Empezar de cero. Los metabolistas japoneses
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13 noviembre, 2013
por Mónica Arzoz | Twitter: marzozcanalizo
En esta época en la que las redes sociales han captado la atención de los observadores del comportamiento humano, resulta interesante pensar en la más grande expresión de una red social: la ciudad. ¿Qué es lo que convierte a las ciudades en una muestra explícita de la existencia de las redes? ¿Será que las redes determinan a la ciudad, sus edificaciones y su sociedad o más bien las redes se adaptan a espacios ya construidos y solamente unen puntos ya existentes?
El término genérico “red” hace referencia a un conjunto de puntos o nodos que, según el caso, pueden ser entidades, objetos, personas, lugares o espacios conectados entre sí. El ser humano, desde siempre, se ha relacionado y funcionado a través de redes. Cada ser humano, cada espacio, ciudad o cosa, equivale a un nodo o punto esencial dentro de una red, que a su vez, está conectada con otra. Las redes lo conectan absolutamente todo. El dicho “no hay acción sin reacción” se entiende más profundamente cuando se piensa en una red. Todo nodo físico, vivo o muerto, vibra en una frecuencia determinada y está conectado con otros. Un movimiento en un punto determinado tiene repercusiones insospechadas en otra parte de la red.
Así como hay redes que unen seres humanos dentro de una sociedad a sus diferentes escalas, también existen redes que unen puntos dentro de un espacio, barrio, ciudad, país, ecosistema o planeta. Es en las ciudades o centros urbanos donde todas estas redes cobran vida y se intersectan. La ciudad está compuesta por un sistema de redes sobreimpuestas y conectadas que vinculan nodos, puntos y eventos entre ellas, a diferentes escalas físicas y temporales.
Jane Jacobs, en su famoso libro Muerte y vida de las grandes ciudades, logra capturar el por qué de la vida de una ciudad, o una parte de ella, depende directamente de las relaciones y conexiones que surgen a través de las redes que en ellas existen. Jacobs argumenta que una ciudad se reduce básicamente a conexiones, en diferentes escalas, entre personas, actividades y lugares. El éxito social y económico de una ciudad, se basa en el sistema en cadena de conexiones, las cuales surgen primordialmente en el espacio público urbano, condicionando la formación de dichos vínculos a la calidad del espacio público. Consecuentemente, una ciudad falla cuando deja de responder adecuadamente a esos nexos. Por su parte, Manuel Castells define a la ciudad moderna como una serie de “espacios de flujo”; las ciudades están formadas por un conjunto de espacios que funcionan como conectores entre puntos dentro de una o más redes. De hecho, a la sociedad que habita en ellos, Castells se refiere como “sociedad red”. El funcionamiento de esta sociedad transforma la forma de habitar y crear los espacios urbanos y privados dentro de una urbe. Al entender un centro urbano o ciudad bajo la teoría de Castells como un conjunto de espacios unidos por superposición de redes, podemos entender la complejidad de las diferentes dinámicas, patrones y procesos que en ellas ocurre. Es tan sencillo como imaginar a las ciudades como un conjunto de redes, acomodadas en capas, que a su vez están todas unidas entre sí. Una ciudad contiene redes viales, acuáticas, áreas, económicas, políticas, sociales, mediáticas, tecnológicas o informáticas.
Las ciudades generan un conjunto de flujos e interrelaciones. Su conectividad a las diferentes escalas se ha convertido en un tema tan importante que se puede entender que, hoy por hoy, la producción de ciudad está claramente definida y condicionada al buen flujo de las redes en ella. Es la ciudad la que se adapta a las redes y no viceversa. Las grandes ciudades funcionan porque sirven, nutren y embellecen esas conexiones. Una ciudad toma vida cuando funciona como una red que conecta tantos tipos de actividades urbanas y nodos como le sea posible. Una ciudad sucumbe cuando es incapaz de conectar esas actividades y se convierte en una barrera para la expansión de sus redes.
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