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La casona y la semilla

La casona y la semilla

22 agosto, 2024
por Alfonso Fierro

La casona

Hace mucho que no escuchaba hablar de Francesca Gargallo (1956-2022). Recordaba con vaguedad la vez que vino a hablarnos a la facultad (quedamos asombradas). Años después, vi en redes la triste noticia de su fallecimiento. Y, luego, al chico que mencionó su nombre en la puerta de un bazar, mientras se terminaba su cigarro. Me contó que conoció a Francesca en la acampada a propósito del movimiento Ocupa Wall Street frente a la Bolsa Mexicana de Valores y que así había llegado a La Casona, una mansión abandonada en Santa María la Ribera (Ciudad de México), que Gargallo compró con una herencia y habilitó para que distintas colectivas hicieran uso de sus espacios. En La Casona surgieron, entre otras cosas, un huerto orgánico y también Enchúlame la Bici, un taller de reparación de bicicletas en donde participaba el chico del bazar.

La Casona se construyó y aún hoy se sostiene por la convicción de Gargallo de abrir espacios de conversación e intercambio, redes de cooperación y amistad capaces de recuperar eso que la feminista y marxista Silvia Federici llama los comunes: medios, conocimientos, recursos, memorias y prácticas necesarias para la construcción de una vida colectiva digna y compartida. De esas redes de complicidad, que Gargallo construyó en vida, se deriva también la publicación póstuma, por parte de la cooperativa editorial Heredad, de dos de las tres novelas que comprenden una saga especulativa montada sobre un escenario de colapso planetario.

Dafne

Mientras leía las novelas de Gargallo, pensaba mucho en el chico aquel: en la acampada en plena crisis de 2011 (que en México coincidió con la estrategia necropolítica del calderonismo), en La Casona renaciendo de las ruinas, en las bicicletas que ese muchacho repara ahí diario… Ahí había algunas claves dispersas para entender el proyecto novelístico de Gargallo que, sin duda, estaba volcado a reflexionar sobre el periodo neoliberal tal como se vivió en México desde finales de los 80 y con el cambio de milenio.

Más allá de México, las novelas (La costra de la tierra y La semilla, ambas publicadas en 2024, y parte de la trilogía La Madre Tierra) nos insertan en un planeta colapsado ecológica y socialmente, derruido por un paradigma neoliberal en el que el crecimiento era un fin en sí mismo, y el credo del desarrollo no preveía distribuciones sociales de ningún tipo. Dafne, una periodista griega que dota a la novela de una perspectiva global, recuerda así su paso por las antiguas selvas de Brasil, ya convertidas en meros monocultivos de extracción:

Echó a andar hasta la frontera con Paraguay, y empezó a bajar los ríos del Mato Grosso, las cañadas de selvas desaparecidas, los miles de kilómetros de sembradíos rociados de plaguicidas con su gente adentro, niños que tosen, mujeres guaraníes con el bebé cubierto de pústulas en los hombros y la voluntad de no reproducirse en el vientre. Soya, un mar de soya transgénica, un océano con islitas de un maíz tan triste que ni los animales lo comen, maíz para biodiesel, carne para ser quemada.

En medio de semejante panorama, imaginar el futuro se volvió una tarea en verdad insoportable. O, como dice Dafne en la novela: “el futuro… ahora pensaba en él como en una próxima artritis, fatiga, terror de Alzheimer.” Y, sin embargo, la saga de Gargallo nos invita (de hecho, nos obliga) a contemplar el futuro, tanto en sus escenarios de terror como en sus atisbos de esperanza, por más mínimos y fugaces que sean.

La semilla

La semilla (plan campesino de solteras) nos sitúa específicamente en La Mixteca, en un escenario donde ciertas corporaciones transnacionales —con el apoyo por agencias gubernamentales y policíacas— han obligado a las comunidades campesinas de la región, por medio de la coerción y la desinformación, a cultivar una semilla de maíz transgénico que sólo estas empresas venden (bajo el argumento ya conocido del mayor rendimiento productivo). Esto, a su vez, conduce a la paulatina desaparición de múltiples variantes regionales del maíz, seleccionadas y cultivadas por las comunidades locales durante años. Las conversaciones que circulan por las páginas de la novela se sitúan en este marco y desarrollan algunas de sus posibilidades: ¿cómo se vería un campo en donde un puñado de corporaciones controlan una semilla e imponen el monocultivo?; ¿qué sucedería con las formas de vida, cultivo y tenencia de la tierra de una región como La Mixteca?; ¿qué pasaría, por ejemplo, si una plaga atacara la variante única del maíz y ya quedara poco o nada de otras variedades (algunas quizá capaces de resistir a esta plaga en concreto)?; ¿qué sucedería, digamos, si un grupo de campesinas, académicas y periodistas tratara de alumbrar esta situación en el panorama represivo del México neoliberal?

