Gobierno situado: habitar
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3 mayo, 2019
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
L’Homme est la nature prenant conscience d’elle même
Elisée Reclus
“La historia de un arroyo, incluso de aquél que nace y se pierde en el musgo, es la historia del infinito.” Así inicia el libro de Elisée Reclus Historia de un arroyo, publicado hace 150 años en 1869. Reclus, famoso geógrafo y pensador anarquista en su momento, nació el 15 de marzo de 1830 en Sainte-Foy-la-Grande, pequeño pueblo en la Gironda. Murió el 4 de julio de 1905 en Bélgica. Unos meses después de su muerte, Piotr Kropotkin, también geógrafo y también anarquista escribió su obituario en la publicación de la Royal Geographical Society británica. Kropotkin cuenta que Elisée y su hermano Elie salieron de la ciudad Montauban en 1849, haciendo casi todo el recorrido a pie hasta Berlín, a donde iban para asistir a las clases de geografía de Karl Ritter. “Las conferencias de Ritter, como las obras de Humboldt, dejaron sin duda una profunda impresión en el trabajo subsecuente de Elisée Reclus,” dice Kropotkin. Y agrega: “La tierra siempre le pareció un ser vivo por sus continuas variaciones y los habitantes de sus distintas partes estaban íntimamente conectados en su mente con las características físicas de las porciones del globo donde se habían desarrollado.”
Tras Ritter y Humboldt, Reclus era parte de una generación de pensadores que buscaban entender a la Tierra como un sistema complejo y su visión científica no era del todo independiente de su posición política. Tras el golpe de estado de Napoleón III en 1851, Reclus se exilia en Londres para después embarcarse hacia América. Regresó a Francia en 1857. “Eran los años —dice Kropotkin en su obituario— en que, gracias a una serie de trabajos monumentales, se establecieron las bases para la teoría mecánica del calor, la teoría cinética de los gases, la moderna química atómica, la variación de las especies y la biología moderna, todo junto.” También era una época, agrega, en que hacían falta buenas obras populares de divulgación científica. Fue entonces que Reclus publicó “un pequeño libro extraordinariamente escrito —que después consideraría su obra favorita—: la Historia de un arroyo, en el que proporcionaba una gran lección de geografía siguiendo el curso de una corriente de su nacimiento hasta convertirse en un poderoso río y arteria de intercambio humano.” No es poca cosa que un autor tan prolífico, cuya obra incluye los diecinueve volúmenes de su Nueva geografía universal y los seis de El hombre y la tierra, entre muchos otros, tuviera en tal consideración ese pequeño libro. Se trata de un ejercicio narrativo que prefigura de algún modo los documentales contemporáneos, sólo que aquí es la misma escritura la que tiene el poder de generar imágenes:
«La historia de un arroyo, incluso la de aquel que nace y se pierde en el musgo, es la historia del infinito. Estas pequeñas gotas que centellean han atravesado el granito, la caliza y la arcilla; han sido nieve en la fría montaña, molécula de vapor en la nube, blanca espuma en la cresta de las olas; el sol, en su curso diario, las hace resplandecer con reflejos brillantes; la pálida luz de la luna las hace vagamente iridiscentes; el rayo le saca hidrógeno y oxígeno, y luego de nuevo un choque hace correr como agua estos elementos primitivos. Todos los agentes de la atmósfera y del espacio, todas las fuerzas cósmicas han trabajado en concierto para modificar incesantemente el aspecto y la posición de la pequeña gota imperceptible; ella misma es también un mundo como los astros enormes que giran en los cielos y su órbita se desenvuelve de ciclo en ciclo gracias a un movimiento sin reposo.»
