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27 junio, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
En la exposición ‘Contempling the void’, que celebraba los 50 años del Museo Guggenheim de Nueva York, se pidió a diversos diseñadores, arquitectos y artistas de todo el mundo que reimaginaran y reformularan el vacío del zigurat invertido creado por Frank Lloyd Wright en 1959. De allí salieron múltiples propuestas, desde aquellas que pensaban como reocuparlo o recorrerlo a llenarlo mensajes y objetos, más o menos reivindicativos, o modificándolo perceptivamente el espacio. Espacio que, todo sea dicho, tiene algo de místico. Su forma en espiral y su recorrido descendente permite visibilizarlo desde distintas ópticas entre el transitar de visitantes mientras es bañado por la luz natural que entra desde sus lucernarios. Reimaginar el lugar no es entonces una tarea fácil, la primera idea – aquella producida por el miedo al vacío – es tender a llenarlo de objetos dentro de la estructura ya existente. Así hacían muchas de las propuestas presentadas, que nunca eliminaban la imagen de lo existente y sólo incorporaban sus obsesiones (o ironías) entre el vacío de la espiral.
Ahora, algunos años después de aquello, un artista, que no estaba invitado en aquella exhibición, se atreve a repensar y redefinir de manera física, y no sólo sobre el papel, el espacio del museo; James Turrell (Los Ángeles, 1943) lo reescribe haciendo tan sólo un impecable uso de la luz, tanto natural como artificial, y enormes pantallas textiles. Su propuesta, la primera en Nueva York desde 1980, ‘Aten Reign’, elimina, primeramente, el carácter circular y ascendente del espacio sustituyéndolo por unas formas ovaladas que se disuelven con la luz al ascender. Junto a eso, el artista ha creado un ambiente de luz y color – construido a través del uso de LED ocultos a la vista – que inunda el espacio, absorbiendo y bañando todo. En total, seis anillos concéntricos espaciados uniformemente, vestidos con textil blanco, que recogen una amplia gama de colores. La luz es, en la propuesta de Turrell, capaz de sentirse de forma táctil, casi como si uno al visitarla pudiera masticarla. El color satura el lugar, deshaciendo y redefiniendo constantemente los contornos del espacio. La luz mancha de color el aire, los muros del museo y a los mismos visitantes, que, tumbados en planta baja, se sumergen profundamente en un ambiente nuevo, que muta del blanco al rojo, pasando por el violeta o el verde en un ciclo continuo en cambio constante. “Mi trabajo es tomar el espacio y jugar con su ‘fisicalidad’. Ocuparlo mediante la luz y desintegrarlo, de manera que emerja su naturaleza más profunda. Me gusta mezclar lo material y lo inmaterial. A veces vemos con más claridad en sueños, con los ojos cerrados, que con los ojos abiertos”. La luz da forma y color a los objetos, el juego de Turrell es utilizar esa luz para crear una nueva misticidad al espacio. Elimina el recorrido en espiral, pero crea un nuevo cielo abstracto al que mirar en el interior. Una experiencia que sólo puede ser sentida en el mismo espacio y excluye cualquier posibilidad de describirlo mediante palabras.
Fotografía | Pedro Hernández
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