Otra revolución urbana: conversación con David Harvey
“Frecuentemente, si no es que siempre, los movimientos revolucionarios tienen una dimensión urbana,” ha escrito David Harvey, geógrafo nacido en [...]
20 septiembre, 2019
por Alejandro Hernández y Christian Mendoza
Este año, el sello Seix Barral publicó De la tierra al cielo, cinco arquitectos mexicanos, de la periodista y escritora Elena Poniatowska. El libro surge como respuesta a una inquietud de la autora por legar un título dedicado a la arquitectura que fuera económicamente asequible para los estudiantes de la carrera. “A mí lo que me aterra es que los estudiantes no puedan comprar un solo libro de arquitectura, a menos que sean hijos de Slim. Todos son libros de gran lujo, que además son los libros que les gustan a los arquitectos que se hagan sobre ellos”, dijo Poniatowska en una entrevista para Arquine. El librito recoge entrevistas inéditas a Luis Barragán, Teodoro González de León, Andrés Casillas de Alba, Diego Villaseñor y Francisco Martín del Campo, y cierra con una suerte de epílogo o contrapunto entre la arquitectura de autor y la ciudad que siempre crece con la muestra de unas fotografías de Graciela Iturbide, cuyo tema son las obras del segundo piso de Periférico que, a decir de Poniatowska, capturó en una circunstancia heroica, ya que la fotógrafa se encontraba recientemente operada de un pie. “Es un libro que me salió simpático, me cayó bien”.
No es la primera vez que la escritora atiende figuras del arte moderno, o dicho con mayor precisión, de la modernidad mexicana. Sus perfiles sobre Guadalupe Amor y María Izquierdo, sus biografías de Octavio Paz y Juan Soriano, o su ejercicio de biografía novelada en torno a Tina Modotti conforman un panorama sobre los personajes emblemáticos de una época que, a los ojos de Poniatowska, estuvo llena de vitalidad. Podría decirse que, como periodista, se concentró más en la anécdota que en una investigación aparatosa, un poco porque ese es su estilo y otro poco porque muchas de sus entrevistas fueron de “tú a tú” con los principales actores de la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo XX. La entrevista que se tuvo con ella siguió casi el mismo rumbo de su periodismo y de su personalidad tan conocida. Elena Poniatowska exclamó “’¡ay, qué triste!” cuando se le mencionó, en una recomendación hecha al vuelo, que el libro de Georgina Cebey llevaba por título Arquitectura del fracaso. A través del adjetivo y de la broma, de una rememoración lúcida y juguetonamente deshilvanada, Elena Poniatowska volvió sobre los arquitectos de su título más reciente. Aunque también, como ocurre con los fierros del periférico, apareció la ciudad. Afiliaciones ideológicas aparte, la autora ha firmado dos libros fundamentales para la crónica urbana: Nada, nadie dedicado al terremoto de 1985 y La noche de Tlatelolco, un clásico controvertido sobre la matanza del 2 de octubre de 1968.
Aquí, recogemos algunas de sus declaraciones sobre los dos ejes que nos llevaron a reunirnos con ella: la arquitectura y la ciudad.
Luis Barragán
Barragán era guapísimo, con unas piernas de aquí al techo. Se ponía siempre una mascada, o un paliacate. No fue difícil entrevistarlo, porque lo conocía de antes. Pero sí fue difícil la entrevista por la percepción que uno tenía de sí mismo frente a él, porque siempre sentías que, o te sobraba un kilo que ojalá lo hubieras perdido tres días antes de visitarlo, o te habías peinado horrible, o tus zapatos no estaban perfectamente limpios. Porque él todo era un afán de perfección que casi lindaba con la crueldad. Te empezabas a ver con sus ojos, y sus ojos eran de una enorme exigencia. Exigencia de belleza, de limpieza, de línea recta. Yo creo que él siempre se sentó en un sillón confortable para él, en el que se veían sus piernas que se alargaban hasta la mitad de la sala. Yo creo que él siempre miraba a los demás sin proponérselo con un ojo absolutamente crítico. Era su esencia.
Él quería mucho a Chucho Reyes, le parecía que era un mago. También creo que le tenía mucha simpatía a Soriano, aunque un poco de miedo, porque Soriano era un poco impredecible. Su personalidad creo que fue tan poderosa que la gente que se le acercaba acababa pareciéndosele, como Diego Villaseñor como Andrés Casillas. Barragán era alguien a quien le ponían nervioso las cosas de mal gusto. Aunque a mí me da mucha ternura todo lo que es de mal gusto. Todo lo que me regalan lo cuelgo. Son dádivas amorosas. Pero con Barragán había una severidad, una austeridad. Con él, cuenta muchísimo el buen gusto y la clase social. Había una cosa de esnobismo. Con Barragán, creo que muchas cosas están ligadas a su definición sexual. Al no lanzarse a amar a un hombre de a de veras, como loco, se tomaba demasiado en serio. En ese sentido, Juan Soriano fue mucho más libre.
