Espacios. Memorias de una ausencia: Un paseo por espacios que evocan a quienes ya no están con nosotros.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
13 octubre, 2020
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
En su novela Ensayo sobre la Ceguera, Saramago nos enfrenta a una situación irreal, donde la pérdida del sentido que nos permite capturar en imágenes, constantemente en movimiento, parte del universo en que habitamos se vuelve el tema central. No es, en la imaginación del autor, la ceguera oscura de quienes, por cuestiones naturales o accidentales, han dejado de contar con dicho sentido. No, la que presenta Saramago es una ceguera blanca que, como epidemia incontrolable, termina apoderándose de la población completa de una ciudad.
Sin pretender contar la historia, esta novela, una de mis favoritas, siempre me ha hecho pensar en la cotidianeidad en la que construimos nuestras relaciones. El que más el que menos, necesita ir generando ciertos parámetros de percepción para sensibilizarse e integrarse al universo, y ciertos de ceguera, para poder sobrevivir las que, en no pocas ocasiones, son fractales de una realidad que, en la mayoría de los casos, no queremos que exista, pero muy en el fondo sabemos que es inevitable, especialmente si queremos conservar nuestra zona de confort.
Durante el Foro HOLCIM, realizado en la ciudad de Bombay en abril del 2013, una buena parte del evento implicaba visitas de campo cuyo sentido era, justamente, abrir entre los participantes pequeñas ventanas momentáneas a esas otras realidades que tendemos a ubicar en nuestro espacio de ceguera blanca. Desde luego no hay que irse a Bombay para encontrarlas. Basta con salir a la calle y avanzar, dependiendo de nuestro entorno, algunas decenas o centenas de metros para encontrarlas. Ahí están, pero no las vemos.
Pero siendo esta una publicación que pretende reflexionar sobre espacios, la escala del que hoy se presenta y su destino generó un particular efecto de sobrecogimiento. Y es que, al viajar, en especial a destinos que comparten con mi tierra esta polaridad generada por una absoluta inequidad en la repartición de la riqueza, nunca piensa uno en lo que implica tener, en un cómodo cuarto de hotel, las sábanas limpias.
Si, en Bombay y en tantos otros destinos con alta incidencia de turismo, y una economía emergente, un detalle tan aparentemente insignificante como el narrado, puede llegar a implicar una dinámica espacial inusitada, compleja y de una escala insospechada.
Ahí, en un punto específico de la ciudad, desde un puente vehicular, se abre un universo en movimiento continuo. Entrando, saliendo, tomando un respiro para después continuar la interminable labor de lavado. Siempre hay ropa por lavar, siempre por entregar.
El agua encuentra barreras momentáneas a su permanente búsqueda de fluir hacia el mar, en una red multidimensional de contenedores de concreto. Grandes, pequeños, medianos… uno tras otro, incontables, reciben el preciado líquido para que, unas manos forjadas a fuerza de tallar, comiencen la labor de restregar el textil sobre la pétrea superficie artificial, al son del sonido que producen jabón, agua, tela y personas.
El sol tropical hace su parte en el secado y, también, en la producción de sudor que el trabajo físico requiere de quien lo elabora.
¿Cuántos lugares como éste en esa inmensa ciudad? ¿En otras tantas, en tantos países?
La dinámica urbana y sus necesidades, trasciende siempre cualquier visión estática de planificación.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no [...]