Nuevos cercamientos

Silvia Federici ha argumentado que, ante la crisis sistémica de los años 70, el capitalismo vio la necesidad de reactivar un proceso de despojo y acaparación de recursos que la autora llamó nuevos cercamientos. Los nuevos cercamientos consisten en despojar a las comunidades de los medios para reproducir y sostener su vida, de tal forma que la gente se vea obligada a abandonar la tierra y trabajar por un salario bajo (a menudo luego de haber migrado a lugares donde viven en una situación legal precaria). Así, dice Federici, los nuevos cercamientos producen trabajadoras explotadas, vulnerables, deslindadas de sus comunidades de organización y resistencia. La tierra, a su vez, pasa a manos de peces más gordos. Se trata de un proceso que Marx llamó acumulación originaria, ocurrido durante el auge del capitalismo en la modernidad temprana a partir de dispositivos de despojo y represión (mejor ejemplificados por la colonización). A diferencia de Marx, Federici argumenta que el cercamiento no es sólo originario, sino que es un proceso continuo del capital que se acelera en determinados contextos y momentos (sobre todo ahí donde ha sido resistido).

Los escenarios especulativos que circulan por la novela de Gargallo van en esta misma dirección: el colapso ecológico, el acceso desigual al agua, el sometimiento del campesinado por medio de la semilla de propiedad corporativa y la plaga en la variante impuesta del maíz conducen a una situación donde la agricultura de subsistencia —la milpa— se torna cada vez más difícil, lo cual lleva al abandono del campo, la migración hacia Estados Unidos y la acaparación de tierras por grandes empresas de monocultivo: “Las rancherías se mostraban abandonadas. En Calecilla, un perro macilento aulló y a su paso, y de una casa, alguien le aventó un palo sin mostrarse. La tierra entera se había despoblado”. Así, en el juego de la especulación, Gargallo articula una teoría sobre los cercamientos en conversación directa con interlocutoras como Federici, a la vez que muestra la soledad, el abandono, la deshidratación y el silencio como indicios de un mundo cada vez más inhabitable.

La multitud

Siguiendo cierta estructura popular de la ciencia ficción, La semilla plantea una trama de aventura o misión colectiva: un grupo híbrido de biólogas, periodistas y campesinas empieza a develar el asunto de la plaga del maíz. Conforme la novela avanza, el grupo se enfrenta a las fuerzas opresivas de la metrópoli neoliberal (grupos criminales, instituciones gubernamentales, agencias policiacas). Al mismo tiempo, la resistencia crece y se organiza de una forma provisional e improvisada: “contingentes de más de cuarenta organismos no gubernamentales, mujeres y hombres de sus casas, taxistas, curiosos, estudiantes, feministas, jubilados”. Lo que Gargallo plantea se parece a lo que Antonio Negri llamó la multitud (este filósofo, por cierto, participó al igual que Federici en la Autonomía italiana de los años 70, un movimiento juvenil que trató de resistir los primeros embates del neoliberalismo en ese país). Según Negri, los movimientos sociales más sólidos de la etapa neoliberal (como la propia Autonomía) articularon una forma organizativa heterogénea, una red constituida por múltiples grupos, organizaciones y sujetos aliados, y, sin embargo, independientes hasta cierto punto uno del otro.

Si La semilla se lee en el tono de una misión o aventura liderada por esta multitud, La costra de la tierra, en cambio, se lee como una larga conversación entre amistades sobre la posibilidad de la vida misma en el planeta. Pero en esa larga conversación aparece también la estructura de la multitud en la que Gargallo localiza algo de esperanza, pues es en la construcción de vínculos, conversaciones, de intercambiar y compartir conocimientos y perspectivas, donde se va gestando una resistencia en común y una imaginación y experimentación colectivas con las que se puede lograr otra forma de habitar el planeta. En este sentido, la propuesta de las novelas no difiere tanto de la idea que estructura la arquitectura y la vida de un sitio urbano como La Casona.

Peripheria

Gargallo de seguro sabía que su proyecto novelístico se mantendría en los márgenes de la “literatura mexicana” contemporánea (muy posiblemente así lo buscaba). Al final, está claro que es ahí donde estas novelas pueden hacer sentido y tener eco. Por eso no sorprende que Manuel Amador haya organizando un grupo de lectura en la librería Peripheria de Ecatepec (Estado de México). Peripheria es un sitio que se sabe marginal, tanto en términos geográficos (está localizada en uno de los barrios al noreste de la capital, donde se carece de espacios culturales), como por su especialización en géneros como la ciencia ficción y la fantasía (géneros periféricos en el canon nacional). Amador coordinó un grupo en el que se leía y respondía a las novelas a partir de dibujos. Cuando le pregunté la razón por la que había organizado el grupo en Peripheria, me dijo que quería conversar sobre la vida en medio de la catástrofe planetaria tal como se observa desde un lugar como Ecatepec (donde él trabaja desde hace tiempo). Cuando le pregunté qué le había gustado del proyecto, me dijo que lo más importante había sido la construcción de un grupo de amigas: es decir, de una conversación —una semilla— que, de alguna manera, ya forma parte de las múltiples redes de complicidad colectiva a las que Gargallo dedicó su quehacer político, intelectual y urbano.*

Referencias

  • Silvia Federici, Reencantar el mundo: el feminismo y la política de los comunes, Traficante de Sueños, 2020.
  • Francesca Gargallo, La semilla (plan campesino de solteras), Heredad, 2023.
  • Francesca Gargallo, La costra de la tierra, Heredad, 2023.

*Agradezco al profesor Manuel Amador por la conversación que tuvimos por notas de voz en Whatsapp.

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