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Columnas

Identidades algorítmicas

Identidades algorítmicas

27 julio, 2018
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

 

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in a looking glass world

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Roxy Music

El 20 de junio de este año, Phillip R. Denny, historiador de arquitectura, reseñó para The New York Times el Cruising Pavillion, una pieza fuera del programa oficial de la 16ª Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia, a pesar de exhibirse durante los días inaugurales del evento. Curado por Octave Perrault, Pierre-Alexandre Mateos, Rasmus Myrup y Charles Teyssou, el pabellón buscó confrontar la arquitectura con algo que el equipo definió como una subcultura: la práctica del sexo en espacios públicos, o en interiores que no estuvieron preconcebidos para tener relaciones sexuales. Phillip R. Denny menciona que el recorrido del pabellón recreó los espacios arquetípicos de los encuentros casuales, al tiempo que revisó algunos aspectos de la historia queer occidental –citando, por ejemplo, el código de vestimenta del Mineshaft, un bar gay neoyorkino que existió en los 70. Igualmente, se incluyeron los discursos tecnológicos contemporáneos que facilitan, de una forma distinta a la que prevaleció en los espacios públicos, el “ligue” entre los miembros de la comunidad LGBTQ, lo que ejemplificó la sala diseñada por Andrés Jaque, en donde se proyectaron distintos documentos que probaban las diversas utilidades de una aplicación tan paradigmática como Grindr.

El dispositivo podía ser una vía de organización para refugiados inmigrantes, y también una herramienta de rastreo para gobiernos autoritarios que siguen penalizando la homosexualidad en sus países, como Arabia Saudita. Los curadores también declararon para el periódico que el Cruising Pavillion albergaba un memorial, fundamentado en la manera en que un colectivo, a través de la anonimidad y el deseo, hizo suyos al baño de vapor, al parque y al muro –estructura utilizada para la instalación de glory holes. El autor de la reseña brevemente menciona que, por su misma naturaleza, el discurso del pabellón es limitado. Ciertamente, pareciera que los curadores entregaron una codificación bastante cerrada de lo que representó el sexo casual y la subsecuente incorporación de la tecnología. Pese a estar al margen de un programa institucional, mantuvo una esencia “institucionalizante”. El pabellón enunció que estos son los espacios que fueron recurrentes para el sexo casual, estas son ahora sus tecnologías y estas son las resonancias históricas de ambos campos. Conviene abundar más en un pabellón que fue profusamente comentado en medios especializados. 

El teórico de arquitectura y diseño Benjamin H. Bratton, en su cuadernillo The New Normal (Strelka Press, 2017) menciona que los aparatos clásicos operan por analogía. Un automóvil, por ejemplo, es un “carruaje sin caballos”. Pero esta retórica se complica cuando miramos la tecnología contemporánea: un teléfono, tal y como lo entendemos ahora, abarca definiciones que trascienden la funcionalidad. “Nuestros lenguaje vernáculo y formal está lleno de metáforas de carruajes sin caballos”, nos dice Bratton. “En pocas palabras, los híbridos tecnológicos tienen sentido mediante la analogía y la continuidad, pero muy pronto han comenzado a crear confusión, e incluso miedo, en la misma medida en que lo nuevo evoluciona para asemejarse, cada vez menos y menos, a lo familiar.” Esta característica ominosa de la tecnología se pone en marcha a través de su contrario: la normalización. La tecnología que ahora usamos es tan “normal” que pareciera haber existido antes de que se creara, y ha digitalizado nuestra experiencia urbana sin que sus dispositivos hayan representado, propiamente, una intrusión. Bratton describe las consecuencias de este procedimiento de la siguiente manera: “Tecnologías que aumentan la sensación humana, tales como la realidad virtual y la realidad aumentada, se han vuelto parte del mainstream ya que extienden y se focalizan en la percepción de la vida diaria y urbana”. Bajo este urbanismo digital, el cuerpo y su “hábitat” pierden materialidad, adquiriendo la dimensión de lo que Bratton señala como “apofonía”: una aparición sin aparente significado, un cuerpo fantasmal que recoge experiencias pero que no termina de apropiárselas. ¿Por qué se produce esta clase de cuerpo? Para el teórico, la tecnología ofrece una visión de lo público como algo a lo que se puede acceder de maneras mucho más inmediatas. Todos se pueden volver partícipes en la generación de una fotografía en 360º o pueden adquirir unos lentes VR para vivir otra tridimensionalidad citadina. Pero Bratton advierte que lo que produce esta inclusión es un flujo de datos continuo y no la materialización de los habitantes. La ciudad esconde mientras expone. 

Grindr se ajusta a las perspectivas de Bratton. A la manera de Pokemon Go, abre una posibilidad urbana a través de la geolocalización de otros individuos con tus mismas preferencias afectivas. Y así como las criaturas del animé japonés aparecían en las calles sin que estuvieran realmente ahí, un usuario de Grindr puede encontrar a través de los muros de un edificio de departamentos otros cuerpos parecidos al suyo. ¿Grindr ha emancipado a las ciudades? Lo que antes ocultaba el parque público o los baños de vapor –la ilegalidad de los encuentros homosexuales– ahora es una forma de transparencia tecnológico-urbana que, lejos de volver públicas identidades que no se ajustan a los modelos heteronormativos, han sido asimiladas por el  mainstream de una aplicación que ha sido ampliamente comentada por reseñistas de gadgets, sin que estos atiendan los matices subjetivos que la aplicación ha tenido.

Llevar al ámbito de lo público una identidad sexual es llevarla al ámbito de la discusión política, mientras que dejarla en el plano espectral de los algoritmos es normalizarla: volverla parte de un consumo tecnológico. La aplicación también anula el cuerpo, lo mismo que las arquitecturas clandestinas que las precedieron. ¿Cómo es posible, entonces, que sea tan fácil descargar Grindr cuando, en Taxco, asesinaron a tres activistas por los derechos de la comunidad gay? Los curadores del Cruising Pavillion buscaron construir una narrativa de “héroes” que hicieron suyos lugares que no les correspondían, cuando la verdad es que los mismos sujetos asumieron su propio anonimato ya que, de lo contrario, pagarían bastante caro las consecuencias de volverse públicos. Si extrapolamos un fenómeno arquitectónico a la tecnología, podemos decir que una aplicación tampoco cifra un cuerpo en concreto, más bien lo fragmenta en la nube de la información hasta que se parezca, cada vez menos, a algo que podamos reconocer. Los cuerpos, de esta manera, permanecen ocultos aún cuando estén a la vista de todos. Es posible que la comunidad gay termine narrando su propia distopía urbana y tecnológica, como lo son casi todas las distopías. A menos que subvierta el espacio invisible de la tecnología. 

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