8 enero, 2013
por Arquine
Humberto Ricalde (1942-2013) falleció a los 70 años de edad el 7 de enero de 2013. Humberto Ricalde creció en Mérida, Yucatán, y estudió arquitectura en la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Realizó un posgrado en diseño arquitectónico en Praga y otro en Diseño Urbano e Historia en Italia. Dedicó 45 años de su vida a la docencia en distintas universidades y facultades de arquitectura, principalmente en el Taller Max Cetto de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Ricalde repetía que la arquitectura no se enseña, sino se aprende. Trabajó con Augusto Álvarez, a quien reconocía como su maestro; y dibujando para Barragán junto con Giovanna Rechia, su esposa, los planos que aquél nunca hizo de su casa. También colaboró con Félix Sánchez, Alberto Kalach, López Baz y Calleja, y Moisés Becker, entre otros. Ricalde también inició varias empresas editoriales; Traza, suplemento del periódico uno más uno; luego la revista a, asociado con Enrique Norten, Alberto Kalach e Isaac Broid y Trazos. Entre su obra destaca el conjunto Unidad Latinoamericana, Teatro del Centro Nacional de las Artes, con LBC, y el edificio Prados Sur, con Moisés Becker. De lo mucho que escribió, aquí algunas de sus ideas:
Lo propositivo de la nueva arquitectura no reside en su gestualidad, más bien desarrolla su reflexión como espacio, luz, construcción y materialidad.
El espacio en la arquitectura es dinámico, la cualidad de acción, de movimiento; la arquitectura es un contenedor que pauta su desplazamiento.
Valoro como mejor arquitectura aquella donde lo gestual radica en la creación de espacios diáfanos: pabellones en diferentes escalas, casi transparentes, en los que una cubierta puede asumir la libertad de acción en el espacio contenido; edificios donde muros, rampas y escaleras condicionan y dirigen a sus usuarios.
Encuentro mucho valor en aquellas arquitecturas que se disuelven en el sitio, cuando el proyecto se amalgama como si siempre hubiera estado ahí, cuando forma parte.
Algunos edificios son intervenciones en preexistencias, la comprensión de un lugar con características y limitantes previas condiciona la intervención y, en el mejor de los casos, transfigura el lugar con potencia y no sólo con adhesiones protagónicas, ya sea por lograr extender un programa arquitectónico, reinterpretar lo existente o el correcto desplante de un edificio, en su contexto o su paisaje.
Una obra puede mantener explícita la materialidad de su apariencia. La comprensión y la creatividad con que un material puede ser utilizado le dan veracidad y contundencia a un proyecto, ya sea que la apariencia del material con que fue realizada la obra resalte en su contexto o que, aún recubierta, exprese su solidez y la contención entre sus partes.
El valor de la materialidad no se encuentra sólo en el uso correcto de un material determinado o en la posible economía que eso significara, es también la manera en que su agrupación divide el espacio y forma arquitectura, ambiente.
Las obras que exponen con naturalidad las partes que las conforman y sostienen —su estructura—, me parecen de mucho valor, aprecio ese gesto. En estas obras podemos apreciar la lógica con que se desarrollan o la comprensión de las articulaciones que las desenvuelven y hacen posible la arquitectura. Un muro de concreto perfectamente colado, le puede dar mucha belleza a una obra y ser el eje de su estructura.
La densa corporeidad y la composición axial de Mario Pani; el funcionalismo medido y voluntariamente sobrio de Augusto H. Álvarez; las plantas estrictas y las fachadas unifilares de Ramón Marcos; la voluntad de síntesis entre metales, vidrios y pórticos de Juan Sordo Madaleno; y más adelante, la diáfana, etérea, casi ausente, corporeidad de los edificios de Ramón Torres y Francisco Artigas, ¿cómo las edificaciones de estos arquitectos sobreviven y dialogan con la intricada trama de la metrópoli?
Todo espacio, todo rincón urbano es antes que nada lugar de afectos, lugar de recuerdos que permanecen en nuestra memoria debido a los momentos que pasamos en ellos, el recuerdo de las sensaciones y emociones que en ellos vivimos y que los transforman en verdaderos lugares de cariño por la urbe que los acuna y a la cual dan sus características.
A la arquitectura actual le quitaría excesos de interpretación intelectual y racional, y me acercaría más a un entendimiento integral de la arquitectura. Más reflexión y menos intelectualización, eso haría yo con la arquitectura.
A la palabra teoría la hemos vaciado de contenido y a la palabra crítica cargado peyorativamente.
Un concurso es un instrumento para recoger en un momento específico el pensamiento de un grupo amplio de arquitectos.