Elvira Vélez: reparar desde la vivienda colectiva
La arquitecta colombiana Ana Elvira Vélez lo tiene claro: si es posible empezar a mitigar las crisis de vivienda y [...]
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12 diciembre, 2024
por Olmo Balam
Fruto de más de una década de trabajo y de un prolongado periplo editorial, Copyright City (Fondo Editorial Tierra Adentro-Fondo de Cultura Económica, 2024) plantea una serie de reflexiones que se pueden leer como artículos independientes sobre la gentrificación (un concepto que merece ser puesto en crisis), la privatización de las ciudades por medio de instrumentos como las plataformas de servicios y streaming, y los desarrollos territoriales que pasan por alto otras formas de soñar la ciudad. Su autor, Conrado Romo, maestro en Urbanismo y Desarrollo por la Universidad de Guadalajara (y donde también ha estudiado el doctorado en Ciencias Políticas), habla al respecto de este trabajo y las posibles salidas, tanto políticas como conceptuales, a una ciudad que cada vez más se cierra a una visión única de las ideas, la riqueza y los modos de habitar el mundo.
Olmo Balam: Copyright City habla de en una crisis inmobiliaria, sobre todo en Guadalajara con el caso particular del Parque Morelos, pero que se extiende a nivel nacional, incluso mundial, y en la que han tenido gran parte los actores de lo que llamamos la industria de la alta tecnología, en alianza con grupos inmobiliarios y del gobierno. A lo largo del libro hay cierta renuencia o escepticismo en torno al término gentrificación, lo que llama la atención pues es uno de los pocos términos que se han logrado filtrar a la discusión pública a la hora de caracterizar esta problemática. ¿Este término sigue siendo útil para hablar de estos problemas? ¿Cuál sería una crítica dirigida a este término?
Conrado Romo: Creo que es un término que sigue permeando en ciertos grupos de activistas. Hace no mucho asistí a una función de cine impulsada por la Universidad de Guadalajara en un barrio de aquí de la Ciudad de Ciudad de México, que justo está entrando en un proceso de gentrificación importante. Ahí se exhibió un documental que se llamaba Gentrificación no es nombre de señora. Era un acto de formación política para los vecinos. Al final solo acudieron personas de la licenciatura en urbanismo, de psicología social. No había vecinos. Traigo a colación esta anécdota porque creo que el término en sí mismo no es necesariamente útil para transmitir los efectos de la gentrificación entre las personas que habitan en los barrios y no tienen un bagaje académico en materia de ciudad y ciencias sociales. Además, creo también que hay una especie de intentona por gentrificar la palabra gentrificación, porque ya hay exponentes, como algunos speakers que van a los foros a hablar sobre la gentrificación en buenos términos. Y hay una intentona por tratar de hacer que la gentrificación parezca un fenómeno natural que ocurre cuando uno revitaliza un barrio. Es decir, como si fuera una consecuencia necesaria de la inversión, de la mejora en el equipamiento, de la adopción de parques, calles y aceras. Es un concepto que habrá que seguir utilizando, pero que está en pugna entre un montón de gente. Tenemos que encontrar otras formas de llamar al fenómeno y de llamar a estos procesos, de manera que sean mucho más cercanos y más pedagógicos hacia el conjunto de las personas. Y creo que eso también es algo que estamos buscando en el entorno del Parque Morelos, que es el caso central del que trato en Copyright City.
OB: ¿Qué palabras o acercamientos consideras que pueden generar esta conciencia tanto de clase como de la problemática social?
