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11 mayo, 2023
por Gonzalo Mendoza Morfín | Twitter: gonmnmr
Fotografías: Diego Ortega Álvarez / @dieg_ortega
Bienales, trienales, exposiciones y ferias son algunas de las categorías que reciben los medios físicos de difusión de la cultura arquitectónica en los que, de una u otra manera, se basan las evoluciones de los modelos, no solo de comunicar, sino también de entender, producir y hacer desde la disciplina de la arquitectura. A estos, en su mayoría de veces, acceden y promueven únicamente los grupos más allegados o apegados a los roles tradicionales de la disciplina. Si miramos hacia atrás, podríamos comenzar diciendo que hablar de todo ello implica una profunda reflexión sobre la construcción cultural de la disciplina. No sin dejar de mencionar que, desde sus orígenes, es posible detectar que estos acontecimientos han estado hechos de arquitectos para arquitectos, por decirlo de la manera más sencilla posible. Lugares en donde el apego por la autorreferencia, la auto celebración y la impecable oda a su propio trabajo, y no dejemos de decir que a sí mismos, está siempre presente. En una amplia y riesgosa generalización, es eso quizá lo que define muchos de estos acontecimientos culturales-arquitectónicos, a los que se suman premios, medallas, reconocimientos, congresos y publicaciones.
Pero y entonces, ¿De qué hablamos cuando hablamos de festivales? ¿De qué hablamos cuando hablamos de festejar la ciudad? Desde hace algunos años, casi una década en ejemplos particulares, han surgido iniciativas iberoamericanas que buscan destacarse de las demás promoviendo posturas y visiones más críticas, plurales y abiertas. Los festivales de arquitectura, urbanismo y ciudad son quizás la necesaria evolución de estas grandes plataformas de comunicación arquitectónica, son lugares nuevos en plena disposición de saberse apropiables, que se alejan de un enclaustramiento académico o disciplinar, de un aula o auditorio, y salen a la superficie, a las calles y plazas de una ciudad con el fin de festejar lo físico, pero también lo intangible que construye una identidad local.
Desde ese lugar ocurre Concéntrico, el festival de arquitectura y urbanismo de la ciudad de Logroño, España, y que asume su rol celebrativo, no solo desde su nombre —un festival, una fiesta—, sino en sus contenidos, siendo un evento que rompe con la tradicional visión egocéntrica de la disciplina de la arquitectura, para enfocarse en la interacción y apropiación de la ciudad por parte de la ciudadanía. A diferencia de muchos otros eventos arquitectónicos, Concéntrico como festival, que se llevó a cabo del 27 de abril al 2 de mayo de 2023, y que en esta ocasión celebró su novena edición, no se trata de una exhibición de obras y proyectos de arquitectos para arquitectos, ni de discursos escritos, conferencias o premios. En su lugar, se enfoca en la creación de instalaciones urbanas y pabellones, elementos efímeros, que se integran en el tejido urbano y se convierten en un artefacto de apropiación pública.
En palabras de sus organizadores y aliados locales, Concéntrico tiene dos objetivos principales —los cuales se podrían compartir con cualquier otro evento de este tipo—, activar la ciudad, sus espacios y su gente, y poner a Logroño en el mapa de la arquitectura y el diseño urbano global. Una intención desde lo local, siempre apuntando a lo global. Una oportunidad de inventar un lugar propio desde nuestra habilidad de festejarnos como ciudadanas y ciudadanos. En ese sentido, esta edición de Concéntrico planteó una veintena de intervenciones de autoras y autores nacionales e internacionales, de distintas edades, generaciones y aproximaciones dotando de una valiosa diversidad a la línea curatorial de esta edición; en Concéntrico 09 me ha quedado claro uno de los principios más importantes que este tipo de intervenciones —al mero estilo de una acupuntura urbana— debería tener: fomentar la interacción y el juego de la gente. La ciudad se convierte entonces en un gran playground, como los planteados por Aldo van Eyck en la posguerra europea que tenían como fin convertir las plazas y parques públicos en espacios para fomentar lo lúdico y la creatividad en las niñas y niños, o en un gran Fun Palace destechado con aquellas ideas de Cedric Price en los inicios de los sesenta que buscaban generar un laboratorio para la diversión, para la libertad humana y para lo incierto que esto debía construir.
Desde ahí, desde van Eyck y Price, ocurren las dos líneas de desarrollo crítico que más quiero destacar. Desde el juego, la libertad y lo experimental; y es que, por un lado, el éxito del festival radica en la capacidad de las instalaciones presentadas para despojarse del ego arquitectónico y convertirse en un juguete público de interacción que se puede tocar y apropiar. Los artefactos o pabellones de interacción inmediata y fácil sentido de apropiación, se alejan la mayoría de veces de lo contemplativo, y se transforman en un punto catalizador. De formas, colores y dimensiones distintas, no importó si fue una alberca en una plaza abierta, un arenero contenido, formas y colores primarios, una mesa en el paisaje o una fuente alambrada, el sentido base fue el mismo: no construir edificios, no saberse permanentes, alejarse de lo inmóvil y lejano de una escultura tradicional, y por el contrario ser plenamente conscientes de generar un cambio drástico, temporal pero drástico, en el sentido completo del espacio público.
Por el otro lado, y en una reflexión disciplinar, considero que para las oficinas de arquitectura y diseño —gráfico, editorial, urbano y hasta de marketing—, Concéntrico se convierte en un ejercicio experimental, en un gran laboratorio al norte de España donde se práctica con prueba y error, sin temor al segundo, y por el contrario, aprovechándose como una oportunidad para el aprendizaje. Las y los diseñadores participantes pueden probar sus ideas in situ y casi de manera inmediata; el proceso de conceptualización y diseño se materializa en un artefacto o pieza que encuentra diferentes dimensiones de experimentación: el material, lo constructivo, las acciones, el público, para finalmente, doblarse, guardarse, y en algunos casos, llegar a otro lugar para seguir a prueba. Desde ahí, Concéntrico y sus acupunturas, representan proyectos de experimentación, quizás inacabados, que justamente se terminan hasta que pasaron —o no— las pruebas de laboratorio; el festival se convierte en un espacio de exploración, donde la creatividad y la innovación se ven impulsadas por la interacción y apropiación de la ciudadanía.
No quisiera decir que este mundo necesite más festivales de arquitectura y diseño, no quisiera porque en la realidad no estoy seguro. Pero de lo que sí estoy seguro es que sí es necesario aprovechar estos espacios, que dan un paso fuera de la tradición disciplinar, para no dejar de caminar hacia allá. Construir —artefactos, objetos, pensamiento— desde lo experimental, desde la prueba y el error. Si bien la academia debe representar un amplio y abierto espacio a la pregunta, a la no respuesta certera y a la contradicción, creo que desde lo disciplinar hay que buscar seguir generando estas situaciones, no festivales como tal, sino escenarios de cualquier índole que nos permitan seguir festejando la ciudad para cada quien, en lo individual y colectivo, inventar nuestros lugares propios.
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