5 septiembre, 2018
por Tony Chakar
Presentado por:
Beirut es una ciudad de muchas caras, muchas voces —tantas que buscar la cara original tras de tanta máscara no llegaría a nada; tantas que escoger la “verdadera” voz entre el ruido ensordecedor de la multitud de voces nos llevaría sólo a la locura, y eso pasa a diario, a mi, a todos nosotros: camino sus calles para calmar los dolores de mi cuello y mi espalda, y un día leo la frase escrita en un muro — “A toda la escoria siria : lárguense”; me disgusto y me vuelvo paranoico, pues esa horrible sentencia podría haber sido escrita por cualquiera que camine a mi lado, cualquiera que pueda estar parado ahí, y quiero abofetearlos y sacudirlos y decirles que se coman su mierda y se callen, pero continuo caminando como si nada hubiera pasado, como si no hubiera visto nada —nada debe transpirar y es imperativo mantenerse tras el perfecto disfraz social— y al día siguiente camino de nuevo en la misma calle, y veo que en la noche alguien ha tenido más valor que yo: la palabra “sirio” en la frase ha sido tachada y la palabra “racista” aparece sobre ella —“A toda la escoria racista: lárguense,” y por un breve momento recobré la confianza en la ciudad donde nací, y donde probablemente moriré —contra mi voluntad— y la tensión en mis hombros se disipó por un breve momento, especialmente tras de darme cuenta de que mis pies me llevaban a una pequeña calle con casas que tenían jardines donde la gente había plantado, invariablemente, algunos arbustos de jazmín que dejaban escapar su adorable aroma —es temprano en la tarde y el azul del cielo no podría haber sido más azul ese día, y puedo ver alguna gente en sus casas por las ventanas preparando con calma el fin de su día, entonces me vuelvo para tomar la calle más grande que me lleva a mi lugar; de pronto una extraña idea se apodera de mí, una idea de la que no me puedo deshacer: entre el lugar donde me encuentro ahora y mi apartamento, hay una escuela, un centro para las fuerzas de Seguridad Interna, un hospital y un puesto militar, y todos son blancos ideales para una explosión de coche-bomba, y han habido bastantes últimamente —tal vez no en este barrio, pero ¿realmente podemos confiar en la racionalidad de un suicida?— y empiezo a sospechar de todos los autos estacionados al lado del camino, y la tensión en mi cuello y en mis hombros vuele y el dolor empieza a instalarse, así que trato de concentrarme en mi respiración como me dijeron que debía hacerlo para desviar mi atención, pero sin ninguna utilidad; todo lo que veo son autos, y empiezo a pensar en los modelos de autos usados en esas operaciones —la última fue un Kia, pero ¿cuál fue antes?— y no puedo recordarlo; en cualquier caso, sería mejor evitar caminar al lado de cualquier Kia, así que empiezo a caminar de un lado a otro de la calle, apurando mis pasos para llegar a casa a salvo, sabiendo que lo que hago no es más que un procedimiento absurdo y ridículo, que la gente muere al azar, y que el resto sobrevivimos sólo por nuestra estúpida suerte, tan simple como eso: ninguna plegaria, ningún cálculo, ningún escenario alocado puede salvarnos; morimos o vivimos, eso es todo —y mientras esas ideas finales atraviesan mi cabeza, me di cuenta de que al pasar el puesto militar estaría en casa, a tiempo para la cena, que yo sabía sería Arnabiyyeh, y si Beirut supiera a algo, podría ser a ese plato: arroz, carne, cebollas, garbanzos y salsa hecha de tahina y jugo de siete tipos de limón: agrio, naranja, clementina, etc. —pero el ingrediente más importante es un tipo de limón amargo que crece por todas partes en esta ciudad, y que forma el telón de fondo para la puesta en escena de toda su comida, desde los estofados a los mezes a los dulces; y comía y pensaba en ese tipo de plato y cuántas generaciones tomó perfeccionarlo y cuánta gente en el pasado se sentó a la mesa y probó ese limón amargo e incluso si podrían entender la ciudad en la que vivían —¿quién puede entender una ciudad?— cuando su significado les era comunicado mediante el sabor amargo y perfumado de todas las generaciones que vivieron y murieron en esta tierra, y me di cuenta de que últimamente todo estará bien, sí, todo estará bien.
Una vez soñé y en mi sueño yo era Jesús y le pregunté a Beirut “¿cuál es tu nombre?” y ella replicó “mi nombre es legión pues somos muchos.”
Este texto se publicó en Arquine No. 67 | Habla Ciudad, con motivo de la primera edición del Festival de Arquitectura y Ciudad MEXTRÓPOLI. Aparta la fecha y acompáñanos a vivir la ciudad extraordinaria en su próxima edición que tendrá lugar del 09 al 12 de marzo de 2019.