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Columnas

Especulaciones y Especuladores: Alberto Arai en Palo Alto

Especulaciones y Especuladores: Alberto Arai en Palo Alto

22 marzo, 2022
por Alfonso Fierro

En 1956, el arquitecto Alberto Arai presentó una conferencia llamada “La casa mexicana” en la que se distanciaba del urbanismo monumental y declaraba que, en el futuro, “será más aceptado, ante la imposibilidad de mecanizar el mundo en todos sus pequeños poblados, el deseo de conciliar el aprovechamiento de los factores locales, históricos, con las fuerzas propias de la técnica moderna”. Tal declaración sorprende no sólo porque estamos en plena década del 50, el punto cumbre de los multifamiliares y los grandes desarrollos urbanísticos del grupo Arquitectura México. Sorprende también porque, en su juventud, cuando Arai formaba parte de la Unión de Arquitectos Socialistas, él mismo había defendido radicalmente la posibilidad de transformar por completo el paisaje urbano y la vida cotidiana de la población a través de la arquitectura moderna. 

En 1938, la Unión publicó Proyecto de ciudad obrera para México DF, en donde proponían un modelo urbano basado en edificios comunales funcionalistas (un antecedente directo del multifamiliar, como ha señalado Enrique de Anda), amplios servicios públicos y una distribución cooperativa del trabajo (incluyendo trabajo reproductivo de limpieza, cocina, educación, cuidados). Para la Unión, este esquema permitiría organizar servicios reproductivos como guarderías, educación o recreación más allá de la familia y de tal forma que todo habitante pudiera tener acceso a ellos. Para la UAS, esta ciudad moderna proponía una forma de vida radicalmente distinta (para bien) y un vistazo a “la vivienda humana del porvenir”. Era, en este sentido, un ejercicio urbanístico con las pretensiones que en el 56 Arai ya rechazaba, pero que en buena medida quedaron en la matriz del modelo multifamiliar. 

“La casa mexicana” es una autocrítica de Arai a su defensa tajante del funcionalismo moderno veinte años atrás. A lo largo de la conferencia, Arai habla de cómo a la arquitectura moderna se le olvidó considerar a la gente, consultar sus deseos y necesidades, entender sus formas de vida, en suma, “tomar en consideración el sentimiento genuino de los habitantes”. Para Arai, el problema radicaba en el rechazo vanguardista a la tradición, en la idea de que toda forma de vida anterior tenía que ser eliminada al hacer tabula rasa y construir en su lugar un nuevo diseño de mundo. Arai mismo había participado en esta idea, como dije, pero ya para el 56 quería entender la tradición como una fuerza viva que cargaba con ella una serie de prácticas locales, conocimientos situados y formas de habitar valiosas y legítimas. “La tradición persistente que vive en cada uno de nosotros” decía Arai “no es algo muerto, sino que define la realidad presente de cada pueblo.” En este sentido, dice Arai, no debería de sorprender que los habitantes alteraran casas y departamentos funcionalistas con macetas, jardineras, enrejados y otros elementos, dado que así se expresaba una forma legítima de habitar. Era un buen punto. Justo después, sin embargo, Arai se siente obligado a agregar que estos elementos estaban “concebidos indudablemente con el peor gusto artístico”, un tropiezo que no deja de ser curioso en tanto desentona con toda la línea argumental que presenta en la conferencia.

Alberto T. Arai. Propuesta de casa campesina en el trópico.

