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Juegos modernos

Juegos modernos

5 julio, 2019
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

Noviembre 1975. El mantenimiento que el Instituto Nacional de Protección a la Infancia realiza en los juegos infantiles de los parques públicos, ha permitido que los niños mexicanos los disfruten mejor. El Universal.

El periodo posrevolucionario en México ofrece evidencias de que el diseño y la arquitectura fueron medulares para el proyecto moderno. No es posible entender al espacio público de la época sin las instituciones y de igual manera las misiones institucionales no pueden disociarse de una idea sobre el espacio, como es el caso de Ciudad Universitaria. Se trataba, tal vez, de proyectar la ciudad al tiempo que imaginar al individuo que estuviera accediendo, por ejemplo, al primer conjunto habitacional. Pero, si bien conocemos la figura de la clase media moderna –y la arquitectura que conformó su entorno–, ¿qué sabemos sobre la infancia? Los niños fueron también una célula institucional a la que se le dedicó planificación urbana.

El historiador de arte Aldo Solano Rojas, en el libro Playgrounds del México Moderno (Cubo Blanco, 2018) revisa una tipología que acompañó a proyectos como Nonoalco-Tlatelolco, Torres de Mixcoac y la Unidad Independencia. Solano Rojas demuestra que, así como la casa, el mobiliario infantil representó un campo de posibilidad para la abstracción volumétrica o la integración plástica. Pero mientras resulta sencillo identificar paradigmas de lo doméstico en la modernidad, los aparatos lúdicos destinados para el parque o la unidad habitacional podrían pasar un tanto más desapercibidos. 

Primero, el contexto histórico que propone el autor permite aceptar de manera lógica la causa del relativo anonimato del mobiliario infantil. Con un antecedente identificado en Inglaterra y Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX, asociaciones como Child-Saving Movement comenzaron a pensar espacios que pudieran ser ocupados por niños y niñas ante los retos de ciudades cada vez más pobladas. “Frente a una creciente urbanización tanto en el centro de las ciudades, hogar de la sociedad burguesa, como en la periferia, donde habitaban las clases sociales menos favorecidas”, dice Solano Rojas, “las zonas de juegos infantiles fueron una herramienta para promover la higiene, la salud y la convivencia”. Este tiempo vio la aparición de los areneros, pero sin que éstos fueran todavía ejercicios autorales. A excepción de algunos ejemplos de arquitectos como Aldo van Eyck, el artista Edgar Miller o los juegos infantiles de Le Corbusier para la ciudad de Chandirgah, no fue sino hasta la década de los 60 que el mobiliario lúdico deja de ser un objeto fácilmente industrializable y comienza a involucrar un diseño más controlado.

La existencia del playground en México tiene sus inicios en el porfiriato y adquiere mayor fuerza en los inicios de los procesos de modernización. El autor señala: “Durante los gobiernos posrevolucionarios se implementaron notables campañas de integración de los niños a la sociedad, pues se consideraba que la infancia no era solamente una clase social, sino una materia en bruto que podría moldearse para crear una sociedad mexicana nueva, lejana de la miseria e ignorancia que constantemente se relacionaba –desde el porfiriato– con lo rural y lo indígena.” Mediante campañas que involucraron a los medios de comunicación y a la educación pública, la infancia empezó a incorporarse en el discurso tanto institucional como arquitectónico, aunque su implementación fue paulatina, ya sea por la ausencia del diseño industrial como disciplina en el país o por una planeación urbana que simplemente no contemplaba zonas de juegos. 

Las primeras incursiones en el mobiliario público que fue usado como zonas de juegos fueron hechas por arquitectos, y Solano Rojas marca a Guadalajara como una región relevante para estas manifestaciones, teniendo a Luis Barragán, Fabián Medina Ramos y Fernando González Gortázar como principales autores. Con ejercicios plenamente figurativos, o algunos más cercanos al brutalismo, Guadalajara alberga proyectos que comienzan a demostrar una intención de diseño. No es sino hasta el desarrollismo que el juego se vuelve un formato donde los arquitectos modernos redundan en su concepción sobre el espacio y se incorpora al multifamiliar, principal tipología con la que el estado mexicano demostró su buena salud. Las áreas lúdicas del Centro Urbano Presidente Alemán que se integraron a murales de Carlos Mérida; el juego en forma de pez de Teodoro González de León para la colonia IMMSS en Ciudad Sahagún, Hidalgo; La Pirámide de Mathias Goeritz para Torres de Mixcoac; y las esculturas proyectadas por Lance Wyman  para la Olimpiada de 1968 construyen un panorama robusto del diseño dirigido a los niños, si bien no se debe dejar de lado que algunas de estas obras se acercan más a la especulación arquitectónica y escultórica –como los paraguas de concreto de Barragán– que a objetos que estén considerados exclusivamente para sus usuarios. 

La principal contribución de Playgrounds del México Moderno se encuentra en la catalogación de obras. Al tratarse de proyectos que han sido modificados en el tiempo, o en el peor de los casos destruidos, la labor de recopilación mezcla al archivo con la visita al espacio público que sigue albergando al elefante, al cubo o a la resbaladilla. Podría apuntarse que los nexos que Solano Rojas establece entre algunos playgrounds de México y la propaganda política de la modernidad requieren de mayor desarrollo, ya que los trabajos civilizatorios por el progreso y la tecnificación fueron mucho más complejos que el mero populismo. Sin embargo, la reflexión sobre  el aporte formal que significó el mobiliario infantil para la modernidad inaugura vías de análisis para una práctica sostenida por arquitectos como Francisco Pardo o el despacho Anónima. 

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