Columnas

El edificio que mató el Movimiento Moderno

El edificio que mató el Movimiento Moderno

14 febrero, 2017
por Jaume Prat Ortells

Publicado originalmente en jaumeprat.com

Este artículo quiere recoger mis impresiones sobre la arquitectura del edificio de The Economist, de Alison y Peter Smithson, maduradas durante el interludio entre la visita y la escritura.

Quisiera ceñirme estrictamente a la visita, pero es imposible no tener en cuenta toda la información que tengo sobre el edificio, tanto previa como posterior. También lo es obviar que se trata de uno de los edificios mejor fotografiados del siglo XX, singularmente a través de la sesión que el arquitecto y fotógrafo Michael Carapetian hizo poco después de su inauguración, a principios de los sesenta: la construcción del edificio termina en 1959, pero los créditos del edificio mantienen las tareas de los Smithson hasta 1964. Ignoro por qué.

La visita no se hizo al edificio original: no existe. En 1985, 21 años más tarde de la fecha que los créditos marcan como el final de la intervención de los arquitectos, Peter Smithson realiza una reforma importante. En el libro The Charged Void se ciñe esta reforma a la entrada de la torre de oficinas. Hay, pero, dos alteraciones significativas más. Muy significativas. Su calidad hace pensar que también pueden ser obra de Peter Smithson, que jamás se desentendió del edificio. Pero puedo estar equivocado.

He mantenido los nombres de las calles en inglés, sin traducir, por la situación singular del edificio: el barrio de Westminster en la ciudad de Londres. Londres, singularmente, tiene una nomenclatura de espacios muy rica y compleja, muchos de ellos son de difícil traducción. Este artículo sólo va de esto en parte. Sería demasiado largo y demasiado oblicuo ocuparme de esto ahora.

Los libros de historia dan como dirección del edificio el 25 de St. James’s. Ocupa dos números más y dos otras calles: Ryder Street, perpendicular a St. James’s, y Bury Street, que dobla St. James’s. Tanto en Bury como en Ryder hay más frente construido. Bastante más. Pero el acceso principal (que no el único) del edificio se produce por St. James’s, calle que define, también, la cota del espacio interior.

Acceso des de St. James’s. Notad la diferencia de cota entre el espacio interior y la calle, teniendo en cuenta que la foto está tomada desde la cota superior del solar

 

Westminster es un barrio de una riqueza arquitectónica y urbanística excepcional. El edificio se ubica en su cuadrante noroeste, vertebrado, precisamente, por St. James’s Street, de trazado decimonónico superpuesto sin borrarlo a un trazado más antiguo, con partes góticas y todo. Como resultado de esto, San Jaime se lleva, a parte de una calle, un parque, unos Gardens, una Place (que, en realidad es una calle) y un Little Street. Otros espacios urbanos de Westminster compartirán patronímico del mismo modo.

Esta reflexión no es banal: nos habla de la complejidad de los espacios que se da a pocos minutos a pie del edificio. De unos espacios difíciles de nombrar, difíciles de limitar. Híbridos. Ambiguos. Como los que generará el propio edificio.

Situación. Notad la cantidad y calidad de espacios diferentes en pleno Londres. El edificio, en el cuadrante superior izquierdo. Abajo, el Mall, doblado superiormente por el Pall Mall, que dobla hasta St. James’s. En el cuadrante superior derecho, St. James’s Square

 

De entrada, el nombre: The Economist Building. El edificio Economist. En realidad cinco piezas diferentes: una torre de cincuenta y tres metros en la esquina de Bury con Ryder, una torre más pequeña sobre Bury, medianera con el edificio de al lado, un edificio difícil de clasificar en la esquina de St. James’s con Ryder, una intervención en un edificio existente sobre St. James’s (el número 23), y el espacio libre entre ellos. Un espacio libre con grueso, muy complejo.

1.- Torre de la redacción de The Economist. 2.- Martin’s Bank. 3.- Torrecita de apartamentos del Boodle’s Club. 3.- Boodle’s Club, con su nueva tribuna hacia el espacio común

 

Planta Baja: espacio común, a una cota aproximada de 1,5 metros por encima de St. James’s

 

Las calles Bury y St. James’s bajan de norte a sur. Y bajan mucho. Y, además, bajan diferente. Ryder absorbe la diferencia bajando hacia Bury.