El realismo socialista y el enojo de Teodoro
A todos los arquitectos los atosigo con mis preguntas sobre la vivienda social. Al pobre de Andrés Casillas le aburría, porque él quería hacer cosas bellas y yo todo el tiempo le estaba echando mi realismo socialista. Era como para que mandara por un tubo. Teodoro González de León es muy parco en su entrevista, pero creo que se sintió conmigo años antes, porque él quiso hacer un edificio de varios pisos en Cuicuilco. Acompañé a la Jesusa, que fue a meterse con Carlos Slim, a decirle que ahí no se podía hacer nada. Total, que después Teodoro me dijo que con el daño que habíamos hecho Jesusa y yo, que en esta historia soy una especie de Sancho Panza, provocamos que después se construyeran edificios más feos. Sí, hay edificios feos en el fondo, pero no había uno tan cercano a las pirámides. Aunque Teodoro hacía cien mil edificios, el de Cuicuilco era un proyecto de Carlos Slim, y yo creo que se sintió muy atacado. Aunque yo no creo que Jesusa fuera la que le bajara el edificio, no creo que tuviera ese poder tan grande. Pero sí hubo esa denuncia en la prensa, de que querían meter un edificio en una zona arqueológica dentro de la Ciudad de México. Creo que por eso Teodoro siempre guardó distancia. Seguro pensó que yo era una pelada.
A él lo entrevisté porque es alguien que me parece un importantísimo arquitecto mexicano. Yo lo hice con mucho gusto y él jamás me dijo ‘ve y entrevista a tu chingada madre’, cosa que me agradó. Me hubiera podido responder así. Fue bastante buena gente. Teodoro era muy severo en sus gustos. Muy a la ‘yo soy culto’. Octavio Paz, por ejemplo, es una presencia muy fuerte para Teodoro, pero no creo que para Barragán. No creo que Paz se haya ocupado mucho de Barragán. La relación de Teodoro con Soriano fue buenísima, porque Soriano daba mucha alegría. Hacía muchos chistes, era muy atrevido, y lo fue hasta muy tarde. Al final de su vida tuvo una relación con Marek Keller, un polaco que le había sobado a Soriano el pie antes de que le doliera. Lo festejaba mucho, lo acompañó bien, pero también lo encerraba.
Cuando hicimos una carta protesta por el Edificio H, en Ciudad Universitaria, volví a acercarme a González de León. Protestamos la Jesusa y yo. Y también González de León. Entonces se desenojó un poco conmigo. Yo me enteré de la construcción de ese edificio porque me habló un arquitecto, no me acuerdo ahora de su nombre, pero estaba muy desolado porque era una gran ofensa para el paisaje del Espacio Escultórico. A Graue ese asunto no le interesó ni pepino. Dijo que tenía otros gatos que atender y que por eso no podía resolver eso.
Andrés Casillas
Casillas y Diego Villaseñor siempre se están picando la cresta, porque son los dos seguidores de Barragán. Los dos son tapatíos, guapos, altos, bien vestidos, de la famosa mascada en el cuello. Casillas creo que tiene una sensibilidad muy distinta porque camina siempre al borde de la navaja. Siempre hay la posibilidad de que se caiga en un precipicio psicológico. No tiene la certezas que tiene un González de León: ése sí iba a lo que te truje chencha. Casillas tiene una sensibilidad muy afín a la mía.
Diego Villaseñor
Él mismo reconoce que es un altanero. Diego es un personaje interesante. Aunque no me horrorizó lo que dijo en la entrevista [dadas sus declaraciones de cariz clasista], porque mi propio origen tiene que ver mucho más con Diego que con el realismo socialista. El realismo yo me lo metí a trompadas y me lo metí por vivir en México, y luego por ver lo pinches que son las gentes: lo poco generosos, lo más instalados en lo no les va a mover nunca nada. Villaseñor, sobre todo, hace jardines carísimos. Ahora que murió Toledo, me acuerdo que Villaseñor me hablaba para que le dijera a Toledo que le hiciera piedras para los pasillos de sus casas. Toledo no aceptó. Ni tenía tiempo.
