Espacios | Los lagos de Plitvice: Naturaleza con protección sistémica
Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no [...]
11 noviembre, 2020
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
A mediados del siglo XVI, fray Diego de Landa y un grupo de franciscanos llegaron a territorio cocome, ubicado al norte-centro de la península de Yucatán. Tres siglos de abandono, tras el colapso en el postclásico de las ciudades Mayas-Toltecas, habían cubierto los basamentos piramidales de lo que fuera un centro de peregrinación conectado a la red del macro urbanismo maya por medio de sacbeoobs.
La energía y ubicación del sitio no podían ser más propicias para el proyecto de conquista espiritual, como se ha denominado en algunos textos al proceso de evangelización promovido por la Corona Española en América. Aún quedaba en la tradición oral de los habitantes locales, desperdigados en pequeñas comunidades agrícolas, el valor místico del sitio y su destino como condensador ceremonial en lo que fuera la casa del dios Itzamná, cuyo nombre significa “rocío que desciende del cielo”, según lo relata en breve texto el Gobierno del Estado.
Así, hacia 1553 y bajo la advocación de San Antonio de Padua, fray Juan de Mérida comienza a edificar un templo y convento que dará cobijo a una representación de la virgen María, hoy conocida como “La Virgen de Izamal”.
La estrategia resulta, claro está, y el ciclo de peregrinaje se reinicia, ahora focalizado en el Monasterio franciscano que guarda la imagen. La sobreposición de capas y momentos nos da un actual resultado por demás complejo e interesante.
A la edificación prototípica del siglo XVI, asentada sobre la base del templo P’a’ap’ Jool Cháak, o “la casa de los rayos”, que alguna vez diera habitación a los altos linajes de la gran ciudad maya, tanto en el clásico como en el postclásico temprano, se accede mediante un gran atrio que se eleva uno seis metros por sobre el nivel de la actual traza urbana. Dicho atrio, que a decir por los arqueólogos Burgos, Millet y Wagner es el más grande del continente americano con sus casi 8,000 metros cuadrados, está conectado con la ciudad por medio de tres muy atípicas rampas, dos laterales al norte y sur que zigzaguean formando una peculiar volumetría, y una frontal que desde el poniente se liga a la plaza principal.
En el siglo XVII, se anexó un pórtico de 75 arcos generando una peculiar galería que conecta las cuatro capillas pozas. La disposición única de esta arquería “al tres bolillo” (la columnata frontal de la galería está desfazada medio eje con respecto a la posterior, como puede verse en la imagen) obedece a la necesidad de dar cobijo a cientos de peregrinos que, acostumbrados a dormir en las maravillosas hamacas yucatecas para capturar la brisa fresca de la noche, requieren de la diagonal que se forma entre columnas frontales y posteriores al usar la descrita geometría para alcanzar la extensión adecuada del lecho colgante de hilos tejidos. Curiosamente, o no tanto, el aspecto del espacio desde el interior del atrio, el espacio más que un referente católico, tiende a recordar al gran patio de la Mezquita de Viernes en Delhi, presentado anteriormente en estas reflexiones. Ocho siglos de dominación musulmana dejan huella en el inconsciente colectivo ibérico.
Al fondo oriente, la masa del templo y convento se alzan en segundo plano tras el pórtico. Mientras el convento apenas se dibuja por encima de la galería arqueada, el templo se alza con notoriedad presentando una peculiar portada dieciochesca que, sin ornamentos, refleja su espíritu barroco en la silueta.
El claustro conventual contrasta radicalmente con la ligereza del atrio. Como si quisiera huir a toda costa del potente sol tropical, su arquería es masiva y pesada, celebrando una profunda sombra en sus deambulatorios.
Por el exterior del conjunto, desde donde el sol saluda al alba, el ábside del templo y la fachada del convento, se fracturan en una sobreposición de volúmenes que narran el metabólico proceso de una construcción que no se realiza en un breve lapso de tiempo, por el contrario, evoluciona a través de los siglos mientras su significado se va complejizando en posiciones, imposiciones y sobreposiciones culturales, a pesar de las cuales, permanece su destino original como concentrador de peregrinajes.
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