El espacio libre entre edificios se sitúa a una cota superior, definida por el acceso al complejo, en el 25 de St. James’s, justo a cota superior del solar. Sobre esta cota superior el espacio sube todavía más, un buen metro y medio. De modo que, sobre Ryder y sobre Bury, el espacio entre edificios es casi un primer piso. O primer piso y medio. De modo que el zócalo del edificio es tan potente que posibilita que cuatro edificios perfectamente diferentes entre ellos reciban el nombre común de edificio Economist.

Será precisamente este zócalo el objeto de la reforma importante de 1985: cuando el edificio se proyecta y construye, todo el frente a la calle Bury se ocupa por un sistema de escaleras paralelo a la calle: dos escaleras que definen una pared contra Bury.

El zócalo reformado: comparad con las plantas; la escalera paralela no existe, el espacio comercial se amplía. Más tensión sobre Bury Street

 

Actualmente se da una sola y única escalinata perpendicular a Bury, alineada con el acceso de St. James’s. El zócalo resultante puede ser ocupado por tiendas. Bury Street es conocida por tener algunas de las galerías de arte más importantes de la ciudad, y este zócalo comercial recibirá otra.

El zócalo del Martin’s Bank funcinando como galería de arte. Perspectiva de trabajo del estudio.

 

La génesis del encargo es el permiso que el Ayuntamiento de Londres da a los promotores, el periódico The Economist, para derribar su sede decimonónica (que llenaba toda la parcela) y construirla de nuevo. El encargo recae sobre Alison y Peter Smithson, a los que se pide un incremento de edificabilidad importante y un programa bastante complejo: la reforma de un club, el Boodle’s Club, habitaciones o apartamentos ligadas a dicho club, un banco, la redacción del periódico. Fieles a los postulados del Movimiento Moderno, los arquitectos zonificarán el programa y lo partirán en tres edificios completamente diferentes: el banco (Martin’s Bank) sobre St. James’s, la redacción sobre Ryder y Bury, los apartamentos sobre Bury. Los edificios tendrán cuatro vientos, excepto los apartamentos, que sólo tendrán tres. A la finca del numero 23 de St. James’s, que aloja el club, se le hará una nueva fachada sobre el espacio público que aglutina toda la intervención.

Los cuatro edificios se buscan y complementan entre ellos. La plaza los unifica y cohesiona

 

Fotomontaje realizado por el estudio

 

Todo el trabajo posterior tendrá por objeto definir el espacio entre edificios (que recibirá el nombre de “plaza”, a convivir con todos los Mall, Yard, Court, Road, Square, Garden, Passage existentes en la zona) y afinar y singularizar cada parte de la intervención.

Fieles al autismo al contexto que el Movimiento Moderno impone a sus edificios, todas las fachadas del edificio (ha quedado demostrado que es un solo y único edificio), independientemente de su orientación, tienen el mismo carácter, el mismo tipo de ventana, el mismo modo de ser compuestas. Con esto se huye de la tradición de las fachadas delanteras y traseras, que el Movimiento Moderno siempre ha criticado. Injustamente, encuentro. El problema no ha sido jamás que haya fachadas anteriores y posteriores en los edificios. El problema ha sido, siempre, diseñar bien ambas fachadas. Londres es un lugar excelente donde encontrar buenas fachadas posteriores, bien diseñadas, ricas, con soluciones arquitectónicas que no se ha querido que quepan en las fachadas anteriores, tan buenas como estas últimas. O más.

En todo caso, el edificio gira todas las fachadas exactamente del mismo modo. El edificio quiere incorporar el espacio interior a la calle. Cosa que hace y no hace a la vez. El edificio gira, sus fachadas se extienden, la manzana queda abierta. Pero la potencia del zócalo impide cualquier otra lectura que no sea la del edificio unitario con fachada, con mucha fachada. Cosa que tiene la virtud de dejar las calles tranquilas: St. James’s tiene, tan sólo, una buena entrada y después recupera el volumen. La presión sobre Bury y Ryder se mantiene intacta.

Segunda derivada: la clave para entender el proyecto. El emplazamiento de los edificios está en las esquinas de solar. Le Corbusier o Mies van der Rohe jamás lo hicieron. El espacio moderno es fluido.