 

Más allá de esta limitante, la autocrítica de Arai al funcionalismo mexicano está clara. Una vez establecida, Arai vuelve a canalizar el espíritu utópico que lo acompañaba desde sus años en la Unión para proponer “un modelo imaginario, futurista y, por ende, inexistente” de vivienda social en México. Al igual que en el 38, Arai parte de una serie de servicios comunes: una guardería, una escuela, una cancha, unos juegos. Alrededor, de estos, aparecerían las casas, cuyas formas y materiales cambiarían dependiendo de la locación concreta. Estas casas tendrían normalmente un espacio para taller o comercio al frente y un huerto atrás, pero en general serían distintas entre sí. El principio fundamental es la flexibilidad. Cada casa sería “una unidad aislada […] con varias posibilidades de desarrollo, según las sucesivas necesidades de la familia ocupante”. Esto, por supuesto, suena parecido a lo que muchos habitantes realizan a través de una práctica conocida como “autoconstrucción”. Y, en efecto, la importancia de la flexibilidad surge de la revaluación que Arai intentaba hacer de la familia y el cooperativismo. En el 38, la Unión entendía que familia tradicional y cooperativismo eran incompatibles, por eso la formación de la ciudad cooperativa se basaba en la desintegración de la familia y la distribución del trabajo reproductivo a través de la casa comunal. Para el 56, Arai empezaba a darse cuenta de que, para muchas poblaciones urbanas y rurales, la familia extendida era ya de por sí una suerte de organización cooperativa. Arai buscaba partir de este hecho al otorgar a los habitantes la posibilidad de determinar el sistema arquitectónico que mejor se amoldara a sus necesidades. 

En los años 70, un grupo de migrantes formaron la Cooperativa Palo Alto en las tierras en donde habían vivido durante años. Muchos de ellos habían llegado de Michoacán para trabajar en una mina de arena en la zona que hoy se conoce como Arcos Bosques, pero que en aquel entonces no era más que una barranca periférica. Cuando cerró la mina, se les avisó que tenían que irse de ahí. Los habitantes reclamaron su derecho a permanecer en las tierras en las que habían habitado por años, incluso si sus casas fueran muy precarias, improvisadas. Invadieron este lugar, pelearon hasta conseguir la tierra y formaron una organización cooperativa para tomar decisiones en colectivo. Con la ayuda del arquitecto Enrique Ortiz de la COPEVI, construyeron Palo Alto. Desconozco si existió alguna relación entre Arai y alguno de estos actores, pero la convergencia entre sus ideas y la arquitectura de Palo Alto es notable. Además de una serie de servicios comunes, los habitantes y Ortiz optaron por un modelo flexible para sus casas, que desde entonces y con el paso de los años han asumido su propia identidad y estética. Las construcciones en Palo Alto responden a distintos gustos, deseos, oportunidades, renovaciones, cambios y crisis. 

Cooperativa Palo Alto.

 

Es bien sabido que hoy Palo Alto está en riesgo. De pronto, quedó a la mitad de una zona valiosa que ciertas desarrolladoras quieren. La última vez que estuve ahí, era una mañana de mitad de semana. Una señora cuidaba sus plantas, un señor atendía la tienda enfrente de su casa, un gato descansaba en un tejado de zinc. Palo Alto estaba tranquilo, normal. Pero en las orillas de la cooperativa se percibía el conflicto. La barda de la cancha tenía un mural que decía “Palo Alto Resiste”, justo detrás del cual operaba la maquinaria encargada de erigir uno de esos edificios que por todos lados estrangulan a Palo Alto. Me hacía pensar en Arai. Me lo imaginaba caminando por una cooperativa que nunca conoció (Arai murió en el 59, tres años después de la conferencia). Me preguntaba si no se hubiera arrepentido de sus comentarios sobre el “mal gusto” ahora que veía el barrio tan bonito, habitado, cuidado. Al dejar la cooperativa atrás, me decía que habría sido interesante preguntarle qué pensaba de toda esa arquitectura moderna que, al servicio de un par de desarrolladoras, levantaba un sitio sin tregua alrededor de Palo Alto. 


Referencias:

Alberto Arai. “La casa mexicana: ideas sobre la habitación popular urbana.” en Leer a Alberto T. Arai: reflexiones, ensayos y textos, coordinado por Elisa Drago (México: UNAM, 2019)): 153-207. 

Unión de Arquitectos Socialistas. Proyecto de ciudad obrera para México DF (México: XVI Congreso Internacional de la Planificación y de la Habitación, 1938). 

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