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Notas sobre la concepción espacial de internet

Notas sobre la concepción espacial de internet

13 noviembre, 2013
por Antonio Martínez | Twitter: antoniomarvel

 

Cuando pensamos en internet muchas veces tendemos a confundirlo con cualquier otra cosa. Doc Searls y David Weinberger argumentan en su famoso ensayo Un mundo de extremos, que se suele confundir con algo de las empresas o de los gobiernos o, incluso, igualarlo con la televisión; la multidimensionalidad de la red es quizá uno de los cambios de paradigma sobre el espacio más importantes de los últimos tiempos y probablemente no nos hemos dado cuenta. Esto es por la doble dimensión de la red: los tubos y lo que ahí (aquí) sucede ocurren paralelamente.  Andrew Blum en su libro Tubes describe la dimensión y arquitectura física de los cables, routers y tubos, con ello nos da una pista sobre las peleas “por  internet”, un tubo de fibra óptica puede alterar la geopolítica tanto como uno de gas o petróleo y con ello extender una política de censura (si el tubo lo pone China) o un brazo más de El Gran Hermano (si el tubo lo pone EUA).

La metáfora más recurrente es aquella del ciberespacio, pocas veces cuestionamos sus efectos. La geografía es una de las disciplinas del conocimiento que recientemente se ha interesado en ello. Mark Graham de la universidad de Oxford, en un artículo paraThe Geographical Journal, hace una crítica al concepto “ciberespacio” y la falta de discusión de los geógrafos en la aplicación de las metáforas sobre la red. Al pensar el “ciberespacio” lo hacemos de manera óntica, esto conlleva algunos problemas, entre ellos que se  refuerza la idea de que ese espacio no es este y enfatiza la separación de los mundos “real” y “cibernético”.

Existen por lo menos dos modos espaciales de imaginar internet: como un todo (aldea global) o como muchas partes(archipiélago). La primera visión peca de optimismo, el acceso a internet por sí mismo no zanja la brecha digital, no todo se conecta con todo; la segunda, de no ejecutarse correctamente, desmantela la idea de la comunicación sin fronteras que supone la red. De pensarlo como espacio creo que vale la pena imaginarnos una favela antes que una ciudad modelo, el océano y sus fenómenos invisibles antes que un acuario.

Quitemos pues de nuestro vocabulario la palabra ciberespacio y sigamos hablando de internet y la red. Sobre la red hay distintos servicios que generan espacios, éstos aunque parecen parques públicos funcionan más bien como centros comerciales; me refiero a las redes sociales. Esto es, son espacios privados donde se ejercen derechos (y potencialmente hay consecuencia públicas por ello), los servicios como tuiter o Facebook recrean la convivencia física pero la llenan de digitalidad, sin embargo lo que allí sucede, pese a que está a la vista de todos, tiene reglas establecidas por sus dueños. No son pocas las discusiones al respecto de cómo lidiar con la nueva realidad donde un grupo de “privados” deciden sobre derechos fundamentales (públicos), la preocupación de Graham parece debidamente fundada, ¿cómo hacer los matices si se habla de un espacio cibernético en abstracto? Entonces, el lenguaje importa.

La idea ontológica del ciberespacio, por la retórica construida a su alrededor, en muchas ocasiones ensancha la brecha digital pues, de facto, segrega de los fenómenos políticos y económicos contemporáneos a quienes no participan en ese espacio imaginado en singular.

Internet no es una cosa, es un acuerdo; una red que habilita conexiones selectivas entre personas e información. Si lo pensamos como espacio no es uno que responda a una idea abstracta y acabada donde “las cosas pasan”, por el contrario es uno de realidad aumentada que se expande a cada código, que visibiliza relaciones y asimetrías existentes y donde la falsa dualidad online/offline se diluye para repensar conceptos como la apropiación del espacio, el contrato social, la representatividad, la convivencia y el ejercicio de derechos fundamentales.

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