Anatomía de un monumento
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16 mayo, 2015
por Jerson Hondall | Twitter: JersonHondall
Las burbujas en una copa de champagne bebida en el Hotel Negreso, ostentosas, siempre están a punto de reventar. Quizás esa cualidad efímera es lo que las vuelve elegantes. Eso, en Niza; pero a cincuenta kilómetros de ahí, un poco más allá de la alfombra roja de un festival, en Théole-sur-Mer, hay unas burbujas que no revientan, son perpetuas.
Fotografía cortesía de Anne Vegnaduzzo, Service de Presse Pierre Cardin.
Antii Lovag comenzó a construir el Palais Bulle en 1979 por encargo de Pierre Bernard, con quien ya había trabajado previamente. El arquitecto húngaro, autonombrado habitólogo desde inicios de la década de los sesenta, vislumbró en este espacio la oportunidad de continuar explorando una disciplina cuyas reglas resultan aún un tanto indefinibles. Lovag pensaba la arquitectura como una espontánea forma de juego que no debía situarse por encima sino en composición con la naturaleza. Es así que no sorprende que el resultado del proyecto comisionado por Bernard sea una sucesión de ampollas terracota que a la fecha obligan a mirar una estructura que más que elevarse, se incrusta en el paisaje mediterráneo.
Fotografía cortesía de Anne Vegnaduzzo, Service de Presse Pierre Cardin.
Ese espacio resultante de la armonía entre la estructura arquitectónica artificial y la naturaleza –elegido recientemente por Raf Simons para presentar la colección Crucero 2016 de Dior, es posiblemente el que más defiende el apotegma que el arquitecto húngaro se guió en todos sus diseños: la línea recta es un atentado contra la naturaleza. El Palais Bulles es un complejo y circular laberinto carente de ángulos o fórmulas cuadradas que imposibilitan el movimiento. En los 1200m2 de terreno, las curvaturas constantes se hacen presentes en las diez suites, el salón panorámico, el anfiteatro, los jardines y las piscinas. Es difícil creer que tan correcta sincronía sea el resultado de una función autor que jamás se guió por un plan fijo: en cada construcción que realizó, Lovag desconoció de costos, fechas de entrega y resultados finales. Más que una exclusiva villa, el Palais Bulle hace pensar en un refugio que envuelve y protege al visitante. En sí mismo, quizás sea el manifiesto (hasta ahora) no escrito de la habitología.
Fotografía cortesía de Anne Vegnaduzzo, Service de Presse Pierre Cardin.
Hoy, el Palais Bulle es también llamado Villa Pierre Cardin, quien compró a Bernard el complejo en 1992. La adquisición no resulta descabellada: basta ver el paralelismo entre la capa en forma de satélite circular presentada por Cardin en 1967 o la cola circular del vestido mostrado dos años después para pensar los motivos personales que orillaron al modisto a realizar tal compra.
A diferencia de las burbujas que se beben en el Hotel Negresco, las del Palais Bulles no revientan, no son efímeras, son eternas cuevas; y no por ello su connotación es menos opulenta, menos elegante. Para prueba, simplemente hay que ver el último desfile de Dior.
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