El espacio moderno es uno. Para todo el mundo. El Movimiento Moderno no crea espacios: crea espacio, en singular. Un único espacio transparente, diáfano. Único. Perfectamente iluminado, sin apenas rincones, excepto para la intimidad mínima. Las puertas se disponen más para temas engorrosos tales como límites de propiedad que para acotar nada. Décadas antes del espacio basura koolhaasiano, este ya ha sido postulado y trabajado por los popes del Movimiento Moderno. Con la única excusa de la belleza.

Los Smithson no quieren nada de esto. La plaza es un recinto acotado al que cuesta acceder. El propio edificio acota un espacio, inequívocamente. Sin paliativos. Sin ninguna duda. Lo marcan las esquinas, se ancla el edificio a la parcela y la manzana queda tan sólo reventada por el medio, partida en dos por un espacio público sin nombre al que difícilmente accederemos si no es para hacer alguna actividad ligada al interior del edificio: tanto mis fotos como las de Michael Carapetian, separadas las dos sesiones casi cincuenta años muestran gente de paso: trabajadores de las oficinas, algún transeúnte de paso: nade está allí dentro. El espacio es un pasaje con rincones, con una plasticidad nada urbana que Carapetian asocia de manera directa y franca a las pinturas de De Chirico y que yo preferí caracterizar a través de unas fachadas superiores anónimas, vacías de personas, caracterizadas por una materialidad y una belleza casi en bruto como si nos encontrásemos dentro de una escultura gigante. El espacio interior también tiene algo de yard, de court, de patio privado inglés, secreto, bien definido, alejado de la calle. Con balcones y todo. Ídem los espacios interiores: no tiene nada de centrífugos. Su relación tan franca con el exterior no tiene otro motivo que iluminarlos francamente. El anonimato de sus fachadas tranquiliza el interior: la singularidad se consigue por zonificación. También (como se ha visto a posteriori) la flexibilidad del edificio.

Excepcional foto de Michael Carapetian (deformada por haber estado sacada de un libro) donde se aprecia el altísimo grado de abstracción usado para proyectar el espacio intermedio de los edificios, casi onírico. Nadie se queda: todos pasan sin pararse

 

Las torres en las esquinas impiden, también, las visiones diagonales. El espacio no se verá nunca en verdadera magnitud: tampoco en ninguno de los edificios que lo rodean. Algunos de ello de calidad notable, por cierto. Y definen la calle a la perfección, sin alterar lo más mínimo la configuración urbana. Avanzando acontecimientos las dos plantas inferiores del banco son ahora un restaurante japonés. Éste niega completamente el acceso desde el espacio interior y lo volca a la calle. Tanto que la cocina queda perfectamente visible… contra el patio de manzana. Los clientes se relacionan con St. James’s: la torreta ha quedado segregada del resto de la intervención.

Más sobre el espacio moderno: su inabarcabilidad, su promiscuidad incómoda, obscena, queda definida por su representación: una retícula estructural que organiza idealmente todos los elementos constructivos presentes en la intervención: de edificios a mobiliario urbano, aparcamiento, carreteras, líneas de flujo, etcétera: no se quiere nada contingente. Todo es necesario.

El edificio de the Economist tiene un módulo estructural diferente para cada torre: adecuado a St. James’s en el banco, más reducido en la torre pequeña, mayo en la más grande. Pequeñas diferencias que no hablan de economía: hablan de la finura de la composición y hablan de la composición independiente de cada uno de los elementos que forman el edificio, atentos, sensibles a los detalles. Un módulo estructural que configura, se estrella y termina contra la fachada de cada elemento. La estructura de soporte de la plaza quedará forzada con nuevos módulos intermedios que encajen entre los otros.

El edificio no ha creado escuela. El centro incluso la City o un Downtown a la americana como Canary Wharf, en el Londres moderno, se han visto poblados por edificios más pintorescos, más referenciales al pasado. Cuando se han construido edificios de lenguaje más abiertamente moderno (como un centro comercial de Jean Nouvel al lado de la Catedral de San Pablo, o el edificio Channel Four de lord Rogers, su trazado, su huella en planta, son abiertamente decimonónicos: el programa se encaja, sin esfuerzo, con éxito, contra el perímetro de la parcela, haciendo calle.