CR: Creo que, como concepto, la idea es muy clara y tiene que ver con que gentrificar básicamente es quitarle su casa a alguien. Y la gente así lo concibe: “nos quieren quitar nuestras casas”. Dicho así, entonces es mucho más claro, incluso más emocional. Es el asunto de decir: “aquí hay un proyecto de gente que quiere quitarle su casa a alguien”. Ese es un acercamiento muy personal y los habitantes, por supuesto, en ese momento hacen clic con esa idea. En proyectos como Ciudad Creativa Digital, Las Villas y otros del mismo corte, en ocasiones hay intentos de gobernanza. Hay mecanismos de contención social y despresurización política. Hay una serie de elementos no explícitos que ponen en evidencia la distancia entre las personas y la forma en la que pueden interactuar entre ellas. También hay formas de implementar la gentrificación, a veces de manera condescendiente y a veces agresiva, pero finalmente hay una sensación de superioridad de clase. Por ejemplo, cuando se instalan grandes hoteles, foros o cafeterías donde hay distintos tipos grano. Hay gente que no está acostumbrada a eso, y entonces hay una distancia cognitiva y un sentimiento de no poseer el lenguaje ni el bagaje para interactuar con todas estas prácticas que están a mi alrededor. Luego dicen que puedes opinar libremente, pero hay un proceso de decisión permanente, de que tú no perteneces acá. Y tu opinión está, por supuesto, en una condición de inferioridad, porque se supone que la gente no posee los elementos que las élites están demarcando y que se supone que son los correctos. En ese contexto, no estás posibilitado para entrar en este campo de enunciación.
Al final de cuentas, los habitantes no necesitan que llegue un activista de ningún partido comunista para para recitarles El capital y que ellos se den cuenta de que el problema es la clase social. Ellos lo viven y lo perciben, y a lo mejor no lo nombran, pero sobre todo lo saben, justo por esto, por lo intangible. Ellos mismos se han dado cuenta de que hay una división. Y la frase que congrega todo tiene que ver con: “estos quieren quitarnos nuestras casas”.
OB: Otra idea, que apela a lo afectivo en Copyright City es la capacidad de soñar la ciudad. ¿Crees que ese concepto podría entrar en la discusión pública y más especializada?
CR: Está muy de moda invitarnos a soñar la ciudad. Hace poco, un grupo de desarrolladores anunció que iba a construir un millón de casas. Su programa consistía en decir que ya tenían un plan de redensificación del centro de la ciudad y proponían como sueño un proyecto de ciudad. También se vale. Creo que los distintos estratos sociales que convivimos en la ciudad, las distintas formas de entendimiento, la gente que se entiende de derechas o de izquierdas, los jóvenes, los viejitos, los adultos, todo el mundo me parece que tiene derecho a soñar la ciudad. Y me parece que es legítimo luchar por esa ciudad, y hay que buscar que no haya una exclusión en la que solo un grupo pueda reivindicarse el derecho a hacer la ciudad como quiere. Hay algunos autores como Manuel Delgado que afirman que el ethos urbano es el conflicto. Lo que le da su fuerza a la ciudad, lo que le da energía, su capacidad de innovación, es el conflicto: la posibilidad de que haya mucha gente, pero diferente, bajo la necesidad de interacción y de sabernos que cuando cruzamos una calle no nos van a aventar un carro. Hay un acto de confianza en el anonimato, pero implica que cuando hay licencias tengamos la posibilidad de llegar a acuerdos, porque también creemos que el otro tiene la legitimidad de plantear qué quiere para la ciudad. Y creo que esto es lo central del libro: lo desigual que es esta posibilidad y este derecho de entrar en conflicto, entrar en el coliseo por la ciudad. Y a pesar de que nos digan que todos tenemos derecho a plantear y soñar lo que queremos por la ciudad, el conflicto es desigual, porque vivimos en una sociedad estratificada y de clase, en la que no existen los mecanismos necesarios para que haya una deliberación democrática. Es decir, tenemos un déficit democrático en el diseño de nuestras ciudades, a razón de que, por más que se intente, no podemos dejar de lado que hay un grupo de personas que sueñan la ciudad y tienen los mecanismos, el capital y la cercanía con los políticos, con los medios de comunicación y los espacios académicos. Enfrente hay otro grupo que solo tiene sus recuerdos, memorias e identidad. Pero las reglas del juego las ha impuesto justamente ese otro grupo pequeño; yo no creo que ellos no tengan derecho a proponer un modelo de ciudad, porque incluso dentro de sus sueños a lo mejor habrá cosas que nos vengan bien o nos vengan mal. El problema es la distancia y la desigualdad con las que se lleva ese conflicto.
OB: Justamente ese es el tema principal del libro: el mecanismo que tú identificas como el que ha logrado articular todo esto: el copyright. El copyright también es un gran dispositivo teórico y de control que va mucho más allá de simplemente cercar espacios, sino también de asignarles un derecho de autor. ¿Quién está autorando la ciudad ahora?
