Espacios para la vida: Entre Alchichica y Litibú
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¡Felices fiestas!
30 septiembre, 2021
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
El denominado “Milagro económico” de México durante los dos primera décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial tiene diversos aspectos dignos de analizar, como el aprovechar la activación bélica en el conflicto mundial, por parte de los Estados Unidos de América, así como la focalización de su producción industrial hacia las armas, para potenciar nuestra propia actividad industrial y dirigirla a ofrecer los productos complementarios que requería la demanda comercial de nuestro vecino al norte. Esta capacidad de atrapar la oportunidad del momento histórico global, se mezclaba con la continuidad política que enfocaba una atención importante a la implementación de esquemas que, en su momento, se creían los adecuados para permitir el crecimiento económico de familias obreras y campesinas, con la firme intención de consolidar una incipiente clase media.
No es este espacio el adecuado para el análisis de cómo y porqué ese momento perdió inercia y terminó desastrosamente con las crisis económicas de finales de los años 70, los 80 y posteriores, pero sirva la introducción para entender el porqué, desde los años 40 hasta inicios de los 70, INFONAVIT, ISSTE, e IMMS, llegaron a producir una buena cantidad de estructuras arquitectónicas dedicadas a la vivienda de bajo costo, contando con la participación de destacados despachos del momento.
El que aquí comparto conlleva un encargo específico de mi padre. Con motivo de mi asistencia a la Reunión Nacional de ASINEA (Asociación de Instituciones de Enseñanza de la Arquitectura de la República Mexicana) por ahí del 2015, siendo Coordinador del programa de Arquitectura de la IBERO, que se realizaba en Metepec, Estado de México, me pidió que en los ratos libres pudiera darme una vuelta y documentar la evolución que había tenido el conjunto habitacional realizado durante su sociedad en SSN (Serrano, Serrano y Nava) a las afueras del mencionado pueblo mágico. Él ya había realizado un ejercicio similar, con el conjunto que diseñaron para la misma institución gubernamental, en Iztacalco Ciudad de México, generando una profunda reflexión autocrítica que le llevó a cambiar en parte su postura idealizada por la arquitectura moderna, el papel del arquitecto como constructor de utopías sociales, contrastada ante la realidad entre las necesidades de los habitantes y la evolución de las familias.
Así que, con ese contexto, me aventuré a visitar el sitio, registrarlo fotográficamente y compararlo con algunas de las perspectivas dibujadas por mi padre, y utilizadas como herramienta de visualización y prefiguración.
El espacio actual se aleja de la bella perspectiva aérea donde se plasmaba una población moderna que jugaba en su traza con los ejes que la vinculaban a distancia con el pueblo originario de Metepec, el cerro contiguo e importante en el paisaje, y las diagonales que conectaban por carreteras hacia la ciudad de Toluca y hacia Zinacantepec. No porque la traza haya cambiado, sino porque esa idea de la población moderna, con sus mercados, templos y viviendas incluidas que miraba a distancia a la estructura urbana antigua, hoy día ha quedado envuelta, al igual que el pueblo originario, por la conurbación con la capital del Estado.
Sin embargo, una vez identificada la traza de la unidad, y a diferencia de otras existentes a lo largo de la república, el primer punto a favor que le daría a su subsistencia es que no se lee como un gueto cerrado, sus calles se abren y se continúan con los crecimientos posteriores. También es reconocible el juego de las tres escalas: Hacia el exterior y funcionando como como una gran envolvente urbana, los edificios de tres niveles que contenían unidades para un cierto tipo de familias. Las plazas y edificios de mercado, hacia el interior, que utilizaban a manera de torreón, los tanques elevados como hitos de identificación del espacio colectivo, y los dúplex de dos niveles para la segunda tipología de familia. Y finalmente, al corazón del interior, accesibles por calles peatonales y combinando espacio con las otras tipologías, edificaciones de un solo nivel.
Desde luego, entre el ideologizado ambiente que representan las perspectivas y la realidad de las imágenes hay un salto cuántico, pero debo decir que la tipología original se ha mantenido sin grandes alteraciones, eso sí, con pinturita relativamente nueva en algunas secciones del conjunto. Lo que sí ha cambiado es la configuración programática, ya que en la apropiación natural de quien habita el sitio, los espacios pierden su destino originalmente diferenciado entre vivienda y comercio, para abrir paso a reconfiguraciones donde las familias ajustan, ponen rejas o cierran espacios donde unos lo requieren, otro no, abren puertas, asoman negocios nuevos, mezclan el uso.
Esto, desde mi punto de vista, resulta en una simbiosis afortunada que no siempre sucede y hace que la utopía pase del no lugar, el sitio que hay que construir, a la heterotopía de las sociedades y espacios que evolucionan y se transforman constantemente.
La experiencia se completa con la ruptura de prejuicios sociales. Mientras camino y registro por los diversos espacios, diferentes habitantes se acercan a mí —al inicio con no muy buena cara— para preguntar qué estoy haciendo. A fin de cuentas soy un extraño invadiendo su territorio. Pero al explicar la intención y encargo relacionados con mi visita, aparece la empatía. Me ofrecen la mano, me platican su historia donde los viejos hablan de cuando llegaron y sus herederos de que prefieren no salir de ahí, pues es su barrio. Me cuentan cuándo abrieron el taller, la costurera, el cuarto que sobraba, o no, pero que se podía abrir a la calle. Me llevan, me acompañan, se despiden de mí, y me cuidan pasando la voz.
Quizás la modernidad fracasó pues su utopía acabó siendo impositiva, ignorando el valor preindustrial de la producción social de vivienda que al final acaba resolviendo el déficit de este bien inalienable, sin presuponer reglas de funcionamiento inflexibles. Pero es necesario también reconocer en el ejercicio crítico, que no siempre estas utopías han terminado en desastres dignos de ser dinamitados, como el emblemático Pruitt Igoe, que cita Jenks para fechar el inicio de la posmodernidad.
De lo que yo puedo percibir, y aceptando mi inevitable filiación a los tres autores originales de la propuesta (J. Francisco Serrano, Francisco J. Serrano y José Raymundo Nava) es que se acertó en las tipologías formales y en sus escalas, se acertó en las rítmicas de los elementos reiterativos, como escaleras comunes, como parte de la estratificación del espacio colectivo. Se acertó en las dinámicas de vivienda, insuficientes, pero con alternativas. Se acertó también en la configuración interna de los espacios comerciales y de servicio y sus elementos de identidad.
Al final, el acerito principal fue intentar confeccionar una población completa, y no una unidad de vivienda multifamiliar.
Hoy día, ni mi padre ni yo creemos que ese deba ser el acercamiento. La construcción del espacio habitable debe ser un ejercicio social y ecosistémico. Nuevas urgencias se suman a las injusticias de siempre. Hay que seguir la conversación, hay que seguir caminando.
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