Una de las razones de este fracaso puede ser la indiferencia con que los arquitectos aceptan que su planteo volumétrico está fuera de escala: la torre de la redacción, en la esquina de Bury con Ryder, de cincuenta y tres metros de altura es, sencillamente, demasiado alta. De hecho es perfectamente visible des del Palacio de Buckingham como un excrecencia extraña por encima de la línea de cornisa uniforme que define Westminster. No es que el edificio no quepa: es que los arquitectos han hecho trampas. La huella elegante en planta, el diseño exquisito, escenográfico, de la fachada a St. James’s se pierde completamente en Bury y en Ryder, calles (sobretodo Bury) armoniosas, bien tensadas, paseables, que pierden intensidad precisamente en la torre de redacción. Más teniendo en cuenta que Bury se entrega contra el Pall Mall a través del Crown Passage, una calle peatonalizada llena de vida y de comercio donde convergen buena parte de los trabajadores de la zona. La torre de la redacción es la herida por donde sangra el edificio de The Economist. Con veinte metros menos de altura estaríamos hablando de un edificio que habría creado escuela.

Contradictoriamente a esta influencia escasa está el encaje con el barrio. Digno. No perfecto pero sí digno. The Economist sólo ocupa una parte del edificio, y el resto se ha ido ocupando por otras empresas. La reforma de 1985 deja la esquina del zócalo de Ryder con Bury muy mejorada: donde había una escalinata bastante absurda hay ahora una galería de arte. El edificio del banco parece diseñado expresamente para el restaurante japonés que lo aloja. A pesar de la distribución extraña con que lo han proyectado.

Hay dos factores clave para este encaje. El primero de ellos es la propia naturaleza del barrio. Westminster es un barrio rico: comercios de superlujo, embajadas, el eje del imperio a cinco minutos a pié. La residencia de la Reina diez. Un pasaje público sin cerrar en este barrio, sombrío y mal iluminado de noche, no es problema. Lo sería casi en cualquier otro lugar: no aquí. La presunta faceta social del edificio funciona sólo porque el barrio es rico.

El segundo factor es la construcción magnífica, virtuosa, del edificio. Tan ambigua como el propio proyecto, pero el edificio está en un estado de conservación exquisito. Excelente. Óptimo. Mejor que nuevo. Su composición y los detalles de diseño son excepcionales. La estructura del edificio es de hormigón. Un módulo diferente para cada edificio. El mayor, para el banco. El menor, para la torre de apartamentos. Ésta parece un modelo a escala de la torre de redacción, como si se hubiese encogido uniformemente, en un juego de escala que todavía pone más de manifiesto su altura errónea.

Los pilares no son demasiado esbeltos. Para darles el aspecto deseado quedan trasdosados exteriormente por unos perfiles de aluminio extruidos, bastante complejos, que enmarcan los tres elementos básicos que conforman todas las fachadas: una ventana de aluminio enorme, doble en las dos torres, simple en el caso del banco, y dos piezas de hormigón prefabricado: una placa que tapa el forjado, el cielo raso y el suelo técnico, un poco a bulto (dejando, por tanto, un antepecho reducido) y un forro del pilar, de un grueso tan enorme que parece un pilar en sí mismo. Este forro marca su carácter no llegando jamás al suelo, apoyado en su parte posterior en una excrecencia del pilar que apenas se ve, dejando un zócalo de aire de más o menos un palmo, indistintamente en las torres, en el banco, en el zócalo bajo la plaza.

Foto de obra: el forro del pilar, con su fijación antivuelco (mismo modelo que las usadas hoy en día), los forros de aluminio protegiendo la junta entre el panel de hormigón de fachada y el pilar real, armado con una cuantía muy baja

 

Detalle exquisito y ambiguo: el edificio es de hormigón forrado con hormigón, jugando a ser un edificio metálico, ya que todos los elementos de hormigón al exterior quedan enmarcados por los perfiles de aluminio antes mencionados

 

Módulo de alzado: tramado, el aluminio, creando una trama aparentemente estructural que sólo revela su carácter de forro al no tocar el suelo. Las partes de hormigón siempre están separadas entre ellas. Ilusión de estructura metálica

 

Los cristales del banco son capítulo aparte. El año de finalización de la construcción es 1964. Los Smithson son unos maestros absolutos dando la dimensión precisa a cada elemento constructivo (de aquí mi desconcierto con la altura de la torre de redacción). Cada vano estructural, cada forro, cada carpintería, están diseñados a la perfección. Todo tiene medidas precisas, proporciones exquisitamente cuidadas. Se hace necesario singularizar el banco… y lo hacen sacando la carpintería del vano. Cristal solo. Entero. La dimensión de los cristales del primer piso del banco puede llegar a los dieciocho metros cuadrados, más o menos. Y estamos a 1964. Con un solo cristal.

