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Columnas

Disyuntivas para un futuro metropolitano (II)

Disyuntivas para un futuro metropolitano (II)

18 abril, 2018
por Pablo Lazo

Hace casi dos años, en Ecatepec, México lanzo su primer proyecto de transporte público mediante el metro cable, una especie de góndola suspendida sobre la vastedad de este municipio en el norte de la Ciudad de México. El trayecto, casi de 5 kilómetros, tiene 7 estaciones y sólo cuesta 6 pesos.

Esta novedad también ha traído, dice Javier, quien me acompaño en el trayecto, más seguridad a la comunidad plagada de crímenes. Las coloridas casas que salpican este rincón del área metropolitana ahora están cubiertas de arte callejero fascinante creado por famosos artistas locales e internacionales, según me dicen, gracias al proyecto Mexicable. Muchos de los murales están pintados en los tejados, lo que aviva la ya emocionante vista omnipresente que reciben los pasajeros. Aquí se demuestra que si la globalización ha exportado condiciones metropolitanas al tercer mundo, también ha importado condiciones del tercer mundo a lo que ahora entendemos por área metropolitana.

De esta esquina del área metropolitana –Ecatepec–, en 2015 y según datos del INEGI, se realizaron más de 95,000 viajes diarios hacia las zonas del centro del área metropolitana. También, de nuevo según el INEGI, cerca de 300,000 personas que viven en este municipio realizan un viaje que les lleva en promedio casi dos horas por trayecto de su casa al trabajo mediante transporte público. El inicio de este trayecto se da dentro del mismo Ecatepec y abarca, en promedio, una distancia de poco más de dos kilómetros. La solución del Mexicable asoma a lo que Medellín o Rio de Janeiro realizaron con cierto éxito: conectar, con un sistema de transporte público, a comunidades que viven en lo alto de los cerros con estaciones intermodales próximas para reducir el tiempo en un segmento del viaje. En el caso de Medellín, el teleférico redujo un viaje que tomaba 40 minutos a pie a sólo 8 minutos. En Río, dentro de la favela Alemão, la reducción en tiempo fue semejante, pero ha sido una decepción en cuanto al número de usuarios. En Ecatepec, la comunidad de unas 20,000 personas de La Aguita, La Lomita y Los Bordos, utiliza el Mexicable para bajar el cerro hasta la vía Morelos, donde Javier me dice que hay más de 15 líneas de peseros que van a CDMX. ¿Es esto realmente un modelo sostenible?

Puede ser discutido que el Mexicable es un gran avance dentro del gran sistema de movilidad urbana y que ha “removido” varias líneas de combis que subían la colina y congestionaban el transito que, en algunos días, me cuenta Javier, podía demorar hasta media hora en bajar –unos escasos trescientos metros. Pero esta aero-góndola aun depende –en su totalidad– de la asimetría generada por el sin número de peseros que inundan las principales calles de Ecatepec. A fin de cuentas, este nuevo sistema sólo cubre una cuarta parte del viaje total de los usuarios.

La inversión del gobierno, de más de 1,500 millones de pesos en el proyecto de infraestructura pública, puede justificarse como una contribución a la constante batalla contra la contaminación en CDMX, ya que el Mexicable utiliza energía solar para operar. Éste es el primer teleférico en México que sirve como transporte público y sigue el ejemplo de otras ciudades latinoamericanas densamente pobladas.

Por un lado, vale la pena hacer el viaje a Ecatepec para escapar del bullicio de la Ciudad de México y vislumbrar una vista excepcional de este rincón metropolitano. Por otro, el esfuerzo de las autoridades recuerdan la historia de Hans Christian Andersen –Las Ropas del Emperador– en donde un rey –entiéndase el gobierno– busca de convencer a su gente que tiene el traje más extraordinario jamás visto –léase mejoras en el transporte público–; día a día, el rey insiste –a través de los medios– cual fantástico es su traje, hasta que un día un niño avisa a todos que el emperador realmente no tiene ropa. Su brutal honestidad y simpleza en su mensaje permite a todos percatarse –incluso al emperador– de la cruda realidad. Aun así, éste sigue pensando que tiene aquel gran traje y pregona de ello aunque toda la gente sabe que va desnudo por ahí.

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