12 febrero, 2024
por Arquine
El pasado jueves 8 de febrero se llevó a cabo una conversación entre David Chipperfield, Premio Pritzker 2023, y Miquel Adrià, en las que se tocaron cuatro ejes temáticos a propósito del décimo aniversario del Museo Jumex (obra del arquitecto británico): el lugar, la institución, el edificio y el tiempo.
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Miquel Adrià: El lugar donde se encuentra el museo (la colonia Granada de la Ciudad de México), como punto de partida, era una zona en la que todavía no había un crecimiento urbano como el que vemos ahora. ¿Cuál fue el reto, en este contexto, al definir la geometría del terreno, y la necesidad de responder al clima y cultura de México?
David Chipperfield: Diseñar el Museo Jumex implicó dos retos importantes. Por un lado, lo exótico de hacer un edificio en México desde Londres; por el otro, trabajar en una zona que, en ese entonces era un no-lugar, sin identidad, mismo que nos hizo cuestionar lo que la arquitectura puede constituir.
Siempre he trabajado fuera de mi país, he realizado muy pocos proyectos en Inglaterra, por lo que siempre he sido una persona externa. Suelo partir de la premisa de que debo ganarme el derecho de construir un edificio en un país extranjero, y también de mi desconocimiento inicial sobre el contexto. Para esto último, contar con Óscar Rodríguez en mi equipo fue de gran ayuda, él fue mi traductor de la cultura mexicana, porque no vendes un proyecto, sino que haces un edificio en un lugar específico y eso exige un compromiso y acercamiento con la cultura local.
MA: En este caso, tu tarea era hacer un museo que representara una institución cultural.
Creaste espacio público en un terreno pequeño donde tenías la vía del tren de un lado, y la avenida del otro, y diseñaste un museo muy accesible, cuya plaza es una invitación muy orgánica para acercarse y entrar. ¿Cómo incorporas una plaza pública en un edificio privado?
DC: La ventaja de venir a México es que puedes hacer un proyecto que se abre a la ciudad, que es permeable. El clima lo permite, cosa que en Berlín, por ejemplo, sería impensable. En el Museo Jumex, los espacios exteriores son tan importantes como los interiores.
Contábamos con un terreno contenido entre las dos vías que comentas, en una zona con varios desarrollos comerciales en proceso. Había cierta ansiedad con la propuesta de la plaza pública, ante el riesgo de que pudiera ser vandalizada. Nos interesaba que la plaza fuera el acceso del público. La solución fue elevar esta plaza por encima de las vialidades contiguas, y que formara parte del edificio y la calle. Con esta propuesta, desaparece la idea de la entrada, porque se elimina la barrera de la institución cultural. En el Museo Jumex, el que llega a la plaza, sin darse cuenta, ya se encuentra debajo de la falda del edificio y acaba dentro del museo.
En general los museos siempre son algo hermético, con cierta sensación de protectividad. Normalmente no tienen ningún tipo de aberturas hacia el exterior, ni ventanas, ni puertas. Aquí buscamos desaparecer la puerta.
Así, la planta baja es totalmente permeable, y el mezanine, que fue un piso que añadimos al programa para diferentes tipos de actividades culturales, como esta conversación que estamos teniendo ahora, está en diálogo con la ciudad. En cambio, los dos últimos niveles son la coraza del edificio, donde se presentan las exposiciones y se expone el arte. Aun así hicimos una ventana al norte y los lucernarios del último piso.
MA: El último piso recuerda a la Casa Estudio de Diego Rivera y Frida Kahlo que hizo Juan O’Gorman en 1932. ¿Cómo definiste el último piso con las ventanas cenitales?
DC: Hacer un edificio de altura implica que debes premiar al que llega hasta arriba y una manera es aprovechar las cualidades de un último piso es la luz natural. Para llegar a este resultado, hicimos muchas maquetas. Sabíamos que la ubicación era determinante en un terreno muy pequeño rodeado de edificios enormes. La fisionomía del edificio tenía que provocar, ser divertido y llamativo. Su identidad es el techo, como la cabeza de Bart Simpson. Regular la luz en un museo es fundamental, pero es mejor tener posibilidad de tener luz natural, y luego cerrarla, que no tener acceso a la luz.
MA: La arquitectura es espacio, pero también es tiempo. En tu trabajo se ve una conexión con la historia, donde te has relacionado con edificios de los siglos XIX o XX. Por ejemplo, en 1993, recibiste el premio Andrea Palladio y, un cuarto de siglo después, la Basílica Palladiana de Vicenza albergó una exposición que reunía tus proyectos más recientes; o tus intervenciones en el Neues Museum, de Friedrich August Stüller; o la National Gallery, de Mies van der Rohe; proyectos que establecen un diálogo entre el clasicismo y la modernidad. Y quizá no sea casualidad que recibiste el Premio Pritzker en la Stoa ateniense. Regresando al Museo Jumex, ¿cómo te sientes que un edificio como este resiste el paso del tiempo diez años después de su inauguración?
DC: Al hacer un edificio, imaginas que es algo permanente. Actualmente es un reto, ya que somos más conscientes en buscar materiales que se puedan reusar. Los tiempos cambian, pero como arquitecto construyes para la permanencia.
Es diferente el tiempo que la historia. Hay lugares del mundo donde los edificios han tenido mucho peso en su ciudad. En el caso de los proyectos de Berlín —que fue una ciudad traumatizada al pasar décadas dividida—, hacer un proyecto ahí implicaba considerar la memoria y las emociones colectivas. Como arquitectos queremos que nuestros edificios sean físicos y sean significativos en su rol en la ciudad y la comunidad.
Desde el diseño de un proyecto, tenemos que pensar en las ciudades, para ofrecer una mejor calidad de vida y no sólo oportunidades para el mercado. Seremos juzgados por el aspecto físico de nuestros edificios, pero tenemos que imaginar las consecuencias sociales y ambientales de lo que hacemos.
MA: ¿Cuál dirías que es el rol de la arquitectura hoy en día?
DC: Creo que la profesión está reorientando sus prioridades. Claramente somos el frente de qué y cómo se construye. Los arquitectos contribuimos tanto en la degradación del medioambiente, como en la forma de las ciudades, y también somos corresponsables de las desigualdades en las diferentes ciudades que habitamos. Antes había más interés en el diseño social y ahora estamos más ligados con el libre mercado y la gentrificación. Por suerte, parece que las generaciones más jóvenes vuelven a tener más intereses en una práctica más social y están retomando su vínculo en la planificación de las ciudades.
Las seguridades con las que yo crecí se están desmoronando y ahora, con la ansiedad colectiva sobre el medioambiente y la crisis climática, hay una oportunidad para regresar y preocuparnos por un diseño arquitectónico más consciente.