Primera planta del banco contra el espacio interior, ahora la cocina de un restaurante japonés: atención a la dimensión enorme de los cristales, originales junto con las carpinterías y todo el módulo. En los dos pisos superiores estaban partidas, pero ahora sólo se conservan así en los chaflanes. Más detalles, comparad las fotos de Michael Carapetian y las mías

 

La estructura de los edificios forma otro detalle exquisito, muestra del virtuosismo de los arquitectos: los pilares que soportan el edificio tienen, dentro de su huella en planta, una sección constante. En cualquier edificio en altura (banco incluido) los pilares van perdiendo sección en las plantas superiores, donde soportan menos carga: no hacerlo (como se ha hecho en muchos edificios) supone un incremento de material innecesario. El regrueso necesario para soportar las plantas inferiores se saca fuera del edificio y, por tanto el forro de los pilares, de sección constante, va saliendo del edificio, formando una especie de pirámide muy sutil. El efecto rompe, de un modo casi imperceptible, la monotonía de los edificios en altura: la vista, si no está adiestrada expresamente, no lo capta de un modo consciente, pero un cierto factor de inestabilidad afecta a nuestra mirada, advirtiéndonos que algo especial está sucediendo.

Una de mis fotos de arquitectura preferidas, en cualquier edificio. Se puede ver perfectamente el cambio de sección de los pilares del banco. El resto, puro contexto

 

El hormigón prefabricado ha envejecido bien. Perfectamente, de hecho, cosa que habla, también, del dimensionamiento de su armado, una cuantía tan mínima que no ha afectado su recubrimiento. De aquí que se pueda afirmar que el edificio está mejor que nuevo: se patinó.

Esta ambigüedad en la construcción, su grado de sofisticación, emparentan el edificio con su entorno. No hay diferencia alguna entre las cornisas clásicas, las falsas pilastras, las bay-windows decoradas y este virtuosismo lleno, rico: Alison y Peter Smithson son tan historicistas como lo puedan ser los Nash en Buckingham, Edwyn Luthyens en cualquiera de sus edificios o, posteriormente, Stirling y Wilford en los Carlton Gardens, a pocos minutos a pié, en un edificio casi desconocido proyectado por el primero y terminado por el segundo, una pieza de arquitectura complejísima, de diseño exquisito, que ha pasado completamente desapercibida por su aspecto clásico, postmoderno.

Stirling & Wilford: Viviendas en Carlton Gardens. Finales de los 90. Construcción casi mimética con el entorno en un edificio que sigue la huella de su parcela. Nivel altísimo, tics postmodernos y alzados miméticos en una arquitectura que tiene una segunda y una tercera revisión

 

Plano de situación con tres piezas arquitectónicas remarcables: The Economist Building, el edificio de los Carlton Gardens de Stirling & Wilford y, dando al Mall, la casa Malborough de Wren, de construcción previa al propio Mall: el jardinero del rey podía pedirle la pala, medianera por medianera, al del duque (de nombre John Churchil: su descendiente ilustre escribió una biografía suya en varios volúmenes). La urbanización y ampliación son posteriores

 

Alison y Peter Smithson no son modernos: representan la modernidad, experimentan y juegan con ella. Los arquitectos han puesto en crisis el Movimiento Moderno preguntándose sobre él. La respuesta es este mismo edificio, que triunfa como pieza de arquitectura en la misma medida en que fracasa como manifiesto, que se integra en la ciudad, al servicio de unos clientes exigentes y valientes que aceptan que el edificio, la arquitectura, la ciudad, reciban su fuerza, su riqueza, su complejidad, su expresión, a través de sus contradicciones.

 


 

NOTA: Fotos en color: Jaume Prat, febrero 2011; fotos en blanco y negro: Michael Carapetian, extraídas del libro The Charged Void.

 

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