La selva domesticada
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15 junio, 2017
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Estudiar, adquirir conocimiento -como la vida misma- no es una carrera sino un aprendizaje permanente. Y ustedes lo saben desde que decidieron seguir después de sus licenciaturas, con posgrados y maestrías…Estudiar, no es una competencia, sino crecimiento.
“El conocimiento parte de un estímulo, que a veces es intuición y otras necesidad. Le sigue la conversación, bien sea con la realidad (ver, mirar, observar, experimentar…), bien sea con el prójimo (colegas, profesores, discípulos…) o bien sean conversaciones con uno mismo (lo que normalmente llamamos reflexionar…) La conversación es el centro de gravedad de la adquisición de nuevo conocimiento y como resultado del conocimiento adquirido, de su comprensión, está el gozo intelectual.” (*)
Buscar lo diferente –dice Jorge Wagensberg– es observar, mientras que buscar lo común es comprender. Comprender es separar lo esencial de lo accesorio, buscar lo común entre lo diferente, es compactar, es reducir. La curiosidad es un rasgo fundamentalmente humano y es el alimento del gozo intelectual.
Muchos de ustedes recordarán esta imagen que a primera vista podría parecer un sombrero y, sin embargo, el buen observador pudo encontrar lo diferente, lo que estaba implícito: el elefante dentro de una serpiente.
La capacidad para comprender el mundo depende del conocimiento acumulado. Es lo que bien podríamos llamar sabiduría.
Muchos de ustedes amplían sus estudios para progresar.
Progresar es ganar independencia. Y la buena independencia se gana sólo con conocimiento.
En realidad, un ser culto –uno de nosotros- no es más que un pedazo de materia que ha evolucionado lo suficiente para preguntarse por sí mismo.
Hace años me topé en algún museo norteuropeo un cuadro parecido a éste, quizá de algún dadaista (aunque no creo que fuera ni de Francis Picabia ni mucho menos de Marcel Duchamp), donde se dibujaba el recorrido del insecto sobre un vidrio de una ventana desde las 9 a m a las 5 de la tarde. Un horario laboral cualquiera que mostraba como la mosca no paró, aunque no fuera a ningún lado. Ese cuadro quedó atrapado en mi memoria y desde entonces veo a muchas moscas que no paran que dan vueltas sobre el vidrio. A veces no son solo moscas, sino personas, que van de un lado a otro, siempre ocupadas, siempre rebotando como bolas de billar y, me pregunto, que hacen, a donde van, cual es su proyecto? Seguro ustedes también conocen a varias personas así…
Creo que (sobre todo desde la academia) es muy importante el rumbo y ritmo. Mis alumnos (ahora ex alumnos) me lo habrán oído decir más de una vez. Mientras estudiaba arquitectura completaba mis parcos ingresos de tiempo parcial en un taller de arquitectos con viajes en velero como tripulante.
Me asombraba ver como otros veleros que navegaban con viento de popa gozaban la travesía cuando quizá nuestro velero tenía que lidiar con viento y marea.
Entendí, navegando sin motor, que lo que importaba es el rumbo y no dejarse ir a donde te lleva el viento, como la mosca.
El ritmo también es determinante. Es lo propio y no lo que vemos que hacen o dejan de hacer los demás. Una métrica que tiene relación explícita con la respiración. Con uno mismo. Pensar es respirar. Y respirar hondo nos acerca a la libertad de pensamiento:
No hay que confundir deseo por consumo,
No hay que confundir comunicación con opinión,
No hay que confundir información por conocimiento,
No hay que confundir aprendizaje con Curriculum.
Es cierto que hay trincheras pero no hay barreras ni muros que no podamos brincar.
La cultura –decía Hegel- es el trabajo de liberación superior.
Hoy en día queremos hacer más cosas y llegar a más lugares pero hay mucha actividad (demasiada) y muy poca experiencia, mucha circulación (demasiada, también) y muy poca transformación. La mosca de nuevo.
Hoy todos estamos saturados de información, de comunicación, de actividades, de ofertas, de programas, de proyectos.
No nos saturemos, liberémonos. Démonos tiempo.
Compartamos… que no es explicarlo todo. La confianza es precisamente la capacidad de relacionarnos con lo que no sabemos.
Seamos curiosos. Cándidos, si cabe. Cultiven el gozo, el gozo intelectual, tómense su tiempo, respiren, observen, no se dejen atrapar por el torbellino de las urgencias, y definan su rumbo y su ritmo. Cultiven sus sensibilidades.
Diderot, Voltaire y los ilustrados del siglo XVIII confiaban en el potencial emancipador de la educación y de la experiencia estética para redefinir las sensibilidades.
Y la sensibilidad es precisamente, la experiencia del espacio y del tiempo y la posibilidad de transformarlos.
Comprometámonos.
La ética del compromiso pasa por saber discernir por que ideas vale la pena trabajar y arriesgarse. Transformar el mundo requiere rumbo y ritmo. Requiere compromiso.
No se pregunten que posibilidades tengo, sino que es lo que yo quiero. Que es lo que yo quisiera. Quizá así sea probable que nazca una posibilidad inesperada.
Pensar es aprender a escuchar (y a escucharnos) y vivir es aprender a ver.
Poco tiempo antes de morir el gran arquitecto y querido amigo Teodoro González de León me decía: tienes que aprender a ver. Nadie te va a enseñar a ver. Tienes que ver tú.
Les deseo a todos mucha salud y buen ritmo. Mucha suerte y buen rumbo. Felicidades.
NOTAS:
(*) Garcés, Marina. Fuera de clase, Galaxia Gutenberg
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