CR: Hay una relación directa entre la forma en la que funciona el copyright, la competencia intelectual y los procesos de urbanización. Es decir, estos son motores potentes que dan vitalidad al capitalismo contemporáneo, son industrias que poseen una característica bastante similar. Ambos son procesos de segregación, de parcelación de las cosas. Por un lado, la urbanización es la parcelación de la tierra y, por el otro, la propiedad intelectual es la parcelación de las ideas. ¿Y por qué parcelar? Porque la parcelación permite una mejor administración, una mayor eficacia en la recabación de valor, pero implica que cuando tú parcelas, cuando tú otorgas propiedad a un individuo, un grupo les impide el libre acceso a otros. Por ejemplo, el correlato que surge de la construcción de infinidad de centros comerciales, que aparentan una serie de características parecidas al espacio público, pero no poseen este grado de libertad y encuentro que es el acto del espacio urbano. Hay una especie de curaduría, por llamarla de alguna forma, del tipo de gente que hay en la plaza comercial, del tipo de actividades que se pueden hacer ahí, una especie de reconstrucción de la interfaz urbana que te obliga a actuar de cierta forma. Es un espacio de consumo, de ocio. Como ponen el conciertito y la nieve y todo esto, entonces es muy parecido todo al espacio público, pero es un espacio privado, que tiene sus límites frente a las manifestaciones de corte político, religioso, de los disensos, pues. En el caso de la propiedad intelectual también ocurre lo mismo: hay un libre flujo de información y con la propiedad intelectual lo que hacemos es segmentar, individualizar, impedir el flujo y se construyen interfaces.
Es decir, yo me acuerdo de softwares de descarga como Ares. Antes había un libre flujo de información, un ecosistema de blogs, y todo el mundo hablaba y escribía, y había cosas terribles también. Había una potencia y activismos, discusiones y posibilidades. Sin embargo, quienes pusieron el grito en el cielo fueron las industrias ya consolidadas de la música, de los libros, las editoriales. Lo que hicieron para evitar todo esto fue construir interfaces que nos dieran curaduría, es decir, el algoritmo como curaduría para limitar, administrar y eficientar. Igual que en las plazas comerciales, hay formas en las que accedemos a las cosas: una es el acceso al espacio público y la otra es el acceso a las ideas. Pero en el fondo ambas tienen este correlato, que es el parcelamiento de cosas que tenían esta otra naturaleza, como lo público, lo libre, lo abierto. Entonces, claro, ahí está ese correlato, que además se materializa aquí en la ciudad con este proyecto que buscaba convertir a Guadalajara en el Silicon Valley de México, en el Hollywood de América Latina.
Hay una acción muy precisa de cómo estas industrias buscan la ocupación de la ciudad. Además, me parece como muy pertinente el concepto de pensar que cosas como Airbnb y Uber en el fondo también son software, son propiedad intelectual que modifica nuestros entornos urbanos. O sea, hay una transformación de eso, y entonces creo que este proceso sigue, y este proceso es menos explícito que el de la ciudad creativa. Pero acá se trata de cómo los dispositivos van integrando distintas formas de habitar que tienen implicaciones en la forma en la que estamos construyendo las ciudades.
Hace poco alguien me decía que aquí en Guadalajara se estaban construyendo 3 mil torres. Y muchas ya tienen anuncios de Airbnb. Es decir, hay un porcentaje importante de construcción destinado a ese tipo de sectores. Y claro, esto tiene una implicación, por ejemplo, en el proceso de especulación, con la falta o el exceso de vivienda dentro de las zonas ya con servicios y transporte. Y todo eso está transformando nuestra ciudad. ¿Para qué? Para favorecer, para alimentar a un algoritmo. Es decir, el algoritmo nos atrapa y nos consume y le damos a nuestra ciudad una especie de sacrificio. Es decir, ahí están nuestras ciudades para que usted se alimente, señor algoritmo.
OB: Está también algo que se puede encontrar en el ala izquierda de YouTube, que es la teoría de que Internet está muerto, que se ha degradado y privatizado, lo que tiene como consecuencia que navegar por Internet es como hacerlo por parcelas. El algoritmo ya es muy obvio, ya no es una entidad discreta, sobre todo ahora que se habla con tanta facilidad de inteligencias artificiales.
