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Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (I): Toluquilla

Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (I): Toluquilla

El título “Cultura serrana” puede tener un muy amplio rango de focalizaciones, dependiendo de la región del planeta en que se aplique. Pero si acotamos la cultura serrana, dentro del horizonte Clásico Tardío de Mesoamérica, y la ubicamos en la región que los mexicanos denominamos como Sierra Gorda de Querétaro, estamos hablando de uno de los fenómenos culturales, más interesantes y menos promocionados de nuestro pasado.

Empecemos, para aquellas y aquellos lectores que no están familiarizados con esa geografía, explicando algo sobre este territorio. La Sierra Gorda de Querétaro es una región que se distingue por su intrincada orografía. Es parte de la cordillera que denominamos como Sierra Madre Oriental, sistema que recorre el oriente del país de norte a sur, dividiendo las costas del Golfo de México del Altiplano Central. Aunque la mayor parte de la Sierra Gorda se ubica en el estado de Querétaro, al ser solo una sección de la Sierra Madre Oriental, se liga al norte con la HuastecaPotosina; al este, con el estado de Guanajuato; y, al suroriente, con el estado de Hidalgo, porque los sistemas geográficos son indiferentes a las divisiones políticas que hacemos los humanos.

La configuración orográfica de la Sierra Gorda nos regala, según la vertiente, espacios con climas desérticos, bosques de coníferas, entornos de selva baja caducifolia y selva siempre verde, que se entrelazan los unos con los otros. Este paisaje nos regala picos de hasta 3 milímetros sobre el nivel del mar, con cañadas profundas que tocan los 700 metros, por lo que ustedes podrán imaginar lo que hay ahí: pendientes escarpadas, cientos de sistemas de arroyos y ríos, y parajes naturales surrealistamente bellos.

Una buena parte de la sierra, está considerada en la actualidad como reserva de la biósfera, localidades específicas y sus templos están en la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, y forman parte del Programa de Pueblos Mágicos. Pero hoy no hablaremos de esto, más que como un referente introductorio para que ustedes se interesen un poco más sobre la región, si es que no la conocen aún.

La exploración arqueológica de la Sierra Gorda inició a mediados del siglo XIX, a partir de la expansión minera industrial, y a finales del mismo siglo, aparecieron ya los primeros levantamientos de las dos acrópolis que comentaremos en esta reflexión: Ranas y Toluquilla. Se reconoce al ingeniero Primer Pawell como el responsable de los primeros planos de estas zonas arqueológicas (si gustan profundizar en este tema, recomiendo lean el número 77 de la revista Arqueología Mexicana, dedicado al análisis de la Sierra Gorda).

Aunque la Sierra Gorda presenta evidencias actividad de ocupación desde hace 4 mil años, es entre el siglo VI y el X de nuestra era, que las poblaciones sedentarias llegan a su mayor desarrollo socioeconómico y sociocultural, a partir del aprovechamiento de los valles para la agricultura, y de los yacimientos mineros, en especial, el del cinabrio, en las montañas, para el comercio de este mineral. Es en este período cuando surgen las ciudades ya mencionadas, y hoy denominadas como Ranas y Toluquilla, ubicadas hacia el sur de la Sierra Gorda, en zona húmeda, pero muy cerca de donde el sistema montañoso separa la vertiente que derrama al golfo, de la más seca que da al altiplano central.

Lo primero que impone en este viaje, es el trayecto que va introduciéndonos desde los valles queretanos, y comienza a trepar por la imponente sierra. La carretera inicia su serpenteo y el acenso nos regala vistas espectaculares al borde de acantilados cada vez más profundos. Una bifurcación en el camino nos permite elegir entre continuar hacia la ciudad de Jalpan, incrustada en el corazón de la reserva de la biósfera y uno de los sitios declarados como patrimonio de la humanidad, o derivar hacia la población de San Joaquín, al borde de la cual se encuentra Ranas, o unos pocos kilómetros más al sur este de esta localidad, Toluquilla. Es importante que, para comprender más allá de las imágenes lo intrincado de este territorio, nuestros querides lectores visualicen que, en línea recta, no son más de 5 kilómetros lo que separa a una zona arqueológica de la otra, pero esa distancia se triplica en el contorno con que la carretera tiene que ir rodeando las empinadas pendientes de la montaña.

Así, nuestra expedición —integrada por estudiantes de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana, mi colega Pilar Álvarez y yo— llega por decisión logística a Toluquilla, ya que es la zona arqueológica más alejada de un centro urbano actual y, por lo mismo, la que ha sufrido una menor cantidad de saqueo gracias a su aislamiento. El nombre deriva del náhuatl tolloa refiere a la acción de jorobarse, con lo que, sumado al sufijo castellano illa, implicaría entender este vocablo como “Cerro Jorobado” o “Jorobadillo”, según nos cuenta la página oficial del sitio.

