Me niego a morir
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21 abril, 2020
por Sergio Gallardo
Es innegable que estamos viviendo un acontecimiento histórico. El 2020 llegó para quedarse en la memoria de los habitantes del planeta tierra, gracias a la aparición de un nuevo virus que nos mantiene incrédulos observando cómo se va expandiendo y acabando con la vida de los habitantes de los países de todo el mundo.
Los gobiernos establecieron la estrategia quédate en casa para evitar, o tratar de evitar el contagio masivo, las escuelas detuvieron sus clases presenciales y pasaron al sistema on line, tomando por sorpresa tanto a los alumnos como a los maestros, dejando a la vista la poca preparación, habilidades e infraestructura de algunas escuelas para evitar perder las colegiaturas y el ciclo escolar. La economía ya de por sí dañada, hoy está casi detenida. Sólo las actividades indispensables como el abasto, logística y otras, se mantienen en activo, pero a un ritmo más que lento y los trabajadores manteniendo una sana distancia para poder llevar a cabo su trabajo por mínimo que sea. El quédate en casa ha servido para demostrar que hoy más que nunca estamos conectados y, que la tecnología es y será fundamental en toda sociedad que quiera sobrevivir.
Sin embargo, el confinamiento no es, ni ha sido igual para todos, el aislamiento físico subraya las desigualdades sociales a través de las distintas formas de habitar nuestros propios espacios. Las condiciones y las realidades son distintas. No ha sido lo mismo recluirse en una residencia de Las Lomas, Valle de Bravo, Tepoztlán, Cuernavaca o, en un departamento de la Condesa, Santa Fe o Polanco que en cualquier urbanización informal o popular dentro de una vivienda a la que difícilmente se le puede llamar digna.
Es cierto que la pandemia es un problema de salud, sin embargo, si lo vemos más allá de ese marco nos daremos cuenta que también es un problema social, económico y urbano que ha dejado al descubierto la enorme desigualdad social y económica que existe en nuestro país y en toda América Latina, resultado de un modelo neoliberal. Este modelo ha permitido e impulsado las inversiones privadas en vivienda, oficinas, plazas y centros comerciales que, al multiplicarse, fueron conformando la exclusividad urbana, el simbolo del capitalismo y del consumo en las ciudades y sociedades modernas. El cambio del siglo XX al XXI representó la transición entre modelos económicos. De la sustitución de importaciones al libre mercado; del estado del bienestar a la globalización neoliberal y a la tercerización; de la ciudad industrial a la informacional y de redes (Castells, 1995). Este cambio de modelos es fundamental para entender como ha influido la economía y en particular el modelo económico en la conformación y ordenamiento del territorio en las ciudades.
En contraste a la exclusividad urbana, se ha descuidado la vivienda social, mucha autoconstruída y emplazada en asentamientos irregulares, carentes de todo tipo de servicios, segregada, fragmentada y excluída de la ciudad formal.
De lo anterior surgen dos modelos de ciudad, uno en el cual se construyen productos con determinado valor dentro de un espacio sin carencia de servicios y equipamientos, al que únicamente tienen acceso ciertos sectores económicos. El resultado es la aparición de zonas con mayor plusvalía que otras, la urbanización capitalista. Y por otro, aparecen urbanizaciones populares e informales, territorios y espacios segregados sin servicios ni equipamiento mínimo. Urbanizaciones donde el habitar se convierte más en un acto de superviviencia del cual no se tiene documentación en las redes sociales, es el planeta de ciudades miseria de Mike Davis.
No es suficiente la ayuda y la colectividad sólo en las tragedias o situaciones de emergencia como la actual, debe ser una actitud permanente que nos distinga como país. Pero también urge replantear la distribución de recursos a los sistemas de salud y vivienda social y popular. Los modelos de ciudad mencionados no surgen de la nada o se inventan, son resultado de planteamientos políticos y modelos económicos.
No, no ha sido lo mismo el quédate en casa para mantenerse activo en las redes sociales compartiendo ejercicios, yoga, meditación, lecturas, recetas y todo un cúmulo de banalidades dignas de nuestra sociedad líquida (Bauman, 2003), a tener que salir a la informalidad laboral y vivir al día. Hablar y mostrar nuestras vidas desde el privilegio es sólo eso: un privilegio que después de la pandemia deberíamos valorar.
Referencias:
Bauman, Z. (2003). Modernidad Líquida. México: Fondo de Cultura Economica.
Castells, M. (1995). La ciudad informacional, tecnologias de la informacion, estructuracion economica y el proceso urbano-regional. Consultado en http://www.ub.edu/geocrit/b3w-98.htm
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