Mario Pani, Juan O’Gorman, Mathias Goeritz, Helen Escobedo
A Pani no lo traté mucho. Me dio mucho dolor que se cayeran algunos de sus edificios en el 85, que se desprendieran las escaleras. Me dolió porque parecía que, como vivía ahí gente pobre, entonces los edificios no estaban bien hechos: que las escaleras no estén bien amarradas, que los muros no estén bien pintados, que los techos estén demasiado bajitos, que todo feo.
Yo quise mucho a Mathias Goeritz, porque era muy buena gente y lo maltrataban todo el día, por su procedencia alemana. También lo entrevisté a él. Yo sentía que él tenía gran amor por México. Y otro al que entrevisté, pero ese sí era torturado a morir, que si tantito le movías algo iba a pasar, era Juan O’Gorman, el hermano de Edmundo, con quien estaba peleado. Y siempre estaba pegado a Diego Rivera. ¡Lo quería muchísimo! Él hizo esas dos casas: las de Frida Kahlo y Diego Rivera. Él siempre hablaba muy bien de Lola Olmedo, que todo el mundo consideraba una gánster. La esposa de Juan se dedicaba a las orquídeas: Helen O’Gorman. Aunque en esa época no hablaba mucho conmigo, seguro tenía otras gentes importantes con las que podía hablar. Había jerarquías. Si él hablaba con alguien, seguramente lo hacía con quien estuviera a la estatura de su vida. Las casas que le hizo a Diego y Frida no me gustan nada por dentro. Pero me gusta la idea del puentecito, nada más que fue el puente del horror porque ahí vio Frida que Diego se estaba echando a su hermana. Desde lo alto, donde tuvo vista completa. También le conocí aquella casa que hizo que era una cueva. Yo creo que esa casa la deberían haber dejado tal cual. ¿Para qué Helen Escobedo compró esa casa si le iba a hacer tanta modificación? Era la cueva prehistórica de Juan. Dicen que Juan O’Gorman se suicidó tres veces. A uno se le queda adentro esa historia.
La ciudad
Yo llegué a una ciudad porfirista. Viví en la calle de Berlín número 6. Luego estuve en la calle Guadiana, en un hotel en el que también vivió Juan Soriano. No tenía juicios de arquitectura. De niña, no tienes esos juicios. La casa en la que viví me parecía preciosa y cuando la vi de más grande me pareció muy fea.
Yo viví muchísimo el sismo del 85. Ahí sí estaba más joven, salí a la calle, llevé a mis hijos. Paula para todo me decía ‘ya no mamá, ya no’. Uno estando chico se iba con pico, pala y casco. Hubo muchísima participación, pero ya en el sismo de hace dos años no salí. Por el sismo escribí Nada, nadie, que es sobre toda la gente que me habló durante esos días. Siempre procuro recoger las voces de la gente. A mí me importa muchísimo saber lo que el otro piensa.
A mí me espanta que la ciudad sea tan enorme. Yo le tengo una admiración total a los basureros. Pienso que cómo es posible que vengan todos los días. Además, yo vine de Francia a los diez años y me enamoré de que las mujeres barrieran su pedazo de calle. Una de ellas me dijo: ‘¡yo quiero que el mío sea el cachito mejor barrido de todos!’ ¿Cómo no amas a alguien que te dice eso? Además la escoba, salían también con el botecito de agua, e iban salpicando con su manita. Eso no lo hacen en Nueva York, no lo hacen en París. Sólo era cosa de México. Ahora ya se ha perdido, pero había la posibilidad de hablar con los barrenderos, de que la gente dijera ‘la calle es mi orgullo’.
De esta ciudad, me gusta donde vivo. Se me hace que es un pueblito. Me gusta mucho la iglesia de San Sebastián, que dicen que es el santo de los homosexuales, pero nunca he visto un homosexual en esa misa. Aunque es precioso, está todo asaetado menos los órganos vitales. Me encanta el Zócalo. La llegada el Zócalo con su plancha infinita me emociona muchísimo. Me gusta mucho el tezontle, ese color de sangre, de moronga. Me gustan las dos iglesia que están la una frente a la otra, donde está el Museo Franz Mayer. ¡Pero es que uno se encariña! Por ejemplo, Bellas Artes no es bello, pero le tienes cariño cuando llegas a ese pastel de merengue, aunque no tenga nada que ver contigo. No me gusta Polanco, no me dice nada. Pero sí me gustan las Torres de Satélite.
“Frecuentemente, si no es que siempre, los movimientos revolucionarios tienen una dimensión urbana,” ha escrito David Harvey, geógrafo nacido en [...]