CR: Hay algo que es muy peligroso, me parece, en el tema de los algoritmos, y con el boom de la inteligencia artificial. Y es que hay un relato que tiene que ver con conceptualizar la idea de los datos como elementos objetivos, como ajenos a la realidad social. Y entonces, claro, los algoritmos, que son estos monstruos que se alimentan con datos, adquieren también esta especie de parámetro religioso en el que el algoritmo es idéntico a la verdad, más todavía cuando te dicen que se basan en ecuaciones matemáticas, lo que se basa en un discurso muy viejo de que lo matemático es sinónimo de verdad. Estamos dando paso a la alienación entre nuestras creaciones informáticas, aritméticas, respecto a los procesos sociales. Y a quienes personifican la ideología hegemónica neoliberal, como Elon Musk, les resulta bastante provechoso el asunto, porque entonces cualquier declaración o cualquier cosa que se diga y se utilice son los datos. Ahora, bueno, ya estaba esa famosa frase de “yo tengo otros datos”. No sé en qué contexto lo habrá dicho el expresidente, pero es una idea que viene de una discusión más vieja. Podríamos pensar que tal vez sí existe la posibilidad de otro tipo de datos, porque los datos también son procesos sociales. Y detrás de los datos hay una serie de premisas, ideas, ideologías, valores, formas de ver el mundo. Lo peligroso del algoritmo es que aparenta ser objetivo y decir una verdad como única e incuestionable. Y eso me parece muy peligroso, sobre todo si nos ponemos o damos la posibilidad a que los algoritmos decidan sobre la ciudad.
Ahora con todo el asunto de las ciudades inteligentes es muy recurrente que haya personas que hablen de que en lugar de políticos es mejor tener algoritmos, porque los algoritmos saben lo que es correcto. Pero, por supuesto, el algoritmo solo se alimenta de lo que ya existe, de aquellas premisas conceptuales que no son explícitas en el algoritmo, pero son explícitas en el programa correcto. Digamos que siempre se basan en parámetros, no en decisiones que se van construyendo de la nada. Y creo que cuando hacemos que las ciudades estén organizadas por algoritmos, lo que tenemos es fundamentalmente un régimen autoritario como en 1984, pero que incluso me parece aún más perverso, porque esconde su elemento político detrás de un discurso de objetividad. Porque, claro, las personas decidimos porque nos enojamos, porque tenemos hambre. Es decir, variamos porque tenemos cuerpo. Y el algoritmo, este objeto sin cuerpo, es algo como Dios. Es decir, se lo sabe y lo puede todo. Pero lo que tenemos aquí es, por supuesto, un déficit en el que, pues, fundamentalmente le damos la posibilidad a quien diseña el algoritmo de decidir qué hacer con nuestras vidas.
OB: Y oponerse a esta idea se considera como algo bárbaro, salvaje, antimoderno, incluso ludita.
CR: Exacto. Por ejemplo, Talent Land es un evento muy grande, entiendo que el más grande de América Latina para geeks. Me invitaron a ir y justo hablaba ahí de que tal vez la única forma de salvarnos de esta tiranía del algoritmo se encuentre en el error, en lo periférico, en la combinación improbable. Porque al final de cuentas lo que estamos haciendo va por loops. Pienso, por ejemplo, en Netflix o Amazon, que han quitado un montón de series porque el algoritmo predice que no van a ser exitosas. ¿Y por qué lo predice? Porque rompen con lo que previamente ya había existido. Entonces lo que estamos haciendo es un proceso de cerramiento. Porque justo en aquello, en lo grotesco, en lo hereje, en lo improbable, ahí hay un montón de innovación y progreso. No es que seamos luditas o no, a lo mejor se trata de reivindicar una especie de neobarbarismo en el cual se posible romper con el estado impoluto y sanitario del algoritmo y el centro comercial. ¿Cómo significas este relato, de aquello que no sea sucio, no se mueva ni rompa, de aquello que se mantenga con crecimiento? Entonces, a lo mejor, no lo pienso así, pero apostemos por un neobarbarismo como forma de supervivencia frente al algoritmo.
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