Ahora bien, la tradición interpretativa de la arquitectura prehispánica, y en especial aquella referente al Horizonte Clásico, se ha focalizado en las grandes urbes cuya dimensión es monumental, y que nos refiere a grandes ejes urbanos que integran el paisaje, el cosmos y la arquitectura ceremonial. Y en Toluquilla, queridas y queridos amigos, encontraremos los templos, el eje urbano, el paisaje y el cosmos, pero no la escala monumental. Es esta la primera gran sorpresa del sitio.

Para llegar al sitio, el autobús que nos trasladaba tuvo que dejarnos al borde de la carretera, donde un camino rural se interna en el bosque para comenzar el ascenso a la zona a pie. El camino ha sido adaptado, con bastante sensibilidad, por trabajadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quienes acondicionaron la Zona Arqueológica para ser visitada. Mientras el bosque comienza a envolvernos, a través de la ruta se van filtrando algunas vistas hacia el paisaje serrano, mientras a ritmo constante, el zigzagueo ascendente por el cerro nos permite llegar a la pequeña sección donde baños y taquilla, dan acceso al visitante al sitio propiamente dicho.

Pasado el trámite de registrar al grupo, se ingresa a la sección visitable de la ciudad en la cota más baja con relación a su traza y la topografía, ubicada en la parte norte del cerro. La estructura urbana se compone en forma lineal, siguiendo la meseta del cerro, terraceada en tres plataformas consecutivas de acuerdo a las posibilidades que da la topografía, aunque solo dos están habilitadas para el turismo. La composición urbana, como dije, es lineal, pero la calle no es recta: ondula con ligereza sobre su eje y, en dicha ondulación, va configurando los estratos de cada sección.

La brecha que parte de la puerta de acceso a la zona nos permite visualizar unos volúmenes construidos en piedra laja de la región, seguramente obtenidos del mismo terraceo que implicó habilitar el espacio de las tres secciones de la acrópolis. Rodeando estos volúmenes, hay una grieta entre dos de ellos que nos introduce a una pequeña plaza triangular. Son cinco las construcciones que configuran este espacio, que se convierte en un vestíbulo urbano. No son muy altas, ni muy grandes, pero se organizan radialmente con respecto a una sexta generando dos diagonales: la primera conduce al suroeste y nos lleva de nuevo al bosque; la segunda conduce al sureste, y nos prepara una sorpresa. Y es que al trascender esa diagonal se abre una nueva plazoleta que ahora, nos presenta la perspectiva lineal y regular de un juego de pelota.

El juego de pelota es la primera manifestación clara del eje urbano norte-sur. La perspectiva del especio ceremonial es rematada por un basamento piramidal que sostendría un templo en su cúspide. El basamento presenta todas las cualidades tipológicas del lenguaje característico del horizonte clásico: la escalinata centrada y acotada por alfardas a sus costados, las plataformas que arman la pirámide en tres secciones donde, las dos superiores, presentan la composición en talud para la base, y en forma de tablero para la culminación superior. Ahora me permito señalar dos situaciones peculiares de este volumen. La primera, es que no está ordenado de manera simétrica con el eje del juego de pelota, se desfasa ligeramente al poniente o a la derecha en relación a la vista que comparto. Esto permite alcanzar a ver en segundo plano, la senda que continúa tangente hacia el resto de la ciudad, ascendente y zigzagueante. La segunda es que la base del volumen piramidal, se convierte en una gran terraza que lo liga al volumen superior poniente del juego de pelota. Sensible sutileza en la configuración del espacio.

Conforme recorremos el espacio, se va haciendo más evidente aquello que les comenté en el párrafo anterior. También podemos observar la aparición en segundo plano de otro volumen fragmentado, en segundo plano al poniente del juego de pelota, lo cual nos habla de ciertas actividades a desarrollar en esa zona, de seguro de carácter ceremonial y vinculadas con la mística del juego.

Hacia la otra esquina del volumen piramidal, al este, hay tres peraltes que nos marcan la ruta a seguir (acentuado ahora por la señalética del INAH). Parece la opción más amable para continuar sin duda. Tomamos así la dirección que nos marca esa pequeña escalinata, que continúa en una senda cuya pendiente es ascendente hacia el sur. Antes, volteamos para ver la perspectiva del juego de pelota, contraria a la que hasta ahora habíamos percibido, lo que permite apreciar la diferencia jerárquica entre una punta y otra en el alargado espacio. Es evidente el acento focal hacia el sur, con el basamento piramidal como protagonista, mientras que, hacia el norte, el espacio se diluye en los requiebros de los volúmenes que nos dieron acceso a la ciudad en un inicio.

