Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
2 octubre, 2023
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Ser arquitecto, una profesión antiquísima, nos dicen. La segunda profesión más antigua, dijo burlonamente Serge Chermayeff en su ponencia presentada en un seminario organizado por la Asociación de Arquitectos de los Estados Unidos en 1964, en la que también participaron, entre otros, Bruno Zevi y Reyner Banham. Ninguno de los otros participantes estuvo de acuerdo con lo que sugirió Chermayeff en su ponencia titulada “Ideas sueltas sobre la condición arquitectónica”:
[los arquitectos] son peores que los vendedores ambulantes; los arquitectos son realmente como prostitutas, son la segunda profesión más antigua hoy en día, están parados en las esquinas esperando a que los recojan, y piensan que es bueno que los recoja gente con mucho dinero.
La comparación de Chermayeff, pese al sexismo y clasismo que hoy señalaríamos, tiene mucho de cierto, al menos para una parte del gremio, pese a la molestia de Zevi y Banham y de la parte del gremio a la que le queda el saco. Salvo que lo que la profesión —en el sentido moderno: un conjunto de conocimientos cuyo dominio exige una formación y cuyo ejercicio está regulado y, además, se ofrece a cambio de una retribución económica— de arquitecto quizá no ha tenido tan claros sus objetivos y los servicios que ofrece como la otra, la supuesta profesión más antigua.
En su libro Architect. The evolving story of a profession, Eleanor Jolliffe y Paul Crosby con un breve capítulo sobre “los antiguos”: egipcios, griegos y romanos. Para los egipcios, dicen, sólo los dioses, por intermediación del faraón, pueden disponer el sitio y trazo inicial de una edificación, siendo tarea del arquitecto supervisar la construcción de acuerdo a saberes resguardados en libros tenidos por secretos. Entre los griegos, según Jollliffe y Crosby, el arquitecto debía tener una formación amplia, con conocimientos diversos —como de hecho era también entre los egipcios, sería igual entre los romanos y pasaría a ser una de las características que la tradición atribuye al arquitecto—. “La arquitectura —afirman— era una ocupación para las clases altas, aunque se dieron algunos casos de quienes provenían de la clase de los artesanos.”
Stephen Parcell es más claro y preciso sobre el papel del arquitecto en Grecia en su libro Four Historical Defininitions of Architecture. “Los griegos —dice— no tenían una palabra que corresponda a lo que llamamos arquitectura.” Arquitecto designaba una posición entre los constructores —“tekton inicialmente designaba a los carpinteros, después a los constructores en general”—, era el supervisor, el maestro de obras. La techné no era propiamente lo que hoy pensamos como arte: no se concebía como una creación, menos individual, sino como una transformación, y tanto el construir casas, como el pintar, cantar, bailar o entrenar caballos eran consideradas actividades parte de la techné. Según Parcell, el trabajo del arquitecto era el de un director, y se puede concebir de dos maneras opuestas: como alguien elegido por el grupo de constructores para coordinar el trabajo colectivo, o como quien, sin ser parte de ese grupo, los dirige para que ejecuten aquello que él concibió.
En el prefacio al libro The Architect, editado por Spiro Kostof, éste escribe que aunque, de diversas maneras, la humanidad se ha organizado a lo largo de la historia para producir el entorno construido, ese libro tratará de un personaje individualizado, que aunque se haya olvidado su nombre, se diferencia de aquella otra arquitectura anónima —la arquitectura sin arquitectos de Bernard Rudofsky—. Para Kostof, “a lo largo de los siglos, sólo una fracción del entorno construido ha sido afectada por la profesión arquitectónica: edificios especiales con una disposición y un refinamiento de la forma que estaba fuera de lo ordinario.” Y agrega: “tradicionalmente, por tanto, los arquitectos han estado asociados con los ricos y los poderosos. […] Esa asociación no siembre aseguró que los arquitectos tuvieran una posición destacada en la jerarquía social, pero bastó, al menos, para distinguirlos de las clases trabajadoras. No eran trabajadores, sino que dirigían a trabajadores.”
Pier Vittorio Aureli y Marson Korbi publicaron a inicios de este año en e-flux architecture “Base and Superstructure: A Vulgar Survey of Western Architecture”. Su intención era conectar la base —los modos de producción— y la superestructura —la ideología que los legitima— en la manera como se ha concebido el papel del arquitecto a lo largo de la historia:
El objetivo de este diagrama es sugerir cómo la tradición disciplinaria de la arquitectura no nace (sólo) de la imaginación de constructores, arquitectos y mecenas. Refleja la forma en que está organizada la sociedad, sus relaciones de poder y su división social del trabajo. Es por ello que hemos posicionado la figura del arquitecto como pináculo ideológico.
En su diagrama, Aureli y Korbi muestran cómo el papel del arquitecto ha sido concebido de distintas maneras a lo largo de la historia: constructor, maestro de obras, artista, intelectual, ingeniero, reformista, planificador, funcionario, estrella y, al llegar a nuestros días, trabajador precario.
En general, pese a las diferencias culturales, históricas y geográficas sobre el papel y la posición social del arquitecto, la definición de dicho papel y esa posición parece que se determina a partir de ciertas constantes: una relación con lo construido —“el arquitecto” sólo supervisa o también concibe—, una relación con el trabajo —“el arquitecto” es parte activa del grupo de personas que trabajan en la construcción o está aparte— y una relación con el poder —qué tanto “el arquitecto” impone o se somete a decisiones que implican ejercicio de poder—. Por supuesto, no hay un modelo único y universal, pero hay, eso sí, condiciones generales. Y, tomando en cuenta un sólo factor —el ingreso— ¿cuál es la diferencia objetiva entre una minoría que sigue concibiendo el papel del arquitecto como el de un artista o intelectual individual, y quienes trabajan para él? Puesto en números: ¿cuál es la diferencia que hace que uno —quien encabeza una oficina de arquitectura— tenga ingresos que multiplican por 10 o 15 los de aquellas personas que trabajan con o para él? [1] ¿Cuál es el modelo de arquitecto que hoy requiere la sociedad? ¿Puede un arquitecto pensado como “autor” o “creador” único, individual que, por tanto, mantiene una jerarquía social dentro de su oficina —traducida en lo material en ingresos muy por arriba de los de su equipo de trabajo— presentar su trabajo como “incluyente” o “socialmente responsable”? ¿De qué tipo de arquitecto hablamos hoy? Y, sobre todo, ¿de qué tipo de personas relacionadas con concebir y hacer arquitectura deberíamos estar hablando hoy?
Notas
1. Teniendo en cuenta el promedio de ingresos mensuales para personas que trabajan en los campos de la arquitectura, la planeación y el urbanismo de $7,260.00 pesos.
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