Si, como afirmaba Reclus, la humanidad es la naturaleza tomando consciencia de sí misma, entender el ciclo interminable de la gota de agua, de la nube al manantial, del manantial al arroyo, del arroyo al río y al océano y de vuelta a la nube, es una manera de tomar consciencia de que estamos implicados en esos ciclos, de que somos esos ciclos. “¿No es este circuito del agua cual imagen de la vida toda?”, se pregunta Reclus. Y poco más adelante dice: “También la sociedad, tomada en su conjunto, puede ser comparada, cual lo es el hombre, al agua que corre. En toda hora, en todo instante, un organismo humano, sencilla mil millonésima de la humanidad, cae y se disuelve aquí, en tanto que, en otro lugar del globo, aparece un niño, un nuevo ser, que abre la mirada a la luz y se convierte en ente de razón.”
En la introducción a la edición de algunos textos de Reclus traducidos al inglés, Anarchy, Geography, Modernity: Selected Writings of Elisée Reclus, John Clark escribe que “Reclus puede verse hoy como un profeta temprano de la globalización. Su importancia actual se debe en gran medida a su presentación de una visión de la globalización igualitaria y libertaria: una globalización «desde abajo.»” Y agrega que el proyecto de globalización de Reclus trasciende incluso a la humanidad, “pues entendía al globo como la Tierra entera, de la que somos una parte integral.” Su mayor legado intelectual, afirma Clark, fue la creación de un pensamiento ecológico social radical. El capítulo de su historia de un arroyo dedicado a el agua en la ciudad resuena hoy, 150 años después de escrito, con total actualidad:
«El hombre interviene por todas partes para modificar la naturaleza a su gusto [y] el pequeño arroyo de agua deja de ser libre y se convierte en cosa de los ribereños. Ellos lo utilizan a su antojo, sea para regar sus tierras, sea para moler su trigo; pero con mucha frecuencia, también, no saben emplearlo útilmente; lo aprisionan entre murallas mal construidas que la corriente demuele; llevan el agua hacia hondonadas donde se estanca en charcos pestilentes; lo llenan de basura que debiera servir de abono en sus campos; transforman el alegre arroyo en un inmundo desagüe.
Al acercarse a la gran ciudad industrial, el arroyo se ensucia cada vez más. Las aguas usadas en las casas vecinas se mezclan en su corriente; viscosidades de todos colores alteran su transparencia, desechos impuros llenan las orillas cenagosas y cuando el sol las seca, un olor fétido se esparce en la atmósfera. En fin, el arroyo, convertido en cloaca, entra en la ciudad, donde su primer afluente es un asqueroso desagüe, de enorme boca ovalada cerrada con rejas. Casi sin corriente, debido a la escasa pendiente, la masa fangosa corre lentamente entre dos hileras de casas con murallas recubiertas de algas verdosas y carpintería medio podrida por la humedad y el aplanado cayéndose a pedazos.»
John Clark dice que Reclus vivió en una época radicalmente distinta a la nuestra: “los partidarios del sistema de dominación rebosaban de optimismo si no de complacencia,” mientras que sus opositores, como el propio Reclus, sostenían una esperanza idealista en un cambio revolucionario. En su libro La evolución, la revolución y el ideal anarquista, Reclus afirmaba que “se pueden lograr revoluciones pacíficamente, en razón de un cambio repentino del medio que implique un giro completo de intereses,” del mismo modo que “la evolución puede resultar trabajosa, mezclada de guerras y de persecuciones.” Hoy esa esperanza, según Clark, “ha sido remplazada en buena parte por el espíritu de resignación. El conservadurismo declina en endurecido cinismo mientras que el radicalismo es empujado a la marginalidad. Entre los dos reina la confusión.” Es de suponer que de vivir en nuestros días Reclus volvería a tomar las calles, como lo hizo en la Comuna de París. Habría ocupado Wall Street y hace unas semanas Oxford Circus, como parte del movimiento Extinction Rebellion. ¿Marcharía con un chaleco amarillo puesto cada fin de semana? Ignoro si su confianza en que la humanidad es la naturaleza cobrando consciencia de sí misma se mantendría incólume, pero seguiría insistiendo en que debemos entender al planeta entero como un sistema y nos urgiría, más que nunca, a cambiar los modos de gobierno y de producción que lo dañan. Y seguramente nos volvería a repetir que la historia de la gota y la del arroyo es la historia del infinito y que nuestra suerte es inseparable de la suya.
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