La senda ascendente termina fundiéndose con la plataforma del basamento que hemos dejado atrás, conformado ahora una terraza donde la espalda del basamento, y la de un nuevo volumen que emerge en el recorrido, marcará en una plazoleta el inicio de la zona habitacional. Al continuar el camino, pasamos a un lado de dicho volumen para entrar a otro espacio aplazolado, de mayores dimensiones que el anterior, al que se vierten diversas configuraciones de vivienda, cuyas variables no son tan evidentes en lo general, pero sí en los detalles compositivos particulares. Quizá no sea fácil verlo, si no se tiene un ojo educado para ello. El espacio público se vuelve un ejercicio de alternativas al recorrido lineal: un volumen bajo circular bifurca la plaza hacia dos pequeñas escalinatas, ambas culminan en una nueva plaza. Todo es de pequeñas dimensiones. Otra vez volteamos al lado opuesto, y vemos una puerta con su dintel de piedra, señalada por otra escalinata. 

Las viviendas corresponden a los pobladores de alta jerarquía, construidas con sólidos muros de piedra laja como los templos. Las techumbres, originalmente de guano y entramado de madera, han desaparecido por la acción del tiempo. Las plazas se transforman en callejuelas, tanto aquella que sigue la línea del eje original, como las que, entre volúmenes, conducen a otros espacios secundarios antes de morir en el bosque. Cada casa tiene una plataforma cuya altura varía entre una y otra, armando un pequeño laberinto de escalinatas y poyos. Solo la continuidad del eje nos permite mantener la dirección.

Al final, la narrativa que comparto engaña, como engaña la experiencia del recorrido, pues pareciera que hablo de una trama urbana de dimensiones significativas, cuando en realidad son unas decenas de metros lo que toma atravesar este conglomerado habitacional. Pero, al igual que sucede en los jardines bonsáis japoneses, lo que construye la memoria del espacio tiempo no es la longitud del recorrido, sino la cantidad de experiencias que provee.

Salimos de esta sección a un descampado. Narran los arqueólogos que aquí fue plantada hace poco una magueyera, y para ello fueron desalojados los restos de piedra laja que constituían ruinas de otras construcciones. Sería la parte más alterada por la contemporaneidad de la Zona Arqueológica. Este breve respiro no hace desagradable la percepción del sitio, nos reencuentra con la naturaleza que ha vuelto a apropiarse de lo que alguna vez fue ciudad. Pero si mantenemos la vista de norte a sur, reencontraremos la ruta acotada nuevamente por fragmentos de construcciones olvidadas y, al fondo, entre ruinas y árboles, una masa pétrea que contiene la visual.

Antes de continuar a lo largo del eje, hacia donde dicha masa pétrea nos atrae como un imán, volvemos a hacer el ejercicio de voltear para ver lo ya recorrido y percibir los patrones habitacionales desde una óptica contraria.

Avanzamos hacia el sur, pasamos entre los segmentos de muro que en algún momento configuraron una secuencia de volúmenes y plazas por entre las cuales pasa la senda, hasta el punto donde ésta, desciende a un espacio de mayor amplitud, no muy grande, porque nada es monumental aquí, pero significativamente desahogado comparado con la percepción que nos dejó la zona habitacional. Es el segundo juego de pelota de la ciudad.

En este juego de pelota, encontramos un patrón parecido al primero, pero interpretado de forma distinta. Ahora es el acceso el que no coincide con la simetría del eje, cargándose hacia la parte poniente del espacio, a su derecha en la perspectiva de la imagen compartida. En cambio, el volumen del basamento piramidal que otrora soportara al templo, sí se compone con los parapetos del juego de pelota, en una relación simétrica. Por otra parte, vuelve a generarse la polarización de jerarquías, donde el remate sur del espacio adquiere mucha más relevancia, que la perspectiva norte, hacia la cual observamos la senda por la que llegamos y la fragmentación de volúmenes de menor dimensión que la contienen.

El recorrido por la ciudad continúa al rodear el basamento piramidal del segundo juego de pelota, pero esa sección, que según el esquema de reconstrucción encontrado en la página del INAH que refieren a este sitio, presentaría otra zona habitacional y dos juegos de pelota más. Esta zona es inaccesible a los visitantes, por lo que toca regresar. Durante el retorno sí podemos, sin embargo,  tomar hacia la parte poniente del segundo juego de pelota, para encontrar los cimientos de otras edificaciones que arman un peculiar conjunto que corre en paralelo al juego de pelota. De aquí, lo más destacable es el patrón de algunas escalinatas, boleadas en las esquinas. Este patrón lo reencontraremos en mayor número cuando visitemos la Zona Arqueológica de Ranas, misma que será narrada en una segunda entrega de este relato de viaje por la cultura serrana.

Siguiendo la senda de vuelta, ondulante en el eje principal, hacia el punto donde accedimos a esta visita en un principio, la secuencia de perspectivas (ahora de sur a norte) nos regala nuevas sensaciones espaciales de este diminuto, pero intensamente expresivo centro urbano ceremonial. Ya no narro las sensaciones del regreso, sólo les comparto las imágenes para que ustedes construyan su propia percepción.

 

Pero no me despido, que seguirá en breve la narrativa de Ranas. También tiene lo suyo.

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