Los dibujos de Paul Rudolph
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¡Felices fiestas!
16 septiembre, 2017
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
La Bienal de Chicago ya es el acontecimiento arquitectónico más destacado de los Estados Unidos. En su segunda edición la CAB (Chicago Architecture Biennial) muestra el trabajo de ciento cuarenta arquitectos procedentes de más de veinte países, invitados por los directores Sharon Johnston y Mark Lee para que respondan al tema de “hacer una nueva historia”.
Creada como una organización fuertemente arropada por el gobierno de la ciudad que vio nacer los rascacielos y muy especialmente por su alcalde demócrata Rahm Emanuel (y generosamente patrocinada por varias empresas), invita al público a involucrarse con la arquitectura desde nuevas perspectivas, abriendo una discusión global sobre los futuros de nuestra disciplina. En su primera edición los curadores Joseph Grima y Sarah Herda plantearon como tema “el estado del arte de la arquitectura”, en lo que pareció una fiesta de amigos sin dirección. En esta segunda bienal los curadores JonhstonMarkLee, de Los Ángeles, no sólo se atreven a retomar un discurso que hizo mella cuarenta años atrás, sino que dirigieron cada paso con los arquitectos y artistas invitados, para asegurar un discurso polifónico con sentido. Para ellos “hacer una nueva historia” forma parte de la práctica contemporánea. Si bien los arquitectos siempre nos apropiamos de lo que ya sucedió, los curadores ven que hoy en día se presta más atención al cruce entre estilos, periodos y generaciones, que a las narrativas tradicionales entre forma y función. Más allá del aparente exceso de información a través de los medios digitales que, con demasiada frecuencia, se limitan a centrifugar más de lo mismo, emergen prácticas que abordan la arquitectura ensamblando materiales originales, trabajando en lugares específicos y, eventualmente, sobre edificios existentes de manera sorprendente.
Un aspecto importante que delata la constante referencia a la historia es la proliferación de formatos –entre ellos esta bienal— que pone a la arquitectura en relación con el arte y con nuevas audiencias, lejos de limitarse a exponer la mera producción de edificios.
De los ciento cuarenta trabajos expuestos no deja de asombrar que sólo un 5% sean latinoamericanos, sobretodo al constatar que sus propuestas son las más destacadas de la bienal. Así, en la sala principal se construyeron diecisiete torres bajo el título de Ciudad Vertical, que tienen como referente el famoso concurso para el Chicago Tribune, donde la torre-columna dórica de Adolf Loos quedó en la memoria colectiva como el ícono que inspiraría a los posmodernistas más de medio siglo después, aunque en su momento pasó inadvertida. La Strada Novissima de la primera bienal de Venecia en 1980, rescató la columna lossiana y dio un paso más con Hans Hollein, Aldo Rossi, Alessandro Mendini y Robert Venturi&Denisse Scott Brown. Quizá no sea casualidad la enorme semejanza de los directores de esta edición con Venturi&Scott Brown —desde el elegante atuendo de banquero de ambos, hasta las constantes referencias historicistas— a la hora de proponer esta nueva mirada hacia el pasado para construir la arquitectura que viene. En este sentido Mark Lee subrayaba cómo esa pareja de arquitectos tan inspiradores dejaban señales en sus obras para que el lector cultivado pudiera reconocer de donde procedía cada una de las piezas con las que construían sus proyectos, a diferencia de otros tardomodernistas como Álvaro Siza, por ejemplo, que tomando prestadas algunas formas de sus antecesores, las mastica y digiere hasta convertirlas en algo tan propio que pierden su ADN original. A propósito de estos autores, se discutió —al igual que en 1980— sí la experiencia del objeto arquitectónico debe requerir de información o formación previa para descifrarla y entenderla —arquitectura culta y abstracta— como parte de un ejercicio intelectual, o debe dar las claves para su comprensión inmediata –arquitectura pop, posmoderna o historicista— a nivel popular.
La arquitectura collage, presente en la torre central de Ciudad Vertical, de Tatiana Bilbao, podría ser el paradigma de esta bienal, ya que comparte algunas ideas que surgieron con la irrupción de la posmodernidad –plug-in city, metabolistas, megaestructuras- con un cadáver exquisito que alberga un colectivo incluyente y dispar de propuestas de otros veinte arquitectos que apelan a la arquitectura lúdica e informal. Otras, como la Chicago pasticchio del londinense Sam Jacob es una torre compuesta de distintas secuencias y estilos arquitectónicos sobrepuestos y la de Productora o la de Office, se construyen desde la adición de edificios o piezas, que de alguna manera también responden a la sumatoria posmoderna más culta. A propósito de Adolf Loos, Barozzi & Veiga exploran la simbiosis entre ornamento y estructura en un sereno prisma negro.
En otra gran sala los curadores invitaron a veinticuatro arquitectos a interpretar y transformar los interiores del pasado bajo el tema de la Ciudad Horizontal. Las maquetas de espacios a partir de fotos canónicas, están dispuestas en la sala según la planta del campus del IIT que Mies van der Rohe proyectó en 1947, ubicado a pocos kilómetros de la sede de la bienal, como un guiño más hacia la historia. Piezas que intelectualizan todavía más el discurso: las puertas siempre abiertas de Duchamp en la obra de MaiO de Barcelona; el raumplan loosiano en la de Bureau Spectaular de L.A.; la limpieza matinal del pabellón de Mies en Barcelona de Norman Kelly, Chicago; la azotea de Le Corbusier para Charles Beistegui, de WelcomeProjects de L.A.; o la saturación de mobiliario sobre algunos de los pisos de la extraordinaria torre Hancock de S.O.M. por los argentinos Adamo-Faiden, son algunos de los ejemplos de esta interesante vuelta de turca.
En otras áreas del edificio sede CCC (Chicago Cultural Center) se expusieron obras ensimismadas de autores imprescindibles como los 140 dibujos de Pezo von Ellrichshausen; la caja oscura de Aires Mateus donde se propone la experiencia arquitectónica de dos de sus obras abandonadas; las delicadas construcciones de bambú a modo de aviario, de Studio Mumbai; las cortinas de terciopelo impresas que siguen el trazo de una planta miesiana de Camilo Restrepo; la maqueta de la quinta variante de la construcción hexagonal de madera del equipo de Derek Dellekamp o las secciones de obras de Go Hasegawa impresas sobre espejos dorados.
Un refuerzo intelectual por parte de la academia (desde Harvard, Columbia o Rice) garantizó la coherencia y éxito de las mesas de discusión, aún cuando su usacentrismo los llevara a tratar a los latinoamericanos como algo exótico. Quizá por ello, el sabor final que deja el arca de la arquitectura de esta bienal, es eventualmente demasiado homogéneo y complaciente a pesar de su variedad de autores y procedencias.
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