Espacios. Memorias de una ausencia: Un paseo por espacios que evocan a quienes ya no están con nosotros.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
5 agosto, 2020
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
Para los más jóvenes la palabra Olivetti no significará demasiado, ahogada en un universo donde las variables de comunicación se han profundizado hacia el universo digital, tiende a diluirse hacia el anonimato. Para los ya mayorcitos, sin embargo, nos lanza a un universo nostálgico en donde la máquina de escribir era la mecanización técnicamente adecuada para poder redactar textos a gran velocidad, si se conocía y entrenaba correctamente el método para posicionar los dedos sobre el teclado, memorizando el orden de las letras, números y signos de puntuación distribuidos en cinco líneas. La distribución se ha mantenido en los teclados de los ordenadores y hasta en el del Whatsapp, lo cual me permite entre otras cosas, seguir aplicando mis clases de mecanografía, recibidas en el Instituto México Secundaria (asdfg ñlkjh).
Para los italianos y personas más cultas de la generación de mi padre, Olivetti no solo representa esa añoranza, es una visión de cómo se puede hacer una gran empresa, basada en principios de valor colectivo, como la firme creencia de don Adriano Olivetti, de que toda ganancia debía invertirse directamente en el beneficio social. Así, durante mucho tiempo la marca Olivetti no fue sólo referencia de la excelencia productiva, el diseño moderno y elegante de sus aparatos, y de sus edificios. Fue también un referente para la construcción de una forma de vida colectiva, donde el urbanismo, la industria, el comercio, se integraban a conceptos de interacción social solidaria.
Dentro de ese universo utópico de la empresa, hacia 1957 Adriano decide hacer un salón de muestra para sus productos en la ciudad de Venecia, para lo que delega el encargo en quien él consideraba, y la historia lo ha ratificado, uno de los mejores arquitectos venecianos de su tiempo… yo me atrevo a decir, que de todos los tiempos: Carlo Scarpa.
La arquitectura de Scarpa no se mide en la cantidad de metros cuadrados construidos, y no es que haya hecho poco. Es mesurable, más que nada, en la meticulosidad con que resuelve el espacio. Sin importar si la obra es sólo el diseño de un acceso, de una caseta de guarda, del interior de una tienda, o la remodelación de un castillo para museo, Carlo lleva siempre en su obra el sello de la manufactura de su tierra. A su acercamiento elegante en términos en que el movimiento moderno definía la elegancia: sin ornamentos inútiles, con geometrías sencillas, con materiales aparentes trabajados a gran detalle, con luz natural, con fluidez en el espacio, Scarpa añade una particular capacidad de ensamblaje entre los distintos elementos que van organizando la habitabilidad del sitio, así como una muy propia y local capacidad para manejar la geometría.
Ahora que el “Interiorismo” es un tema que tiende a generar una nueva división social en el proceso de configurar espacios habitables, diversificando el universo de la arquitectura, la obra de Scarpa debería ser un referente obligado, en especial, este bello local situado en los pórticos de la “Procuraduría Vieja”, donde el manejo del espacio, la comprensión del valor de circular y cambiar de nivel, la interacción entre luz natural y eléctrica, y la limpieza y pulcritud de diseño en los materiales seleccionados, dejan una pieza que, gracias a la buena gestión, hoy día es ya un espacio salvaguardado como patrimonio.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no [...]