Gobierno situado: habitar
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16 abril, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El 16 de abril del 2013 Pedro Ramírez Vázquez cumplió 94 años y murió. En unas pocas horas se hicieron públicas las muestras de admiración por su trabajo y algún diario lo calificó como el padre de la arquitectura moderna en México. La afirmación no sólo resulta engañosa, incluso falsa, sino que además de ignorar a arquitectos anteriores a Ramírez Vázquez —como Obregón Santacilia, Villagrán, O’Gorman o Pani— ignora también lo que sí fue: un ejemplo —y tal vez en eso sí el primero en México— de un arquitecto moderno: diseñador de edificios pero también de objetos, de gráficos, de eventos y de instituciones, un gestor y promotor, un estratega y, no hay que olvidarlo, un político.
A mediados de 1968 se publicó el número 100 de la revista Arquitectura México, fundada y dirigida por Mario Pani en 1938: 100 números, 30 años. Para celebrarlo se le pidió a catorce arquitectos responder un cuestionario: Augusto Álvarez, Barragán, Candela, Enrique Carral, Legorreta, Héctor Mestre, Enrique del Moral, O’Gorman, Pani, Sordo Madaleno, Villagrán, Yañez y también Ramírez Vázquez. La primera pregunta era ¿considera usted a la arquitectura como un arte?, seguida por ¿cuál es la función del arquitecto en el mundo actual? Barragán, por ejemplo, dedica un largo párrafo a la primera, citando a Le Corbusier, para decir que si lo construido es bello y emociona, entonces es arte, y que ese debiera ser el ideal. Luego, en uno aun más largo, afirma que los arquitectos deben participar en los consejos directivos de cada ciudad, en la planeación y en la política. Legorreta pensaba que el materialismo y la industrialización habían llevado a la arquitectura al riesgo de convertirse en una actividad comercial más, y que el arquitecto tenía entonces “la misma función de siempre pero con alcances increíbles.” Pani es categórico: la arquitectura es un arte y el arquitecto juega hoy —dijo en 1968— un papel excepcional. Ramírez Vázquez se distinguió claramente del resto al responder, con brevedad, que no, la arquitectura no es un arte sino “una técnica que en la medida en que es acertada puede producir belleza,” y que la función del arquitecto se define con una sola palabra: social.
Ramírez Vázquez nació en la ciudad de México el 16 de abril de 1919. Estudió todavía en la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM, en San Carlos, recibiéndose en 1943. Y si, entre sus proyectos están algunos edificios extraordinarios, como el Museo Nacional de Antropología, terminado en 1964 y diseñado junto con Rafael Mijares y Jorge Campuzano, o el edificio de la antigua Secretaría de Relaciones Exteriores, hoy ocupado por el Centro Cultural Tlatelolco de la UNAM,, de 1965, también en colaboración con Mijares y la facultad de medicina de ciudad universitaria, de 1952, con Roberto Álvarez y Ramón Torres. Otros menos afortunados, como la Basílica de Guadalupe, del 75, con José Luís Benlliure y Fray Gabriel Chávez de la Mora o el Museo de Arte Moderno, en Chapultepec, de 1964, con Mijares, de nuevo, y alguno francamente malo, como el Congreso de la Unión, en San Lázaro, del 81, al lado de David Muñoz, Jorge Campuzano y Pedro Beguerisse.
Pero ver así su historia es reducirla a lo contrario de lo que, según dijo en 1968, era la arquitectura para él: una técnica social. En 1944, a los 25 años y al año de graduarse, Jaime Torres Bodet, entonces a cargo de la Secretaría de Educación Pública, lo invitó a trabajar en el Comité Organizador del Programa Federal de Construcción de Escuelas, CAPFCE, fundado por Villagrán, Cuevas, Yáñez y Pani y que después dirigiría Francisco Artigas —autor además del edificio sede. Ramírez Vázquez empezó como delegado del CAPFCE en Tabasco y llegó a ser el director. Con su programa de aulas prefabricadas se construyeron más de 35 mil en todo el país. También es autor, junto con Mijares, Candela y Díaz Infante, de 15 mercados en la ciudad de México: la Lagunilla y los de Tepito, Coyoacán y San Pedro de los Pinos, entre otros. Y, por supuesto, fue presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de 1968. Su labor rebasó la coordinación y planeación urbana pues su intención era hacer de los juegos también un acontecimiento cultural que sirviera para construir una nueva imagen de México. Lo logró.
Por si esa lista, muy incompleta, no bastara, hay que agregar que fue presidente del Colegio de Arquitectos Mexicanos y la Sociedad de Arquitectos Mexicanos de 1953 a 1959; que en 1974, por encargo de Echeverría, fue rector fundador de la Universidad Autónoma Metropolitana, de la que también diseñó el logotipo —como, entre otros, el de Televisa; fue secretario de prensa y propaganda del Comité Ejecutivo Nacional del PRI en 1975, y secretario de Asentamientos Humanos y Obras Públicas del 76 al 82. Resulta evidente que Ramírez Vázquez fue un hombre del sistema —era en una época en la que, después de mamá, los mexicanos aprendían a decir sí, señor presidente. Pero, con excepción quizás de aquellos arquitectos de izquierda radical, prácticamente todos los arquitectos que trabajaron con éxito para el estado fueron hombres del sistema —y no se si el pasado salga sobrando. La diferencia fue que Ramírez Vázquez asumió su credo: la arquitectura como una técnica de social o, como otras veces dijo, una profesión de servicio. A eso quizá se deba la ausencia de un estilo personal. No me refiero a la diferencia de calidad en el diseño: muchos arquitectos tienen obras peores y mejores, pero un mal Niemeyer se reconoce, de todos modos, como un Niemeyer. el caso de Ramírez Vázquez es más complejo. Algunos han querido ver en eso el resultado del gran número y la diversidad de colaboradores —con algunos más constantes que otros, como Mijares y Campuzano. Pero eso es olvidar que su papel era como el de un productor de discos o películas que selecciona a su equipo, sea al hacer un edificio o al coordinar unos juegos olímpicos que, según dijo él mismo, “se asemejan en mucho a un edificio: uno comienza a construirlo solo y reúne un grupo de los mejores técnicos que haya disponibles; luego el equipo se convierte en una serie de equipos y el todo se transforma hasta llegar en ocasiones a construir una gigantesca pirámide.” Para Ramírez Vázquez, además, el estilo es un resultado y no un objetivo buscado. La tercera pregunta de la encuesta en Arquitectura México era si “existe una arquitectura mexicana contemporánea característica y diferenciada. Ramírez Vázquez respondió: “creo que la arquitectura mexicana como propósito de imprimirle la bandera nacional a algo que es tan técnico, no puede existir. Si la obra se ha apoyado en los materiales de que se dispone en México, se ha aprovechado al máximo la técnica que podemos manejar y se atiende a las necesidades que el habitante de México tiene que resolver en ese espacio que se va a crear, la obra tendrá características locales. eso puede ser lo mexicano de la arquitectura.”
¿Cómo hubieran sido Ramírez Vázquez y su trabajo en la época post-partido-único y de oenegés, de algunos concursos y arquitectura espectáculo? No lo se. Pero me queda claro que —con todo lo que implicó su cercanía al sistema y que cuando la historiografía de la arquitectura mexicana pase de la hagiografía a la crítica podremos conocer más— intentó hacer su trabajo lo mejor posible y, juicios estéticos aparte, aunque no el padre, resulta un personaje importantísimo en la construcción de la modernidad arquitectónica mexicana y central en la de un modelo más complejo de arquitecto, además de haber conseguido, repito, algunas obras magistrales.
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